En coma

310 48 2
                                    

Cada día pasaba como un interminable ciclo de espera y preocupación. Desde el momento en que nos dijeron que Max seguía en estado crítico, no me moví de su lado. La habitación del hospital se convirtió en mi mundo, y cada pequeño sonido, cada suspiro y cada movimiento de los monitores médicos eran lo único que ocupaba mi mente. Me sentaba al lado de su cama, sosteniendo su mano, hablándole en susurros sobre cualquier cosa que pudiera pensar, esperando que, de alguna manera, pudiera escucharme.

Los días se desdibujaron en una monotonía de vigilia y miedo. Los otros miembros de la familia venían y se iban, pero yo no podía alejarme. Victoria a menudo se sentaba conmigo, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y tristeza. Mis padres también venían, su preocupación evidente en cada línea de sus rostros. Mi madre, en particular, observaba la escena con una mirada que parecía ver más allá de lo obvio.

Una tarde, después de varios días sin moverse de su lado, noté a mamá observándonos desde la puerta. No dijo nada, pero sus ojos parecían penetrar en mi alma, como si estuviera viendo algo que antes había pasado por alto. No necesitó más pruebas ni confirmaciones; la forma en que me aferraba a Max, el dolor en mi rostro, la desesperación en mi voz... todo lo delataba.

Ella entró en la habitación, se acercó a mí y puso una mano en mi hombro. No había reproche en su mirada, solo una comprensión silenciosa y una aceptación tácita de la realidad. Sentí un nudo en la garganta, incapaz de hablar, pero su gesto me dio una pequeña chispa de consuelo en medio del tormento.

—Va a salir de esta —dijo mamá suavemente, su voz llena de una firmeza que parecía imposible dadas las circunstancias.

Asentí, incapaz de encontrar palabras.

Las horas pasaban y la conexión que sentía con Max parecía ser lo único que me mantenía en pie. Victoria se unió a nosotros, y juntos formamos una vigilia silenciosa, uniendo nuestras esperanzas y rezos por su recuperación.

Mamá no menciono lo que había visto en mis ojos, pero su apoyo silencioso era un recordatorio constante de que, pase lo que pase, tenía a mi familia a mi lado. No había necesidad de palabras; el amor y la comprensión que fluían en esa habitación eran suficientes para darnos la fuerza que necesitábamos para seguir adelante.

Los días en el hospital se arrastraban, llenos de incertidumbre y dolor. Max seguía en estado crítico, y yo no podía alejarme de su lado. Victoria y yo éramos una constante en la habitación, unidos por el amor y la preocupación que sentíamos por él. Mamá también estaba allí, y aunque no habíamos hablado abiertamente de mis sentimientos por Max, su comprensión silenciosa era un consuelo en medio del caos.

Una noche, después de otra larga jornada de espera, mamá se sentó a mi lado. La vi suspirar profundamente, como si estuviera reuniendo fuerzas para decirme algo importante.

—Sergio, hay algo que necesito contarte —dijo, su voz suave pero llena de determinación.

La miré, curioso y preocupado por lo que pudiera ser. Sus ojos se encontraron con los míos, y vi en ellos una mezcla de dolor y resolución.

—Cuando te dejé, fue porque tu padre había quedado en bancarrota y necesitábamos dinero. —Su voz temblaba ligeramente mientras hablaba—. Empecé a trabajar en una cafetería en Estados Unidos, y fue allí donde conocí a Jos. Desde el primer momento, supe que era una persona horrible. Los medios lo perseguían, buscando a la madre de su hijo, y yo… yo conocí a la mamá de Max en esa cafetería. Era una joven neerlandesa, muy bonita, que había llegado con meses de embarazo a trabajar en esa misma cafetería.

Mamá hizo una pausa, su mirada perdida en recuerdos dolorosos.

—Ella me contó su historia —continuó—. Había sido prostituta en su país, pero se enamoró de un joven piloto que la embarazo y la abandonó al saberlo. Nos hicimos amigas, al punto de que éramos uña y mugre. Murió poco después de dar a luz, y antes de morir, me pidió que le llevara su bebé a Jos. Cuando vi al bebé en mis brazos, todo cambió para mí. Busque a Jos demasiadas veces sin importar cuántas me rechazara. Hasta que lo convencí de que lo aceptara y le propuse un trato: me haría pasar por la madre del niño para que él pudiera continuar su vida en la formula uno.

Su voz se quebró, y vi lágrimas en sus ojos.

—Al principio, pensé que podía manejarlo, incluso llegué a creer que me había enamorado de Jos y él de mi.Pero los golpes y el maltrato se volvieron insoportables, especialmente después de mi propio embarazo. Huí, pero no pude llevarme a Max ni a Victoria conmigo.

El peso de sus palabras cayó sobre mí como una losa. Todo lo que había creído saber sobre mi familia se tambaleaba, y una oleada de emociones me abrumó. Dolor, rabia, tristeza, y una compasión infinita por mi madre y por Max.

—No puedo creerlo —dije, mi voz apenas un susurro—. Mamá, lo siento tanto...

Ella me miró con ojos llenos de arrepentimiento y amor.

—Yo también lo siento, Sergio. No quería que ninguno de ustedes pasara por esto. Pero ahora, debemos ser fuertes por Max. Él nos necesita.

Asentí, aunque por dentro me sentía roto. Mamá se inclinó hacia mí, colocando una mano sobre la mía.

—¿Y por qué me dices esto ahora?— pregunté quitando las lágrimas de mi cara.

—Queria hacer esto hace demasiado tiempo, pero no sabía cómo. Incluso intente contratar un profesional para que nos ayudará con todo esto, pero salía muy caro—, rió aún con su dolor evidente. —Se que hay algo más entre ustedes—, me tomo de las manos. —Tienen mi apoyo.

—Oh... Gracias — la abrace, sin decirle que Max y yo ya habíamos terminado.

—Sergio, pase lo que pase, siempre estaremos juntos. Somos una familia, y no dejaremos que nada ni nadie nos destruya.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora