Charla

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No podía dejar de pensar en ese beso. ¿Por qué lo había besado? Bufé hacia mí mismo, frustrado y confuso. La imagen de Max acercándose a mí, sus labios encontrando los míos, se repetía una y otra vez en mi mente. ¿Cómo podía haberlo hecho? ¿Cómo podía siquiera mirarlo a los ojos ahora?

Rodeé en mi cama, tratando de encontrar una posición cómoda que me permitiera dormir, pero el sueño era esquivo. Cada vez que cerraba los ojos, el beso volvía a invadir mis pensamientos. Me sentía avergonzado, confundido, y también... ¿había algo más? ¿Algo que no quería admitir?

Finalmente, me detuve de rodar y me quedé mirando el techo, tratando de ordenar mis pensamientos. Recordé el ataque de pánico de Max en el sótano, cómo había llamado a su padre en su confusión. ¿Jos era tan malo como para crearle ese miedo a su hijo?

Sabía que Jos no era un padre ejemplar, pero nunca había imaginado que Max pudiera tener tanto miedo de él. Mi mente vagaba hacia recuerdos pasados, tratando de conectar los puntos. Recordaba las veces que Max había hablado de su padre con desdén, su resistencia a cualquier tipo de autoridad. ¿Era todo eso una fachada para ocultar su miedo?

Me levanté de la cama y caminé hacia la ventana, mirando hacia el granero y los campos más allá. La luna estaba alta en el cielo, iluminando el paisaje con una luz suave y plateada. El viento había amainado, y la noche estaba tranquila ahora, un contraste total con la tormenta interior que sentía.

Me senté en el alféizar de la ventana, apoyando la cabeza en el vidrio fresco. Intenté analizar mis sentimientos, pero cada pensamiento parecía llevarme a un callejón sin salida. El beso había sido un impulso, una forma de calmar a Max, pero ¿había algo más detrás de él? ¿Algo que no quería admitir ni siquiera a mí mismo?

Los días siguientes fueron incómodos. Traté de evitar a Max tanto como pude, pero no era fácil en una casa llena de gente y con las responsabilidades compartidas en la granja. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía un rubor subir a mis mejillas, y rápidamente desviaba la mirada. Max parecía actuar con normalidad, pero noté que también evitaba quedarse a solas conmigo.

Intenté concentrarme en mi trabajo, en las tareas diarias que siempre habían sido una fuente de consuelo y rutina. Pero incluso mientras alimentaba a los animales o arreglaba las cercas, mi mente seguía volviendo a ese momento en el sótano.

Un día, mientras estaba en el establo cepillando a uno de los caballos, Max apareció en la puerta. Sentí mi cuerpo tensarse, pero intenté actuar con normalidad.

—¿Necesitas algo? —pregunté sin mirarlo, concentrado en mi tarea.

—Sólo quería hablar —dijo él, su voz sonando extrañamente suave.

Dejé el cepillo y me volví hacia él, notando la seriedad en su rostro.

—Sobre lo que pasó en el sótano... —empezó a decir, pero yo lo interrumpí.

—Fue un momento de pánico, Max. No significa nada.

Él asintió, pero no parecía convencido. Dio un paso hacia adelante, sus ojos buscando los míos.

—Pero para mí sí significó algo, Sergio. Me hizo darme cuenta de algunas cosas.

Tragué saliva, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. No estaba seguro de si quería escuchar lo que iba a decir.

—Yo también he estado pensando en eso —admití, mi voz apenas un susurro—. Y no sé qué pensar. No sé qué sentir.

Max se acercó un poco más, sus ojos fijos en los míos.

—Tal vez no tenemos que saberlo todo ahora mismo —dijo suavemente—. Tal vez solo tenemos que aceptar que algo cambió y ver a dónde nos lleva.

Asentí lentamente, sintiendo una mezcla de alivio y temor. No tenía todas las respuestas, pero tal vez eso estaba bien. Tal vez, por una vez, podría dejarme llevar y ver qué pasaba.

Nos quedamos mirándonos, atrapados en un momento de tensión y posibilidad. Sentí la intensidad de sus ojos y cómo nuestras respiraciones se mezclaban en el aire entre nosotros. Cada segundo que pasaba parecía alargarse infinitamente. Cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse, un caballo relinchó, rompiendo el hechizo y asustándonos a ambos.

—Tengo que ir a pasearlo —dije nervioso, apartándome rápidamente y yendo hacia el caballo.

Max se quedó allí, mirándome con una mezcla de sorpresa y decepción. Podía sentir su mirada fija en mi espalda mientras me acercaba al animal, tratando de calmar mi corazón acelerado. Empecé a desatar al caballo, mis manos temblorosas traicionando mi nerviosismo.

—Sergio... —escuché a Max decir detrás de mí, su voz suave y casi suplicante.

No me volví. No podía. Si lo hacía, no estaba seguro de lo que podría pasar, y eso me asustaba más de lo que quería admitir. En cambio, me concentré en el caballo, acariciando su cuello para calmarme a mí mismo tanto como al animal.

—¿Qué pasa contigo, Sergio? —Max continuó, dando un paso más cerca—. ¿Por qué siempre te escapas?

—No me estoy escapando —mentí, mi voz sonando débil incluso para mí.

—Sí, lo estás haciendo —dijo, ahora justo detrás de mí—. Cada vez que nos acercamos, te alejas.

Me volví lentamente, enfrentándome a él. Su expresión era seria, sus ojos llenos de preguntas y una pizca de dolor.

—Es complicado, Max —respondí, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. No sé cómo lidiar con todo esto. Contigo. Con nosotros.

Max asintió, sus ojos nunca dejando los míos.

—Entonces hablemos de eso —dijo suavemente—. No tienes que hacerlo solo.

Negué con la cabeza, incapaz de enfrentar lo que estaba pasando. La intensidad del momento, la cercanía de Max y la confusión en mis sentimientos eran demasiado para procesar. Sin decir una palabra, monté el caballo y lo espoleé para que comenzara a cabalgar. Sentí la mirada de Max clavada en mi espalda mientras me alejaba, pero no me atreví a volverme.

El viento soplaba con fuerza, despeinándome y enfriando el sudor en mi frente. A medida que avanzaba a través del campo, mi mente no dejaba de dar vueltas. La imagen de Max, su mirada intensa y el casi beso seguían repitiéndose en mi cabeza. Era mi medio hermano, y esa realidad hacía que todo fuera aún más complicado.

El paisaje a mi alrededor se convertía en un borrón mientras cabalgaba más rápido, tratando de escapar de mis propios pensamientos. La cabeza me latía y el corazón me dolía. Cada vez que pensaba en Max, un torbellino de emociones me envolvía: confusión, deseo, culpa. No podía enfrentar esto.

Después de un tiempo, llegué al río. Desmonté y dejé al caballo pastando cerca del agua. Me senté en una roca, observando el río que corría tranquilamente, intentando encontrar un momento de paz en medio de la tormenta interna.

El sonido del agua corriendo y el viento susurrando entre los árboles ayudaban a calmarme, pero no podían borrar los pensamientos que seguían asaltándome. Max era mi medio hermano. Era una verdad ineludible que hacía que mis sentimientos fueran aún más complicados. La sociedad, nuestras familias, nuestras propias mentes nos decían que esto no estaba bien. Pero, ¿por qué entonces me sentía tan atraído por él? ¿Por qué mi corazón latía tan fuerte cuando estaba cerca?

Me llevé las manos a la cabeza, tratando de aclarar mis pensamientos. ¿Qué debería hacer? ¿Cómo enfrentar esto? ¿Debía ignorar mis sentimientos y tratar de olvidarlo todo? ¿O debía ser honesto conmigo mismo y con Max, y enfrentar las consecuencias?

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Me quedé allí, mirando el horizonte, buscando respuestas que no llegaban. Finalmente, me di cuenta de que no podía seguir huyendo para siempre. Tendría que enfrentar la realidad, tarde o temprano.

Monté de nuevo el caballo y comencé a cabalgar de regreso a casa. El viaje de vuelta fue más lento, más pensativo. Sabía que Max estaría esperando, y que tendría que hablar con él. No sabía qué diría, pero sabía que no podía seguir evitando lo inevitable.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora