CAPITULO 4. ¡QUE COMIENCE!

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Sophia McAdams

Se miró al espejo y se sintió cómoda como estaba vestida. Pocas veces ella solía admirar lo que había frente a ella, el reflejo de su cuerpo en el espejo era solamente la triste realidad que ella sentía día tras día, pues para Sophia, era un martirio tener que ver que sus pechos eran pequeños, tan pequeños como dos malditos limones, sus caderas estrechas y su culo, aunque un poco redondeado, era pequeño.

No se avergonzaba de lo que tenía, no era vergüenza lo que sentía, más bien era el deseo creciente, día tras día, de poder colocarse un vestido y que se ciñera por completo a su cuerpo, como lo hacía ese que se colocó, que le quedaba como un guante de látex. No había un solo espacio de su piel que el vestido no estilizara.

―Espero por tu bien, que estés lista, porque si no, vas a hacer que vaya a tu apartamento a buscarte y a sacarte, así sea por la maldita melena roja ―Aria le amenazó al otro lado de la línea.

―No hace falta que uses ese vocabulario conmigo. Ya estoy lista ―le dijo mientras se miraba una última vez.

Se había recogido el cabello en una cola alta y colocado unos tacones de color negro, dio dos vueltas más frente al espejo con el móvil en la mano. Siempre utilizaba el manos libres para así tener la oportunidad de hacer otras cosas a la vez.

Y más cuando se trataba de hablar con Aria. Definitivamente su amiga evitaba que ella pudiera concentrarse en otras cosas; mientras hablaba con ella, toda su atención debía enfocarla en Aria.

―Pues abre la puerta. Ya estoy aquí. ―Sophia sonrió levemente.

Aún no se acostumbraba a las llegadas sorpresas de su amiga. A esa chica no le importaba llegar a los lugares sin ser previamente anunciada. Debido a eso fue que descubrió que su novio Cristhian le estaba siendo infiel con la supuesta prima que él le había presentado meses atrás.

Aria quedó en un estado de depresión que le duró casi una semana. Cuando las rupturas amorosas son así tan dolorosas, habitualmente una mujer normal tarda en recuperarse entre uno a tres meses, a veces más; pero en el caso de su amiga todo era extremo, así como sus sentimientos por alguien se volvían fuertes de un día para otro, también sucedía con el olvido, la rabia y el odio, los desarrollaba a niveles extremos. El olvido le llegó una semana después, cuando sacó a ese clavo que fue Cristhian con cinco clavos más, en un hecho que Sophia ha intentado olvidar desde entonces.

Ella era abierta de mente, estaba en pleno siglo veintiuno, año dos mil diecinueve; no había cabida para esos tapujos neandertales y arcaicos. La vida se disfrutaba a la manera que una creyera conveniente.

Al menos eso decía Aria.

Sin embargo, aunque Sophia se consideraba espontánea en ocasiones, abierta a los cambios y a experimentar, jamás había tenido la oportunidad de soltarse, de dejarse ir, de dejar de frenar su ímpetu de nuevas experiencias.

Sophia siempre tenía algo que la retenía.

Según su amiga, solo no había conocido al indicado. Aunque Aria se encontraba con diferentes indicados cada año.

―Ya estás aquí ―le dijo desde que abrió la puerta.

―Va-ya ―expresó su amiga deletreando cada sílaba.

―¿Demasiado? ¿Muy justo? Me siento bien con él.

―Ya llegaron tus inseguridades. No entiendo qué te pasó, en la universidad no eras así.

―Se llama madurar Aria. Maduré, conseguí un trabajo, ahora tengo una imagen que mantener.

―Vale, como te sientas más feliz. Si quieres entramos a tu habitación, te amarramos una sábana en el cuerpo, que ruede hasta el suelo, te metemos la funda de almohada en la cabeza y de zapatos, dos fundas negras de basura. Seguro que así te sientes mejor.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora