Sospechas

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Desde el incidente en el granero, mamá había comenzado a prestar más atención a Max y a mí. No era algo que dijera abiertamente, pero sus acciones hablaban por sí solas. Sus ojos parecían seguirnos con una intensidad que antes no había notado, y sus preguntas, aunque casuales en apariencia, tenían un filo que me hacía sentir como si estuviera bajo un microscopio.

Una tarde, mientras estaba en la cocina ayudando a preparar la cena, mamá se acercó. La luz del atardecer entraba por la ventana, bañando la habitación en un cálido resplandor dorado.

—Sergio—, comenzó mientras cortaba zanahorias, su tono aparentemente despreocupado —, últimamente has pasado mucho tiempo con Max, ¿verdad?

Sentí mi estómago retorcerse ligeramente, pero mantuve la calma. —Sí, mamá. Es que... bueno, estamos tratando de llevarnos mejor. Ya sabes, después de todo, somos familia.

Ella asintió, pero no dejó de mirarme. —Eso es bueno. Es importante que se lleven bien.

Hubo un momento de silencio incómodo. Sus manos seguían moviéndose, cortando las zanahorias con una precisión que me resultó casi amenazante.

—¿Y qué tal ha estado Max?—, continuó, sin apartar la vista de mí. —Lo he visto un poco... diferente últimamente.

Me esforcé por mantener mi expresión neutral. —Creo que está bien. A veces tiene días difíciles, ya sabes cómo es.

—Sí, claro—, respondió, aunque su mirada seguía buscando algo en mis ojos, como si intentara leer mis pensamientos. —Pero me refiero a que parece más... reservado. Como si estuviera guardando algo.

No sabía cómo responder a eso. Era verdad que Max y yo habíamos estado evitando a mamá y a los demás para tener nuestros momentos a solas, pero ahora estaba claro que ella lo había notado.

—Supongo que todos estamos pasando por mucho—, dije finalmente, esperando que mi voz sonara convincente. —Con papá, con todo... a veces necesitamos nuestro espacio.

Ella no respondió de inmediato, simplemente asintió y volvió a concentrarse en las zanahorias. Pero el silencio que siguió fue pesado, cargado de sospechas no expresadas y preguntas no formuladas.

Desde ese día, mamá comenzó a aparecer en los lugares donde Max y yo solíamos encontrarnos. Si estábamos en el granero, ella de repente tenía algo que hacer allí. Si estábamos en el campo, se acercaba con cualquier excusa para vernos. Era como si un sexto sentido le advirtiera que algo estaba ocurriendo, algo que ella no podía ignorar.

Una tarde, mientras Max y yo intentábamos hablar en la vieja cabaña detrás de la casa, escuchamos los pasos de mamá acercándose. Apenas tuvimos tiempo de separarnos antes de que ella abriera la puerta.

—Oh, ahí están—, dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —Solo quería decirles que la cena está lista.

Max y yo intercambiamos una mirada rápida antes de asentir y seguirla de regreso a la casa. La presión de su presencia constante estaba comenzando a afectarnos. Nos hacíamos más cuidadosos, más conscientes de cada movimiento, de cada mirada compartida.

Una noche, mientras estaba en mi habitación, escuché una suave llamada en la ventana. Me asomé y vi a Max, sus ojos reflejando la misma tensión que sentía.

—Tenemos que tener cuidado—, susurró, su voz apenas audible. —Mamá está sospechando algo.

Asentí, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. —Lo sé. Pero no podemos dejar que nos descubra.

Max extendió su mano, y yo la tomé, sintiendo el calor y la fuerza en su agarre. En esos momentos, sabía que aunque todo estaba en contra nuestra, teníamos que mantenernos unidos.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora