Día en el río

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Desde aquel día, cada vez que veía a Max, la imagen de él sin camisa me abochornaba. Mi mente, traicionera, reproducía ese momento una y otra vez, haciéndome sentir incómodo en su presencia. Los días continuaban, pero no podía olvidar, y la tensión se acumulaba cada vez más, hasta el punto de que ni siquiera podía estar en una habitación con él sin sentirme inquieto.

Para evitarlo, comencé a huir, pasando gran parte del día junto al río, buscando un refugio en la serenidad del agua y la tranquilidad del entorno. El río se convirtió en mi santuario, un lugar donde podía nadar y tratar de despejar mi mente de pensamientos perturbadores.

Un día, mientras nadaba un poco más lejos de lo habitual, escuché un ruido que rompió la paz del lugar. Al voltear, vi a Max acercándose con una expresión decidida.

—¡Todos andan buscándote! —me gritó desde la orilla.

—Estoy bien, solo necesitaba un minuto —contesté, sin intención de salir del agua.

Max me miró con curiosidad y, tras una pausa, preguntó:

—¿Quieres compañía? ¿O es acaso de mí de quien te escondes? —su tono era interrogativo, casi desafiándome a responder.

—¿De ti? ¿Por qué de ti? —pregunté nervioso, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—¿Acaso no crees que noté cómo ni siquiera me miras a los ojos? —replicó mientras se quitaba los zapatos con una facilidad que demostraba su confianza.

—Es tu imaginación —mentí, tratando de sonar convincente.

Max soltó una risa baja y, sin previo aviso, comenzó a quitarse la camisa. Mi corazón latía con fuerza mientras veía cómo su torso se revelaba nuevamente ante mis ojos. Luego, se deshizo de los pantalones y, en un acto que parecía desafiar mi compostura, se metió poco a poco al río hasta llegar a mi lado.

—Entonces no te molestará que lo vuelva a hacer —dijo, con una sonrisa arrogante que hacía difícil no mirarlo.

—No me molesta —susurré, desviando la mirada para evitar su escrutinio.

—Me alegra —dijo, manteniendo su tono seguro y burlón.

Nos quedamos en silencio por un momento, el agua del río rodeándonos y la tensión palpable en el aire. Intenté concentrarme en cualquier cosa que no fuera su cercanía, pero la presencia de Max lo hacía casi imposible. Sus movimientos en el agua eran fluidos y seguros, contrastando con mi propia rigidez.

Finalmente, rompió el silencio:

—¿Por qué te escondes aquí todo el día? —preguntó, su voz suave pero inquisitiva.

—Solo necesitaba tiempo para mí —respondí, sin mucha convicción.

—No me parece que sea solo eso —replicó, mirándome con esos ojos penetrantes que parecían ver más allá de mis palabras.

Suspiré, sabiendo que no podría seguir evadiendo la verdad. La imagen de él sin camisa, la manera en que mi cuerpo reaccionaba cuando estaba cerca... todo eso había creado una barrera invisible entre nosotros, una que no sabía cómo derribar.

En vez de responder, hice lo único que se me ocurrió en ese momento: me sumergí en el agua. La frescura del río me envolvió, proporcionando un respiro temporal de la intensidad de nuestra conversación. Nadé unos metros, tratando de perderme en la claridad del agua y alejarme de la incómoda realidad en la que me encontraba.

No pasó mucho tiempo antes de que Max también se sumergiera. Al principio, me sorprendió su reacción, pero rápidamente entendí que no iba a dejarme escapar tan fácilmente. Nos encontramos bajo el agua, sus ojos fijos en los míos, llenos de una mezcla de determinación y desafío.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora