CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

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Sophia McAdams

—¿Qué te dijo Marcos? ―le preguntó desde que lo vio entrar.

Quiso darle la distancia y la privacidad, en esa ocasión no se detuvo, los celos habían hecho que se detuviera cuando estaba hablando con esa tal Sasha.

—Me dijo que viene una tormenta y que nos cuidáramos ―respondió él mirándola con los ojos entrecerrados, como si le estuviera evaluándo.

¿Qué habría pasado? ¿Qué le habría dicho a Marcos?

La forma de él mirarla no era con codicia, ni sexual, era algo más, como si él quisiera descubrir sus secretos, su intimidad.

Pero ella no le ocultaba nada.

—¿Tienes algo que decirme? ¿Le contaste sobre nosotros?

Nosotros.

Esa era una palabra que en su boca sabía dulce. Se había acostumbrado demasiado rápido a tener a Leo en su vida, no sabía qué le iba a deparar el futuro cuando regresaran a Manhattan, pero de momento, él estaba en su vida y quería que siguiera siendo así.

—Nada que yo no supiera.

—¿Puedes ser más específico? —le incomodaba su ambigüedad.

—¿Cómo conociste a Marcos? ―le preguntó entonces, sorprendiéndola y ella arrugó el ceño sin entender la pregunta. Leo sabía que ella había entrado a la empresa porque su padrastro había estudiado con Marcos en la universidad.

—Ya te lo dije, mi padrastro conoce a Marcos y él me refirió, sabía que yo estaba en paro y quiso ayudarme.

—¿Estás segura que fue ahí cuando viste a Marcos por primera vez? ¿El mismo día que me conociste a mí?

—¿A dónde quieres llegar, Leo?

Eran cosas que ya él sabía. Ella le había contado gran parte de su vida, universidad, relaciones, amigos, todo. Pero él jamás se había interesado en eso. No se había mostrado tan curioso sobre su vida personal, incluso cuando ella le había contado algunos detalles, como por ejemplo, donde había estudiado, cómo se había criado con su mamá hasta que James entró a sus vidas, esos eran momentos en los que Leo había estado mirando hacia otra parte o mirándola pero sin mostrar ese legítimo interés, más que el de escucharla y prestarle atención, no porque en verdad lo que ella le contara no le resultara interesante, sino porque Leo le prestaba más atención a los detalles que su cuerpo demostraba, a lo importante, a cómo ella se sentía, no a lo que había vivido antes de conocerlo.

—Respóndeme, nena. ¿Lo conociste el mismo día que entraste a la empresa?

—Claro que estoy segura. No tengo mente de pez. No seas estúpido.

Ella dejó la ropa que estaba doblando dentro de la maleta y se sentó en el borde de la cama, sus pies estaban descalzos y comenzó a juguetear con el pelo largo de la alfombra que adornaba la habitación.

El bungalow estaba hermoso y le cautivaba de una manera que deseaba tener su propia casita en la playa.

Así fuese cuando cumpliera sesenta, teniendo un gato que le robara la comida y tres hijos que le llevaran nietos cada verano.

Se obligó a enfocarse.

No sabía a dónde Leo quería llegar con todo aquel misterio, pero iba a resolverlo.

—Lo conocí el mismo día que te conocí a ti. ¿A dónde quieres llegar, Leo? No entiendo. ¿Qué te dijo Marcos por teléfono?

—Tal parece que tiene un interés por ti. —Él hizo una mueca con la boca como si aquello le molestara.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora