CAPITULO 24. EXPECTATIVA

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Sophia se duchó de manera apresurada, como si toda su vida dependiera de ello, se puso un traje de mezclilla hecho a medida, pantalón y chaqueta negra, una camisa roja, unos aretes delicados con forma de pétalos de rosa y unos zapatos cerrados de color negro. No sabía por qué razón se estaba preparando con tanta delicadeza y premura, lo único que sabía era que Leo estaba en la sala de su apartamento, esperando porque ella saliera.

Irse juntos al trabajo era algo nuevo, distinto y complicado, todo al mismo tiempo, como una mezcla de sopa con legumbres y llena de vegetales, aunque tuviera buen sabor, ella sabía que era complicado.

Leo definitivamente tenía problemas personales muy intensos y fuertes, que lo hacían volverse violento de repente y de cierto modo impredecible. Recordó el incidente en el baño, con el cabello despeinado y el peine, se sintió terriblemente mal, incluso triste, pues parecía un niño perdido. Se imaginó el pobre Leo de pequeño, sintiéndose alejado del mundo, no sabía qué le había pasado en su infancia, ni tampoco qué tuvo que haber atravesado para ser el hombre que era en ese momento, ese que la volvía loca de placer y que la hacía sentir, por segundos, tan especial e importante, como si fuera una princesa, y tan ligera como si fuera una puta. Pero cambiado unos segundos, podía hacerla sentir como una cualquiera y sin él siquiera proponérselo.

—¿Estás lista? —le preguntó él cuando ella salió de la habitación con la cartera en la mano.

—Supongo que sí ―respondió ella sonriéndole. No sabía por qué con él era fácil reír y también enojarse—. A menos que quieras seguir aquí y olvidarte de los preservativos.

—Por más tentadora que sea la oferta.... —Leo se levantó del sofá y se metió las manos en los bolsillos del pantalón. La miró apreciativamente, comiéndosela con los ojos y devorando cada parte de su cuerpo—. Creo que puede quedarse para otro día.

Sintió el vientre estremecer y quiso tirar la cartera a un lado, y subirse encima de él para montarlo como un potro sexual.

—Eres un mojigato. ―Ella sacudió la cabeza y pasó a su lado.

—Y tú una ninfómana. ―Él le dio una nalgada y pasó un brazo por su hombro—. No te cansas, Pelirroja.

—Es cierto. ―Subió los hombros despreocupada y tranquila―. No me canso de esto. —No intentó quitar el brazo de Leo de encima suyo, es que ni le molestaba.

En cambio, sentía que allí era donde debía estar.

El pensamiento la aterrorizó y alegró en partes iguales, un cincuenta/cincuenta de peligro y tentación.

Minutos después se subieron al Mercedes de Leo y se introdujeron al tráfico de la hora pico de la mañana. No deseaba llegar tarde, miró su reloj y supo que precisamente eso era lo que iba a suceder, llegarían cuando ya todos estuvieran allí, y los verían llegar juntos, bajando del mismo carro que Leo Sandoval.

—No dejes que tus pensamientos arruinen la mañana. —Leo puso su mano sobre su muslo y el calor traspasó la tela de su pantalón.

—Nos verán llegar juntos.

—¿Te molesta? ―Leo no la miró pero no fue necesario, ella tenía suficiente incomodidad para ambos—. No tienes que vivir para las personas, sino para ti, Pelirroja. Eso es lo que cuenta. Lo que te haga feliz será lo que te acompañará para toda la vida.

—Lo haces sonar tan fácil ―murmuró cerrando los ojos y recostando la cabeza en el asiento.

Leo quitó la mano de su muslo y un segundo después escuchó Mirrors de Justin Timberlake sonar en la radio.

—La vida es tan fácil como tú quieras que sea, Sophia.

—¿Dime, por qué sufres, Leo? ― Aunque no sabía si él iba a responder de igual forma lo preguntó.

Deseaba, por alguna tonta razón, conocer un poco más de ese hombre.

—No confundas nuestra noche juntos, Pelirroja.

—¿Te refieres a que me follas pero no puedo saber nada de ti? —Le dolió decirlo de esa manera, sintió que se estaba rebajando a lo mínimo.

Y ella ya estaba harta de sentir que no era suficiente para nadie.

Con Terrence, durante mucho tiempo después de su ruptura, creyó que no había podido satisfacerlo de la manera que él deseaba, y por ello había sucumbido ante la homosexualidad. Frágil como una copa de cristal, su corazón llevó mucho tiempo antes de sanar y recomponerse. Aunque tal parecía que no lo suficiente, pues terminó enredándose con alguien tan poco placentero como lo era Hermes.

«Y poco hombre», pensó molesta.

Ningún hombre que valiera la pena se atrevía a decir que la mujer con quien había tenido más de un año de relación no era capaz de satisfacerse con nada ni nadie.

Hermes era una basura más del mundo y no tenía ni pies ni cabeza sufrir por él.

—No lo pongas así.

—Es lo que dices. Es lo que quisiste dejar dicho. ―No tenía por qué excusarse. Él había sido bastante claro

Sexo y nada más.

No quería una relación y ella no entendía por qué aquello le molestaba si ella tampoco estaba interesada en una.

Miró por la ventana y evitó pensar más en sus palabras, Leo pareció entenderla y no emitió ningún otro comentario.

Pocos minutos después llegaron al parqueo y ella tomó su cartera, suspiró y abrió la puerta del carro.

—Espera... ―Él la detuvo agarrando su mano libre—. Yo...

—No te atrevas a decir que esto fue un error y que no volverá a pasar. Sé muy bien lo que es un rollo de una noche, Leo. No voy a pedirte más. ―No lo dejó hablar. No podía. Escucharlo, saber de su propia boca que todo había acabado, sería fatal para ella.

Porque deseaba conocerlo más.

Los ojos azules de Leo se oscurecieron y su mano soltó su brazo.

Por un minuto llegó a pensar que él iba a decirle algo más.

—Qué tengas un buen día.

Ella salió del carro y caminó sin mirar atrás, escuchando el sonido seco de sus tacos al tocar en la baldosa.

Iba a entrar sola al ascensor y a seguir con su vida como si no se hubiera involucrado jamás con Leo Sandoval.

El problema era que sí se había mezclado y algo le decía a gritos que nunca más su vida volvería a ser la misma. 

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora