CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO

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Esa noche ninguno de los dos durmió prácticamente nada, pendientes uno del otro, de cada reacción, de cada respiración, cada movimiento que Leo hacía o que Sophia realizaba, estaban pendientes de cómo accionar frente al otro.

Se quedaron toda la noche recostados en la cama mirando al techo, la luz de la luna entrando suavemente por la ventana e iluminando la cama con delicadeza.

Habían pensado a mitad de la madrugada ponerse a ver una película en Netflix, pero la idea se cayó al momento en que ambos se levantaron de la cama a las tres de la mañana y se vieron a los ojos.

La situación no estaba para ver películas.

No estaban para compartir y comer palomitas mientras se reían de estupideces.

Ellos tenían demasiado en qué pensar.

Había algo en el ambiente, una pregunta que bailaba sobre sus cabezas y les producía migraña. Ambos la estaban pensando, torturándolos, quitándoles la gran felicidad que habían reunido al estar juntos.

Todo ese tiempo juntos había sido una sorpresa y más que nada un apoyo incondicional por parte de Leo para con ella.

Felicidad. Precisamente, juntos habían sido un equipo fenomenal, ambos lo sabían.

Sophia miró a Leo, con su cuerpo inmóvil al lado del de ella en la cama. Le dolía verlo así, le dolía verlo tan triste, tan ido, tan lejos de ella.

La mañana llegó años después, eones después de tanta tortura. Sophia siquiera se dio cuenta cuando su alarma sonó. Había pasado toda la noche pensando, calculando los días previos a su período y luego de su encuentro con Leo, así como la última vez que había estado con Hermes. Todo para no destruir lo que tenían.

Pero estaba demasiado nerviosa y angustiada como para tener fechas exactas.

Su relación con Hermes tampoco había dejado una marca en ella, no había sido trascendente, ni mucho menos le había provocado recordar el último día que habían estado juntos.

Joder si ese hombre ni podía llevarla al orgasmo.

¿Cómo diablos iba a recordar la última vez que tuvieron sexo?

Miedo, un pavor atroz que le estaba calando los huesos.

Se levantó con la luz del sol y se metió a la ducha de inmediato. Dejó que el agua recorriera su cuerpo, su cabello rojizo chocando en su espalda, salió minutos después y se detuvo frente al espejo, el cual le devolvió el reflejo de una mujer agotada, exhausta, no había nada que agotara más al cuerpo que mantener el cerebro funcionando por más de veinticuatro horas sin descansar, sin dormir, sin dejar de pensar.

Pero es que necesitaba una solución, una alternativa, necesitaba que aquello no estuviera sucediendo, estaba embarazada, pero Leo se había hecho la vasectomía. ¿Cómo era posible estar embarazada si Leo se había hecho la vasectomía? Sumada a las preguntas que había tenido el día anterior ―había descubierto que su padre era su jefe, que su madre se había casado con tu tío, los acuerdos, las informaciones, cómo Marcos había pedido disculpas mientras lloraba―, era demasiado para el corazón de Sophia.

Comenzó a llorar silenciosamente y se mordió los labios para que Leo no notara su llanto. Aunque la puerta del cuarto de baño estaba cerrada, sabía que, si él la escuchaba llorar, iba a abrirla.

Pero no quería verlo.

No quería escucharlo.

No quería que él se preocupara más de lo que ya estaba.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora