CAPITULO 5. SANTA O DIABLA

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Leo Sandoval

Él se adentró en el club, los cuerpos moviéndose al compás de la música le pasaban desapercibidos. Tenía mucho tiempo sin ir a una discoteca.

Una semana.

Eso en la vida de Leo era por decir de alguna forma: bastante tiempo.

Él era asiduo a visitar todos los clubes de la ciudad de Manhattan, por no decir por las ciudades de todo el país, y en compañía de Rey, le resultaba fácil dejarse llevar.

Se sentaron en un lugar reservado, un sitio que les permitía observar todo, pero no ser observados. A Leo le gustaba la privacidad, tener su propio espacio, disponer de un lugar donde pudiera conversar sin que la música y el ruido de las demás personas interfiriera en cualquier tipo de relación que quisiera desarrollar con una mujer al azar. Era lo mismo cada noche, o más bien cada semana, pues en ocasiones había mujeres que valía la pena repetir.

Podía alargar la estadía en su vida por un buen polvo de un fin de semana.

―La música está bien ―le dijo Rey.

Su amigo llevaba puesta una camisa de un plateado casi lumínico, el cual, a Leo, le hacía casi doler los ojos al mirarlo, pero Rey era así, dinamita pura y eso a las mujeres les encantaba.

Leo no. Él, en cambio, era completamente neutral, siempre vestido con colores calmados, típicos: blanco, negro, a veces un azul marino, pero siempre colores que pasaran desapercibidos, pues su presencia misma era lo que hacía que todos lo notaran al llegar. Él no necesitaba de colores extraños para resaltar.

Él era el verdadero león.

Desde que estaba en secundaria había marcado un precedente entre los demás hombres, aun con dieciséis años, los chicos a su alrededor sabían que cuando Leo estaba en el lugar, los ojos de las mujeres siempre iban a parar a él, no porque él intentara cautivarlas con su mirada o con su dinero, Leo tenía algo que a las mujeres les resultaba atractivo, y eso era la reserva que mostraba.

Él no tenía necesidad de andar contando lo que hacía o con quién lo hacía. No era un bocazas ni una pendejo. Si se follaba a una mujer, el mundo no tenía por qué enterarse. Sus relaciones sexuales eran consentidas, un acuerdo entre ambas partes, tanto ella como él, sabían que no tendrían juntos más que un par de horas.

Llevaba tiempo así y le había resultado bastante bien y sin arrepentimientos.

―¿Me invitas un cosmopolitan? ―le dijo una morena de pelo rizado, acercándose a él de manera tímida.

La mujer llevaba una blusa top que dejaba ver los pezones endurecidos, quizá por el frío o a lo mejor sencillamente tenía la libido bastante desatada esa noche. Llevaba puesta una falda roja tan corta que, si caminaba un poquito de prisa, podía dejar ver parte de sus nalgas con el suave movimiento de sus piernas al dar cada paso. La miró de arriba abajo sin disimular su escrutinio, la chica se sintió en las nubes, le brillaron los ojos y se metió el cabello detrás de las orejas, en un gesto nervioso y ansioso.

Leo sonrió con esa sonrisa lobuna que él solía darle a las mujeres cuando iba a rechazarlas cordialmente.

―A lo mejor en otro momento, hermosa, estoy seguro que más adelante, cuando ya me acomodo un poco al lugar, yo iré a buscarte.

La mujer se sintió satisfecha con su respuesta y en una servilleta anotó su número telefónico y se lo entregó directamente en la mano.

―Por si no me ves en el bar, a lo mejor estoy en el baño esperando por ti.

Rey casi se atora con la bebida que estaba tomando de ese momento, al escuchar la respuesta tan lanzada de la morena.

―¡Maldita sea, Leo! No entiendo cómo diablos lo haces. ¿Qué clase de embrujo es ese? De verdad que no sé qué diablos te ven las mujeres a ti.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora