CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES

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Pasaron varios minutos antes de que Marcos pronunciara alguna palabra. Se quitó la chaqueta y la colgó en uno de los taburetes que estaban alrededor del desayunador. Eran solo dos y uno de ellos ya tenía un abrigo de Sophia, que ella había utilizado una semana atrás antes de irse al resort.

Necesitaba una limpieza urgente, pero aun así, en ese momento, lo único que podía sentir era la incomodidad que reinaba en el ambiente.

No le quitó los ojos de encima a Marcos, se cruzó de brazos y se recostó del refrigerador.

—¿Y bien? —preguntó.

Marcos se quitó los gemelos y los guardo en un bolsillo de la chaqueta, se recogió las mangas hasta los codos.

—No puedo seguir dándole largas a esto. Has entrado mi vida por decisión de tu madre y James. Eres una magnífica mujer, ellos han hecho un trabajo extraordinario contigo. No sabes cuántas veces...

—¿Cuántas veces quisiste verme? Ya mamá me ha dicho que intentabas acercarte y ella no te dejó. —No había razón para mentirle.

Entre su madre y James le habían dejado bastante claro que la decisión de no dejar que ella interactura con Marcos después de ser una adolescente había sido de ellos y solo de ellos.

Sin embargo, lo que le molestaba era que Marcos no los había forzado más. Lo que le irritaba era que Marcos no había buscado la manera de verla.

Irónico, considerando que él había respetado la decisión de su madre y ella lo único que deseaba era que él no lo hubiera hecho.

—Ellos dejaron de enviarme fotos tuyas cuando ya entraste la universidad —dijo él entonces—. Fui a tu graduación —confesó agachando la mirada y subiéndola al instante, con los ojos tristes y el brillo de las lágrimas en ellos—. Estabas hermosa. No quise perdérmela. Aún sin haber sido parte de tu triunfo, quise verte allí, en uno de los momentos más importantes de tu vida.

—¿Por qué no te acercaste a mí? —preguntó con lágrimas en los ojos a punto de echarse a llorar. Se mordió los labios y pestañeó para intentar que las lágrimas desaparecieran de sus ojos, pero no funcionó, sucedió todo lo contrario, las lágrimas bajaron dispuestas a hacerla ver débil delante de Marcos, hacerla ver más frágil de lo que en verdad se sentía.

No pretendía lastimarlo a él. Estaba segura que Marcos Sanders había vivido su propio infierno. Su infierno personal. Uno donde había tenido que ver a su hija crecer con su hermano como padre. Uno donde dejó ir a la mujer que amaba para ganar dinero. Él había pagado sus pecados, la vida le había puesto ese precio, él mismo se había impuesto todo aquello al alejarse de su hija y de la mujer que amaba.

—No sabes cuánto me alegró verte subir y recibir el título. Sabía que ibas a ser sobresaliente, tu madre y yo, ambos lo fuimos.

—¿Por qué no te acercaste a mí en mi graduación? ¿Sabías que...?—ella se detuvo. Lo que estaba a punto de decir era algo que jamás le había confesado a nadie, ni siquiera a su mejor amiga—. Ese día vi a mi madre y a James entre la multitud. Estaba tan feliz de que ellos estuvieran allí conmigo. La sonrisa no me cabía en el rostro, pero sabes una cosa... busqué entre la multitud con los ojos, no sabía a quién buscaba, no entendía qué buscaba, era un sentimiento extraño, hacía años que no lo tenía, cuando era pequeña me sucedía mucho, buscaba entre los padres en las actividades familiares del colegio. Así mismo en el primer día de la universidad, miré detrás del hombro de mi madre intentando ver algo que no estaba. Te busqué entre la multitud ese día en mi graduación pero no sabía qué te buscaba ti.

Marcos se pasó la mano por el cabello canoso y rubio.

—Eres un sol, Sophia, y no merezco que me buscaras este día porque no estuve la mayor parte de tu vida, no estuve ahí.

—No, Marcos. No estuviste. No la mayor parte de mi vida, no estuviste ni un solo día de mi vida. No estuviste conmigo... ―Ella sintió que iba a echarse a llorar en ese instante Aaí que se giró y se abrazó a sí misma para que Marcos no la viera llorar.

¿Por qué no podía estallar contra él? ¿Por qué no podía gritarle? ¿Por qué no podía decirle cuánto lo odiaba, cuánto odiaba que él no hubiera estado en su vida? ¿Cuánto le lastimaba saber que él era su padre y que ella había ido a trabajar a su empresa y él se había quedado de brazos cruzados sin decirle que él era su padre?

¿Por qué tantas mentiras? ¿Por qué ocultarle la verdad? ¿Por qué dejar que su madre la criara sola y pedirle luego a su hermano que se hiciera cargo de su hija?

¿Remordimiento?

Quizás.

No tenía palabras para hacer esa pregunta. No sabía cómo pronunciar las palabras.

—Sophia, no he venido aquí a lastimarte. He venido porque me he escondido por muchos años detrás de la fachada de ser un hombre fuerte y de negocios. Un empresario difícil de lastimar, he trabajado mi imagen durante más de una década. ¡Maldición! ¡He creado esta imagen por más de dos décadas! Me he conseguido un estatus que pocas personas tienen en esta maldita ciudad. ¿Pero sabes una cosa, niña? —ella escuchó como Marcos movía el taburete, pero de repente una mano se colocó en su hombro y la hizo dar un brinco del susto—. Nada de eso me es importante. Nada de eso me llena. ¿Sabes por qué? Porque tú no estás en mi vida. Porque he querido tenerte en ella y no he podido. Porque no he encontrado la manera de pedirte perdón y lo estoy haciendo ahora.

Sophia tembló de pies a cabeza al escuchar cómo Marcos casi lloraba al decir aquello.

Sophia se giró y levantó el rostro hacia él, ella estaba con las mejillas humedecida, los labios blancos de tanto apretarlos para no soltar los sollozos, el llanto que estaba apoderándose de su garganta en ese momento, de su pecho descontrolado que subía y bajaba de manera acelerada.

Vio entonces los ojos tristes de Marcos, los mismos ojos de James, estaba con lágrimas en las mejillas y aquello la destruyó.

Derrumbó todas las barreras ver a Marcos llorar como si fuese un niño al que habían lastimado, al que habían dejado solo, a criarse a la buena voluntad de Dios. Eso le hizo darse cuenta que lo había juzgado, él tenía sus problemas, sus propios pecados y en algún momento los pagaría, pagaría por haberla dejado, si es que ya no lo estaba haciendo, pero ella no era quién para juzgar sus decisiones, tampoco para juzgar las de su madre, ambos habían creído que estaban haciendo lo correcto: él alejándose de ellas por no sentirse capaz de darles una mejor vida, y su madre por no dejar que él se relacionara con ella después de ser una adolescente.

—Yo quise acercarme, quise estar ahí, pero no sabía por dónde comenzar, tenía tanto miedo. —Las lágrimas de los ojos de Marcos seguían bajando y Sophia actuó de manera impulsiva, lo abrazó y hundió la cara en su pecho.

Marcos comenzó a llorar, esta vez temblando. Él la abrazó fuerte y ella soportó el peso de tener los brazos de ese hombre mucho más alto y grande que ella rodeando su cuerpo.

Lo dejó llorar, no dijo nada, solo lo abrazó. Se dedicó a escuchar palabras que no comprendía, pero que estaba segura que salían del corazón de Marcos.

—Lo siendo, niña mía —lo escuchaba de manera entrecortada—, lo siento por no estar, por no ser lo que tú merecías, ahora me doy cuenta lo estúpido que fui.

Sophia lloraba también de manera silenciosa. Ver a un hombre llorar era algo que siempre le había resultado lastimoso y desastroso. Y más que nada, ver a Marcos deshacerse contra ella era aun peor, porque se daba cuenta de cuánto había sufrido y de cuán solo había estado por más de veinte años, ese había sido su calvario y lo que había tenido que soportar por sus malas decisiones. Pensó en James, él había tenido razón, su hermano solo había hecho lo que creía correcto, aunque con estas decisiones había afectado la vida de ella y de su madre.

Marcos Sanders no era una mala persona, solo era un humano más.

Se quedaron allí abrazados en silencio largo rato, hasta que Marcos aflojó su abrazo y Sophia se separó un poco de él, subió las manos hasta sus mejillas y las secó con sus pulgares.

Lo miro y sonrío.

—No puedo creer que... —se detuvo un momento y tragó saliva antes de pronunciar lo siguiente—, por fin te conozca realmente.


Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora