Corregir

207 31 0
                                    

Mientras nuestros labios se encontraban en un beso apasionado, las paredes de nuestra habitación parecían ser las únicas testigos de nuestro amor. La puerta cerrada nos ofrecía una sensación de privacidad y seguridad, un pequeño refugio donde podíamos ser nosotros mismos sin miedo a ser descubiertos. Sin embargo, el ruido y el desorden desde el piso de abajo pronto rompieron el hechizo de nuestro momento íntimo.

—¿Qué está pasando allá abajo?— susurré entre besos, sin querer realmente interrumpir lo que teníamos.

Max se apartó un poco, su respiración pesada y sus ojos todavía llenos de deseo.

—Parece que nuestros hermanos han tomado la cocina otra vez— dijo con una sonrisa torcida.

—Deberíamos bajar a ver— sugerí, aunque parte de mí quería seguir ignorando el caos y quedarme allí, con él.

Con un suspiro de resignación, nos levantamos y nos arreglamos rápidamente antes de bajar las escaleras. Al llegar al comedor, el panorama era bastante desalentador. La mesa estaba puesta con platos que contenían algo que parecía ser comida, aunque su aspecto dejaba mucho que desear.

Nos sentamos, tratando de no mostrar nuestra sorpresa y desagrado. Papá estaba ahí, observando la escena con una mueca que intentaba disfrazar de sonrisa.

—Lo prepararon César y Lando junto a Patricio— dijo papá, tratando de sonar animado.

—Se ve...— comencé, buscando desesperadamente algo positivo que decir.

—Horrible— completó Cecilia, sin tapujos y con una mueca de asco.

—¿No les gustó?— preguntó César, con una expresión de tristeza que me hizo sentir culpable.

—Sí— mentí, tomando un bocado para no desilusionar a mi hermano menor. Pero al probarlo, el sabor era aún peor que su aspecto.

Uno a uno, los demás comenzaron a excusarse y a abandonar la mesa, dejando a César y Lando mirándome fijamente. No tuve el corazón para rechazar completamente su esfuerzo, así que seguí comiendo, cada bocado peor que el anterior. Al final, terminé la comida y ofrecí una sonrisa forzada.

Cuando todos se retiraron, me excusé y salí al patio. Una vez afuera, no pude contenerme más y vomité todo. El alivio físico se mezcló con una sensación de culpa por haber mentido a mis hermanos. Caminé hacia el garaje, buscando algo de paz, y allí encontré a mi hermana dando vueltas inquieta.

—Paola, ¿qué sucede?— pregunté, preocupado por su comportamiento.

Después de mucha persuasión y consuelo, Paola finalmente me confesó su miedo. Había conocido a un chico durante la competencia de asado y habían seguido en contacto. Se habían visto a escondidas varias veces e incluso habían tenido intimidad. Ahora, llevaba días de retraso.

—Tengo miedo, Sergio— dijo con lágrimas en los ojos—. No sé qué hacer si estoy embarazada.

La abracé, tratando de ofrecerle algo de consuelo en medio de su tormenta personal.

—No estás sola, Paola. Vamos a enfrentarlo juntos. Primero, necesitamos saber con certeza. Mañana iremos a comprar una prueba y veremos qué sucede. Pase lo que pase, estaremos aquí para ti.

Mientras la noche avanzaba, Paola y yo nos quedamos en el garaje, hablando y tratando de encontrar algo de calma en medio del caos. Aunque nuestras preocupaciones eran distintas, ambos compartíamos el peso de secretos que no sabíamos cómo manejar. Pero al menos, en ese momento, sabíamos que nos teníamos el uno al otro.

Conseguí que Max me prestara su auto después de una breve discusión. Al principio, se mostró reacio, preocupado por mi seguridad y la de Paola, pero finalmente accedió.

—Prométeme que tendrás cuidado— dijo, mirándome con seriedad mientras me entregaba las llaves.

—Lo prometo— respondí, plantando un beso rápido en sus labios antes de tomar las llaves y dirigirme hacia el auto.

Paola y yo nos dirigimos al centro de la ciudad en un silencio tenso. Ella estaba visiblemente nerviosa, y yo no sabía exactamente qué decir para calmarla. Estacioné el auto cerca de una farmacia y entramos, tratando de pasar desapercibidos. Compramos cinco pruebas de embarazo, queriendo asegurarnos de tener suficiente para estar seguros del resultado.

De regreso a casa, Paola apenas podía esperar. Nos dirigimos directamente a su habitación, donde hizo las primeras dos pruebas. La espera fue eterna, pero cuando finalmente miramos los resultados, ambas eran negativas.

—¡Negativas!— exclamó Paola, rompiendo en lágrimas de alivio.

La abracé fuerte, sintiendo un peso enorme levantarse de nuestros hombros.

—Todo va a estar bien— murmuré, más para mí mismo que para ella.

La atmósfera había cambiado y mi perspectiva también. Mientras celebraba junto a Paola, me di cuenta de cuánto me había alejado de mis otros hermanos por estar siempre buscando un momento junto a Max.

Al caminar por la casa, me di cuenta de que no sabía qué estaba pasando en sus vidas. Me sentí culpable, como si hubiera descuidado mi deber como hermano mayor.

Sin dar ninguna explicación a Max, comencé a pasar más tiempo con mis hermanos y dejar de buscar momentos a solas. Jugué con Lando y César, ayudé a Cecilia con sus tareas, y hablé con Antonio sobre sus planes para el futuro. Paola y yo pasamos horas hablando sobre sus miedos y sueños, fortaleciendo nuestro vínculo.

Max, por supuesto, notó mi cambio de comportamiento. Lo veía en sus ojos cada vez que me encontraba en la casa.

—Sergio, ¿todo está bien?— me preguntó una tarde, cuando finalmente tuvo la oportunidad de acorralarme en el pasillo.

—Sí, todo está bien— mentí, sabiendo que no era justo dejarlo en la oscuridad, pero sintiendo que era lo necesario, si se lo decía sabía que no me entendería, después de todo no los consideraba sus hermanos.

Me lancé completamente en mi rol de hermano mayor, queriendo reparar el tiempo perdido. Me aseguré de que cada uno de mis hermanos se sintiera amado y atendido, algo que no había hecho en semanas. Me dolía distanciarme de Max, pero sentía que era lo correcto.

Mientras los días pasaban, Max y yo compartíamos menos momentos a solas. Me dolía verlo herido y confundido, pero cada vez que veía a mis hermanos sonreír, sentía que estaba haciendo lo correcto.

Una noche, mientras estaba en el granero con Paola, ella me miró con preocupación.

—Sergio, ¿todo está bien entre tú y Max?

—Sí, solo que... necesito estar más presente para ustedes. Max lo entiende— dije, aunque no estaba seguro de cuánta verdad había en mis palabras.

Era un acto de equilibrio complicado, pero uno que sentía que debía hacer. Quería estar ahí para mis hermanos, pero también extrañaba la cercanía con Max. Sabía que eventualmente tendría que encontrar una manera de reconciliar ambos mundos, pero por ahora, solo podía tomar un día a la vez, esperando que Max pudiera entender y perdonar mi distancia.

Wildest dream || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora