CAPITULO 13. NO LO SABIA

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Leo Sandoval

—Lo primero que te dije, Sandoval. ¡Lo único que te pedí! ―Marcos lo miraba lleno de rabia.

Era cierto, él tenía razón.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que lo siento? ¿Que me arrepiento?

—¡Quiero que me escuches, joder! ¡Quiero que cuando te hable me prestes atención! ―vociferó airado—. No eres un maldito muchacho, Sandoval. ¡Eres un jodido hombre de treinta años!

Marcos nunca le había dado una reprimenda así, mucho menos le había hablado sobre mujeres. Para Leo, su jefe era lo más reservado y metódico posible. Siempre iba un paso adelante, por eso lo admiraba y confiaba en cada decisión que Marcos tomara.

Él sabía que su jefe, que ese hombre que tenía en frente, con los ojos verdes llenos de ira y enojo, no se andaba equivocando.

Pero se había equivocado con él.

—Mi vida personal no debe de...

—¡Y una mierda! ―rugió golpeando su escritorio— ¡Carajo! Pareces un maldito crio con el cerebro en las pelotas. Esa joven entró ayer a mi compañía. ―Marcos le apuntó con el dedo índice—. ¡Mi compañía, Sandoval! Aquí tu vida personal sí importa. Me importa a mí lo que pase con mis empleados. Y tú acabas de cruzar la única línea que te pedí que no cruzaras.

—Solo fue una noche. —Carajo, se escuchaba aún peor al dejar que esas palabras salieran de sus labios―. Es decir. ―Se obligó a mirar a su jefe a los ojos, no había remedio, asumir su responsabilidad y aceptar la reprimenda como si estuviese en cuarto grado―. No quise ofenderte, ni ofender a tu compañía. Tú me has abierto las puertas de Mega iInversiones. Me has hecho el hombre que soy ahora. Te estaré eternamente agradecido.

Y era cierto, sin Marcos, sin el haberle dado la oportunidad de entrar a la empresa, Leo estaba casi seguro que no tendría un futuro muy prometedor.

Estaba solo en el mundo. Pensó que podría tener su propia familia, de crearla con Sasha, pero esta había resultado ser una mujer avariciosa y codiciosa.

—Qué bueno que lo sabes. Porque estoy harto de que quieras hacer lo que se te plazca. Me estoy cansando de gritarte, Leo. ―Marcos se arregló las solapas del traje, se acomodó el escaso cabello cortado al rape y tomó unos Kleenex y se secó el rostro―. Es mi compañía, Leo, es mía, mi esfuerzo, mi trabajo de más de veinte años.

—Jamás atentaría contra tu sudor y sacrificio. Tengo demasiado que agradecerte. —Marcos lo miró serio, con las cejas cruzadas y los labios apretados―. No es por que estés frente a mí, no es porque quiera alabarte y restarle importancia a lo que hice.

—Qué bueno que lo aclaras. Porque no te catalogo como un 'tumba polvo' ni un manipulador. ―Él hizo una pausa y soltó el aire despacio―. Al menos no conmigo, y yo soy bastante observador.

—Lo eres. ―Leo tuvo el atrevimiento de sentarse frente a Marcos―. No me interesa congraciarme contigo, ni con nadie en esta compañía ni en ninguna. Mi trabajo habla por mí, jamás he necesitado de la ayuda de nadie.

Aclarado ese punto, se sintió un poco más tranquilo.

Su orgullo era del tamaño de Kansas, él no necesitaba de la gente, la gente lo necesitaba a él.

Si alguien le había prestado su ayuda, ese era Marcos, pero tampoco se la había pedido.

—Eres muy orgulloso, hijo. Demasiado. Crees que no necesitas a nadie, y no es así. Todos necesitamos de alguien en algún momento de nuestra vida.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora