EPÍLOGO

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—¿Me veo bien? —le preguntó su madre acomodando el vestido que traía puesto, lleno de rosas y colores.

Sophia sonrío. Estaba feliz de que por fin su madre y James iban a conocer a Leo. Un domingo cualquiera pero que para ella marcaría un hito en la historia con el hombre que amaba.

Ella se había puesto un vestido rosa pálido con unas sandalias de tacón corrido.

—¿Estás segura de hacer esto? ¿Está segura de querer que Marcos venga?

—Es tu padre, cariño. No puedo seguir tapando el sol con un dedo. Hace semanas cuando viniste aquí, cuando me dijiste que querías darle la oportunidad de estar en tu vida, lo vi como la cosa más grande del mundo. Te juro que estuve a punto de perder los estribos, pero me miraste con esos enormes ojos azules que tienes y supe que tú tienes el corazón más grande que yo, con más amor que dar de lo que yo tuve. Puedes darle la oportunidad a tu padre, yo misma lo intentaré.

—Si esto es muy difícil para ti, mamá, podemos decirle que no venga. Estoy segura que puedo hablar con él y decirle que lo dejemos para otro día, sé que lo entenderá. Ustedes tienen mucha historia juntos.

—No, tesoro. Tarde o temprano voy a tener que verme con el frente a frente. Han pasado muchos años desde la última vez que hablamos mirándonos a los ojos. James siempre se ha encargado de hablar con él para cualquier detalle que no pueda ser tratado vía telefónica.

Sophia abrazó a su madre fuerte y le dio un beso en la mejilla.

—Eres un sol, mamá. Tú sí que eres un sol.

—No, cariño. Tú eres la que me ha puesto así. Te juro que si hace dos meses alguien me hubiese dicho que yo iba a estar haciendo esto, te juro, Sophia, que me hubiese reído en su misma cara.

Su madre sonrió triste, las comisuras de sus labios estaban adornadas por varias arruguitas, quizás de tanto reírse, quizás de cansancio o por la edad.

—Gracias, mamá —le dijo ella de todo corazón—. Te agradezco que me des la oportunidad de tener a todas las personas que son importantes para mí reunidos en la misma casa.

—¿Ya sabes si es niña o niño? —su madre sonrió traviesa y la miró con cara de traviesa.

—¡Mamá! —grito ella— ¿Cómo lo supiste? ―le preguntó sonriendo también.

—Soy tu madre, Sophia. Te conozco a la perfección. Lo supe desde que vi que te comiste ese estofado con tantas ansias.

—Siempre como tu estofado con ansias.

—Sí, pero no así.

—Pensaba darles la sorpresa cuando estuvieran todos reunidos en el almuerzo...

—Lo sé, lo imaginé.

—¿Le contaste a James?

Su madre puso una clara cara de culpabilidad y Sophia obtuvo de inmediato la respuesta.

Claro que se lo había contado. Su madre no ocultaba nada a su marido. La relación que ambos llevaban era envidiable, quizás por eso cuando descubrió que se había enamorado de Leo, no quiso alejarse de él, porque su madre había encontrado un compañero que la comprendía y que vivía para hacerla sentir bien cada día.

—No pude guardar el secreto, cariño. Lo siento, estaba tan emocionada, que me he puesto a chillar como loca cuando Aria me llamó...

—¿¡Aria te llamó!? —gritó ella— ¡Pero Dios mío! ¿Qué voy a hacer con esta loca¡? ¡No puede guardar un solo secreto!

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora