Citas

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Con el tiempo, las citas secretas entre Max y yo se volvieron nuestra rutina. Cada vez que encontrábamos un momento a solas, aprovechábamos la oportunidad para estar juntos, aunque siempre con la constante amenaza de ser descubiertos. Nuestra vida se había convertido en un juego de escondite perpetuo, buscando lugares donde pudiéramos ser nosotros mismos sin el temor de ser vistos.

Una tarde, habíamos planeado encontrarnos en el granero. Habíamos logrado esquivar las miradas curiosas de nuestros hermanos y padres, y finalmente nos encontrábamos abrazados en un rincón oscuro, nuestros labios a punto de encontrarse.

—Te he extrañado tanto— susurré, acercándome más a él.

—Yo también— murmuró Max, inclinándose para besarme.

Justo cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse, escuchamos pasos acercándose. En un acto reflejo, le di un golpe en el hombro, empujándolo hacia atrás y fingiendo una pelea.

—¡No puedes seguir haciendo eso!— grité, fingiendo estar enojado.

Max entendió rápidamente y siguió el juego, levantando la voz también.

—¡Tú empezaste!— respondió, y nos separamos justo cuando Antonio y Victoria entraban en el granero, curiosos por los ruidos.

—¿Qué pasa aquí?— preguntó Antonio, frunciendo el ceño.

—Nada— respondí, respirando agitadamente—. Solo una discusión tonta.

Otra vez, en el río, estábamos disfrutando de una tarde de nado. Las miradas coquetas y los roces bajo el agua se volvían cada vez más intensos. Me sumergí para robarle un beso a Max, pero de repente escuché voces acercándose. Sin pensarlo dos veces, empujé a Max bajo el agua, sosteniéndolo allí hasta que las voces se alejaron.

—¿Qué haces?— preguntó Max, saliendo del agua, empapado y con una sonrisa divertida mientras recobraba el aliento.

—Lo siento, no podía dejar que nos vieran— respondí, aliviado de que nadie nos hubiera descubierto.

En otra ocasión, estábamos en el sótano, aprovechando el silencio de la noche para estar juntos. La luz tenue y la cercanía hacían que el ambiente fuera perfecto. Estábamos abrazados, Max acariciando mi cabello, cuando de repente oímos la puerta del sótano abrirse.

—¡Alguien viene!— susurré, el pánico instalándose en mi voz.

Nos escondimos rápidamente detrás de unas cajas, conteniendo la respiración mientras los pasos se acercaban. Afortunadamente, quienquiera que fuera, no se quedó mucho tiempo, y pronto nos quedamos solos de nuevo.

—Eso estuvo cerca— dijo Max, dejando escapar un suspiro de alivio.

—Demasiado cerca— asentí, volviendo a abrazarlo—. Pero no cambiaría estos momentos por nada.

Cada una de nuestras citas tenía su propio riesgo, pero también una emoción indescriptible. Las risas, los besos robados, y las veces que teníamos que escondernos rápidamente solo hacían que nuestros momentos juntos fueran aún más intensos. Aunque a veces desearía poder estar con Max sin necesidad de escondernos, sabía que estos recuerdos serían algunos de los más valiosos de mi vida.

En el vasto campo que rodeaba nuestra casa, Max y yo encontrábamos un refugio donde podíamos ser nosotros mismos sin temor a ser descubiertos. Aprovechábamos cada momento a solas para no solo compartir nuestros sentimientos, sino también para soñar con el futuro, un futuro donde no tuviéramos que escondernos.

Una tarde soleada, nos alejamos del bullicio de la casa y caminamos hacia una colina que ofrecía una vista panorámica del campo. El viento soplaba suavemente, y el aroma de las flores silvestres llenaba el aire. Nos sentamos sobre una manta que habíamos llevado, dejando que el sol calentara nuestras pieles.

—¿Alguna vez has pensado en cómo sería nuestra vida si pudiéramos estar juntos sin escondernos?— le pregunté, rompiendo el silencio.

Max sonrió, su mirada fija en el horizonte.

—Todo el tiempo— admitió—. Imagino un lugar donde no tengamos que preocuparnos por lo que los demás piensen. Donde podamos vivir libremente y seguir nuestros sueños.

—¿Y cuáles son esos sueños?— lo incité a continuar.

—Quiero abrir una granja— dijo, con un brillo en los ojos—. No una como esta, sino una moderna, con tecnología para hacer todo más eficiente. Podríamos cultivar nuestros propios alimentos y criar animales de manera sostenible.

La pasión en su voz era contagiosa, y no pude evitar sonreír.

—Eso suena increíble— dije—. Yo podría ayudarte, tal vez con una clínica veterinaria cercana para cuidar de los animales.

Max asintió, sus ojos reflejando la misma emoción que yo sentía.

—Podríamos trabajar juntos, construir algo de lo que estemos orgullosos. Y en nuestro tiempo libre, explorar el mundo— continuó—. Hay tantos lugares que quiero visitar contigo, tantas cosas que quiero ver y hacer.

Me recosté sobre la manta, mirando el cielo azul.

—Me encantaría viajar— confesé—. Ver ciudades nuevas, conocer diferentes culturas. Pero sobre todo, quiero tener un hogar contigo, un lugar al que siempre podamos regresar.

Max se recostó a mi lado, tomando mi mano.

—Nuestro hogar— susurró—. Un lugar solo para nosotros.

El tiempo parecía detenerse mientras hablábamos de nuestros planes. Nos imaginábamos una casa pequeña pero acogedora, con un jardín lleno de flores y una vista que nos recordara la belleza del campo donde crecimos. Soñábamos con noches estrelladas, sentados en un porche mientras hablábamos de nuestros días y compartíamos nuestras esperanzas y miedos.

—¿Crees que alguna vez será posible?— pregunté, un rastro de incertidumbre en mi voz.

Max me miró, sus ojos llenos de determinación.

—Lo haremos posible— dijo con firmeza—. No importa cuánto tiempo tome o cuántos obstáculos enfrentemos. Este es nuestro sueño, y lucharemos por él.

Me sentí reconfortado por su confianza. Sabía que el camino no sería fácil, pero tener a Max a mi lado me daba la fuerza para creer en nuestro futuro.

Nos quedamos allí, en silencio, dejando que nuestras mentes viajaran a ese futuro que tanto deseábamos. El campo, con su serenidad y belleza, se convirtió en el escenario perfecto para nuestros sueños y promesas. Y aunque la realidad a menudo intentaba separarnos, esos momentos a solas nos recordaban que nuestro amor y nuestros planes eran más fuertes que cualquier obstáculo.

Con el sol comenzando a ponerse, nos levantamos y comenzamos a caminar de regreso a casa, nuestras manos entrelazadas. Cada paso que dábamos era un paso más hacia el futuro que habíamos imaginado, un futuro donde el amor y los sueños podían florecer sin restricciones.

—¿Crees que algún día podremos tener nuestra propia familia?— pregunté, un poco nervioso por su respuesta.

Max se detuvo y me miró con ternura.

—Claro que sí— dijo, su voz llena de convicción—. Y será una familia llena de amor y comprensión. Haremos todo lo posible para que eso suceda.

Sonreí, sintiendo una oleada de esperanza. Sabía que con Max a mi lado, cualquier cosa era posible. Y mientras continuábamos caminando hacia el horizonte, nuestros corazones latían al unísono, llenos de sueños y promesas para el futuro. A su lado sentía que nada podía salir mal.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora