Los días de mi recuperación se convirtieron en una monotonía exasperante. Confinado a la cama, el tiempo parecía estirarse interminablemente, cada hora pasando con la lentitud de un caracol. Las paredes de mi habitación, antes un refugio personal, ahora se sentían como una prisión. Las primeras horas de la mañana eran las más difíciles; despertaba con la esperanza de que el dolor hubiera disminuido, solo para encontrar que la incomodidad seguía siendo mi compañera constante.
Cada movimiento estaba limitado, y dependía completamente de mis hermanos para casi todo. Paola y Pedro se turnaban para traerme la comida, generalmente algo simple como sopa o sándwiches, lo que podían preparar rápidamente entre sus tareas y la escuela. A veces, Catalina se sentaba a mi lado, leyéndome en voz alta algún libro de aventuras o cuentos de misterio, intentando distraerme del aburrimiento.
—Hoy toca "La isla del tesoro" —decía, su voz animada—. ¿Listo para escuchar sobre piratas?
Intentaba sonreír, aunque mi mente a menudo divagaba. Apreciaba sus esfuerzos, pero no podía evitar sentirme atrapado.
César y Lando, con su energía infantil, solían visitarme por las tardes. Traían dibujos coloridos que hacían en la escuela, sus pequeños triunfos y aventuras relatadas con entusiasmo, llenando el cuarto con su risa. Me alegraban el día, aunque era evidente que evitaban mencionar a Max y Victoria.
Antonio, siempre pragmático, se encargaba de recordarme las instrucciones del médico. Venía todos los días a cambiarme las vendas que aún usaba a pesar de que me quitaran el yeso. Toño se asegurarse de que tomara mis medicamentos a tiempo y no me intentará parar.
—¿Cómo va la pierna? —preguntaba cada vez, aunque la respuesta rara vez cambiaba.
—Lo mismo —respondía yo, suspirando—. Duele, pero supongo que es normal.
A veces, en los momentos de mayor frustración, la cabeza se me llenaba de pensamientos sombríos. Me preguntaba cuánto tiempo más tendría que soportar esa situación, si las cosas alguna vez mejorarían en nuestra disfuncional familia. Max y Victoria se mantenían a distancia, y aunque Max había ayudado inicialmente, nuestra relación no había mejorado significativamente.
Una tarde, cuando el sol ya se ocultaba tras las colinas y la habitación se llenaba de sombras alargadas, Max entró sin previo aviso. Se sentó en la silla junto a mi cama, su rostro impasible.
—Traje tu cuaderno de dibujo —dijo, dejándolo en la mesa de noche—. Pensé que tal vez te aburrirías menos.
Le miré, sorprendido por el gesto. Aunque nuestra relación estaba llena de tensiones, había pequeños momentos como este que me daban esperanzas.
—Gracias —murmuré, sin saber qué más decir.
Max se encogió de hombros, como siempre, y salió de la habitación. Me quedé mirando el cuaderno, considerando la posibilidad de dibujar para pasar el tiempo. Quizás, con un poco de suerte, esos días de recuperación no serían tan insoportables después de todo.
Los días de recuperación fueron una prueba de paciencia y perseverancia. Comencé usando muletas, cada paso un recordatorio del dolor y la debilidad. A medida que el tiempo pasaba, mis movimientos se hicieron más fluidos y seguros. Primero, daba pequeños paseos por el pasillo, sosteniéndome con cuidado, sintiendo cada músculo tensarse y relajarse, luchando por mantener el equilibrio. Luego, poco a poco, empecé a caminar distancias más largas, primero con las muletas y, finalmente, sin ellas, aunque todavía con precaución.
Una mañana, mientras ajustaba la venda en mi pierna, César irrumpió en mi habitación, sus ojos brillando de emoción. Llevaba puesto un pequeño traje, claramente hecho para una ocasión especial.
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Wildest dream || Chestappen
FanfictionKelly y Antonio se habían conocido en sus años universitarios. Su amor fue intenso y apasionado, llevándolos al altar donde prometieron amarse para siempre. Fruto de esa unión nacieron Sergio, Antonio y Paola. Sin embargo, como muchas historias de a...