CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

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Aria miró el celular sin entender porqué su amiga no respondía.

Sophia se dio cuenta y aun así, sus manos no ejecutaron ningún movimiento.

«Muévete, tómalo», se repetía una y otra vez en el cerebro, pero su cuerpo se negaba a tomar el teléfono.

—Sophia, tu madre —volvió a repetirle Aria con las cejas levantadas extendiendo el celular.

Ella se tocó los tirantes de la blusa y subió los ojos al cielo, los cerró, apretándolos suavemente, y se abrazó a sí misma.

—¿No vas a contestar? —le preguntó su amiga― Si tienes un inconveniente es mejor que me lo digas ahora. Conozco a tu madre desde hace años, la quiero y la adoro, es una mujer excepcional, pero si estás teniendo un inconveniente con ella, es el momento para decírmelo y así poder ayudarte.

Sophia se negaba a explicarle todo lo que estaba pasando en ese momento en su vida, porque sabía que de una forma u otra, Aria encontraría la manera para decirle dos cosas: la primera; que buscaran un bate de béisbol y fueran a destrozarle el carro a Marcos; y la segunda; que al final, debía perdonar a su madre, porque era su madre y había dado lo mejor de sus años para cuidarla y llevarla por buen camino.

Los padres de Aria no habían sido tan amorosos como lo había sido su madre, Moira, y eso había maltratado durante años la autoestima de Aria Douglas.

—Nena, espero por ti. —Sophia respiró profundo. Se dio cuenta que de una forma u otra iba a tener que responderle a su madre.

Mejor tarde que nunca, se dijo.

—Dámelo. ―Extendió la mano y recibió el celular—. Mamá —respondió con un tono neutral y carente de cualquier emoción.

—¡Sophia McAdams! ¿Se puede saber qué diablos está pasando? ¿Por qué demonios no querías hablar conmigo? ¿O es que crees que el micrófono estaba silenciado? ¿Qué te pasa? —su madre explotó de inmediato y ella miró a su amiga, suplicando por una respuesta, pero lógicamente, Aria no estaba escuchando lo que su madre le había preguntado.

Su amiga comenzó a hacerle señas para que pusiera el celular en altavoz pero Sophia negó rotundamente con la cabeza.

Aquello sería darle rienda suelta a que ella entendiera lo que estaba pasando y no era el momento de compartir eso tan privado con su amiga.

Ya después cuando tuviera una respuesta afirmativa o negativa de parte de su madre, entonces solo ahí hablaría con su amiga.

—Espera, mamá. —Se colocó el teléfono a un lado para que lo que dijera no lo escuchara su madre. Sintió la tensión en el aire, pero ella aguantó, soportó la mirada inquisidora de su amiga y después de varios segundos pensando en las palabras que debía utilizar para que Aria no se ofendiera, le dijo―. Nena, por favor, ¿me das un minuto a solas? Necesito hablar algo con mi madre.

—¿Desde cuándo necesitas hablar en privado con tu madre? ¿Qué está pasando que yo no pueda saber?

—No es que tú no puedas saber. Es que en este momento necesito hablar a solas con ella. Esto es algo privado...

—¡Como quieras! —Aria se alejó de ella y se detuvo en la puerta. Se había olvidado por completo de su deseo de ayudarla. Así como había llegado su preocupación, así mismo se había visto suplantada por la ira al sentirse desplazada—. Estaré afuera si me necesitas. Si también te molesto allí, déjame saber y me voy —le contestó amargamente mientras cerraba la puerta y la dejaba sola con su llamada.

«Ya se le pasará», pensó.

En algún momento debía pasarle.

Su amiga había estado para ella en los momentos en donde había llorado desconsoladamente, donde no había tenido la cercanía y el apoyo de su madre porque había estado viviendo en ciudades diferentes. Aria había estado allí y le debía ese sentimiento recíproco.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora