Estuvo cerca

206 32 0
                                    

Entendía que, en cierto punto, la relación que teníamos Max y yo no era convencional. Dos medios hermanos que jamás se habían visto como tales, forzados a convivir por circunstancias más allá de nuestro control. Era como si hubiéramos sido dos extraños arrojados a un mismo espacio, tratando de encontrar un sentido en esta nueva realidad.

La risa resonaba en la habitación mientras Max me hacía cosquillas sin piedad. Sus dedos se movían rápidos y precisos, arrancándome carcajadas incontrolables.

—¡Max, basta!— reí, incapaz de contener las lágrimas de risa que corrían por mis mejillas.

—No debiste lanzarme a ese lodo,— dijo, su voz vibrando con una mezcla de diversión y venganza juguetona. Se subió arriba de mí, acorralándome contra el colchón, su peso una mezcla reconfortante y opresiva.

—¡Basta!— grité de nuevo, la risa haciendo eco en las paredes.

Justo cuando pensé que iba a detenerse, continuó, sus manos incansables. La risa me sacudía, un refugio temporal del torbellino de pensamientos que siempre me acosaban.

—¡Max!— La voz de mamá irrumpió en la habitación, su tono preocupado y urgente. Entró corriendo, su expresión una mezcla de alarma y confusión. Supongo que pensaba que nos estábamos peleando.

Nos apartamos de inmediato, el momento de intimidad roto por la intrusión. Ambos nos quedamos sentados, respirando con dificultad, nerviosos por la situación incómoda.

—¿Qué hacen?— preguntó mamá, mirándonos con una ceja levantada.

—Nada, mamá,— respondí rápidamente, tratando de sonar despreocupado. —Solo estábamos jugando.

Max asintió, una sonrisa forzada en su rostro. —Sí, solo jugando,— repitió, sus ojos evitando los de mamá.

Ella nos miró durante un momento, su expresión escéptica. —Bueno, solo asegúrense de no hacer mucho ruido. Hay gente que intenta descansar,— dijo finalmente, su tono más relajado pero aún un poco preocupado.

Asentimos en silencio, viéndola salir de la habitación. Una vez que la puerta se cerró, el silencio se instaló entre nosotros, pesado y cargado de implicaciones no dichas.

—Eso estuvo cerca,— susurró Max, su voz apenas audible.

—Demasiado cerca,— asentí, mi mente todavía tambaleándose por la interrupción. Nos miramos, la conexión entre nosotros palpable pero incierta, como un hilo delgado que podía romperse en cualquier momento.

En algún nivel profundo, entendía la fragilidad de nuestra situación. Éramos dos almas perdidas, encontrando consuelo en una conexión que desafiaba las normas convencionales. Pero en ese momento, mientras nos mirábamos, supe que, a pesar de todo, no quería que cambiara.

Max se levantó lentamente, ofreciéndome una mano. La tomé, y nos levantamos juntos, la tensión disolviéndose en algo más tranquilo y reconfortante.

—Vamos a pasear,— sugirió, su voz suave.

Asentí, y juntos salimos de la habitación, dejando atrás las complicaciones y el juicio del mundo exterior, al menos por un momento.

Esa tarde fue una de esas raras ocasiones en las que todo parecía encajar perfectamente. Decidimos salir a pasear, dejando atrás las tensiones y complicaciones de nuestra relación, al menos por un rato.

Montamos a caballo, cabalgando por los campos verdes que rodeaban nuestra casa. El viento fresco acariciaba nuestros rostros, y las risas resonaban mientras competíamos para ver quién podía ir más rápido. A veces, Max se detenía para hacerme cosquillas o empujarme juguetonamente, y yo me vengaba tirándole agua de un arroyo cercano. Todo era simple, despreocupado, y por un momento, me olvidé de los problemas que nos acosaban.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora