CAPITULO 12. TRÁGAME TIERRA

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Sophia McAdams

Seguro que todos los ojos estaban encima de ella, casi iba arrancándose cada hebra de su cabello rojo, uno a uno, como medio de tortura y ansiedad, apretando los labios y fingiendo mirar al infinito, con la cabeza bien en alto.

Por más que caminaba intentando aparentar una seguridad que no poseía, sentía que cada una de las personas que se topaba en el camino la observaba, la miraba con esos ojos de acusación, una mirada llena de prejuicios.

Zorra, puta, fácil.

Cada una de esas palabras la llevaban en la mirada que le lanzaban a cada paso que daba por el corredor de la muerte, por el pasillo de los fusilados, entrando por el ascensor ―alias el martirio de los pecadores y putos― el cual tomó estando lleno de gente que no tenía idea de que ella había tenido sexo la noche anterior.

¡Carajo!

¿Cómo había caído tan bajo? ¿Cogerse a un compañero de trabajo el mismo día que lo había conocido? ¿Acaso estaba demente? Definitivamente, había perdido por completo la cordura.

O será que haber terminado su relación con Hermes, le daba a ella la oportunidad de acostarse con cuanto tipo se cruzara en su camino.

Eso no era una pregunta, en absoluto.

—Buenos días, el señor Marcos desea verte en su oficina. ―le dijo Cristal, la asistente de Leo, desde que Sophia puso su cartera encima del escritorio.

La mujer debía estar rondando los treinta y cinco, quizá; por como Sophia notaba que se había vestido los dos últimos días, podría decirse, que era una cuarentona en forma. Conservaba un cuerpo fabuloso, quizá unas libritas de más, pero nada que con una ropa bien ceñida no se pudiera disimular. Precisamente, Cristal lucía un elegante traje de chaqueta y pantalón de color beige, que acentuaba cada una de sus curvas, y debajo, una blusa de color rojo, destacaba de manera casi cegadora.

—Buenos días para ti también ―le dijo sonriendo. Hasta el momento, en las primeras veinticuatro horas, la secretaria de Leo había sido bastante amable con ella.

¿Qué tan importante era él, para tener su propia secretaria?

«La jodida mano derecha de Marcos» le gritó la Sophia pequeña. «Deja de buscarle la sexta pata al elefante, te follaste al niño bonito del jefe y posiblemente, el que será sucesor de Marcos cuando se vaya. ¡La cagaste!»

—Joder, debo dejar el café ―farfulló quitándose la bufanda y dejándola en la silla reclinable color negro. A ese paso, terminaría haciendo una visita al psiquiatra.

—¿Qué dijiste? ―confundida, levantó la cabeza y miró a Cristal, la cual, tenía los ojos entrecerrados y el ceño fruncido― ¿Estás bien?

—Todo en orden. Iré donde Marcos ahora.

La mujer casi gruñe al escuchar el nombre en sus labios.

Sophia sacudió la cabeza, pensando que todo era parte de su víivida imaginación.

Estaba escuchando y viendo donde no había.

Entró a la elegante y sofisticada oficina de Marcos, no podía evitar sentirse como la estudiante que llamaban por la bocina para que se dirigiera a la oficina del director. El día anterior, notó que la oficina era básicamente un sitio acogedor, donde se reconocía a leguas el ambiente familiar, un lugar relajado, sin tanta sobriedad, a pesar de la elegancia del papel tapiz en las paredes, del juego de dos sofás y una mesita en cristal que había en un extremo, ni la amplia alfombra de pelo largo que sobresalía en medio del espacio.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora