Capítulo UNO: PRIMER DÍA

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Sophia McAdams

Sophia miró de cerca el reloj despertador y maldijo el momento en que decidió colocar la alarma tan temprano.

―¡Me lleva! ―vociferó levantándose a toda velocidad.

Pero no calculó el enredo que tenía con la sabana y terminó rodando en el suelo como tamal mal enrollado.

―¡Joder! ―chilló― ¿¡Por qué a mí!?

Era su primer día en Mega Inversiones Michaels, la compañía que manejaba el amigo de infancia de su padrastro.

Se levantó a duras penas, su rodilla había caído de golpe contra el suelo y las palmas le ardían. Comenzó a sentir un escozor en su rodilla izquierda.

―Solo esto me faltaba ―dijo al ver el hilo de sangre que bajaba de su rodilla.

Se había pegado tan fuerte, de una manera absurda, como todo lo que le sucedía en la vida.

Lamentó que para su primer día como asistente de uno de los ejecutivos más importantes de una empresa tan conocida, como lo era Mega Inversiones, había escogido un juego de chaqueta y falda Rosado pastel.

Era obvio que esa herida se destacaría como un árbol de navidad en su piel súper blanca.

Descendiente de abuelos irlandeses, de pelo rojizo como el atardecer y ojos tan azules como el cielo nublado de verano.

Ese rasguño en cuestión de minutos estaría todo enrojecido, para después pasar a un color morado, y al final, terminaría luciendo como la novia cadáver, toda herida y fea.

Se quitó la sabana de alrededor de los pies y cintura, caminó despacio y medio cojeando con dirección a la ducha.

Su teléfono celular sonó en ese mismo instante en que terminaba de sentarse en el creador de ideas, como solía llamar su hermano al inodoro.

Sophia jamás se entraba a duchar sin el celular, era su modus operandi, su paso a paso, el esquema que llevaba desde que comenzó la universidad.

―¿Qué?

―Buenos días para ti también, princesa. ―Reconoció la voz de Hermes de inmediato.

Llevaba más de un año saliendo con él, desde que aceptó una sangría en el bar cerca de donde trabajaba como secretaria.

―Hola, Hermes. ―El tema era que ya se estaba aburriendo.

Ella sentía que la vida debía ser más que un polvo ocasional los fines de semana.

¿Acaso no debía existir el fuego ardiente y el placer de lo desconocido?

Estaba segura de que merecería más que torpes orgasmos provocados e incentivado por ella misma, en la soledad y privacidad de su baño.

―Solo llamo para desearte un hermoso día, princesa. ―Mierda, hasta bostezaba escuchándolo.

Esto no debía continuar.

Pero tampoco iba a ser tan inhumana y maleducada de terminar con él por llamada.

―Gracias. ―si él fuera un poco más hábil, estaba segura que podría entender entre líneas y comprender que su relación no estaba progresando.

¡No había progresado jamás!

―Debo arreglarme ya, se me hizo tarde, la alarma no sonó cuando debía ―mintió.

Lo cierto era que había sonado y ella la pausó por media hora más, cosa que ahora se arrepentía.

―¿Qué haces ahora? ―siguió él como si nada, como si no la hubiese escuchado―. ¿Qué hace mi princesa?

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora