CAPITULO 27. EL JUGUETE

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Iba a cagarla.

Estaba segura de que iba a ser su perdición.

Quizá, lo más sensato era sencillamente recoger las cosas de la oficina, las escasas cosas que había llevado y largarse de allí, marcharse de su apartamento, regresar a donde su madre, hasta el momento en que todo se calmara y Leo no la buscara.

Se rio sarcásticamente ante ese pensamiento absurdo.

Claro que no le iba a buscar más, por más obsesionada que ella estuviera, por más que le atormentara el hecho de saber que él no iba a buscarla, debía de estar consciente de que lo de ellos había sido un polvo ocasional, justamente lo que él le había pedido y lo que ella en aquel momento había deseado.

Leo no había tenido reparos en decirle lo que él deseaba, lo que buscaba de su encuentro, tanto la primera vez como en el segundo encuentro, siempre fue preciso y real con sus deseos, nada de involucrar emociones, ella, que en un inicio había estado más que de acuerdo y dispuesta, había cambiado eso porque después de un par de días viéndolo comenzó a desearlo de una manera que casi le dolía.

Esperó pacientemente durante días, que él se acercara, que fuera hasta su escritorio y le hablara, que la mirara a los ojos y le preguntara cómo estaba, cómo estaba pasando los días en el nuevo trabajo y si había tenido algún contacto con Hermes.

Cosa que no había sucedido, pero que incluso esa pregunta, que estaba segura iría teñida de celos, ella la deseó.

Poco a poco había calculado la manera de acercarse a él, a la hora del almuerzo, mientras salían, mientras entraban al edificio de Mega iInversiones.

Parecía una loca demente intentando captar la atención de un hombre que definitivamente no deseaba tener nada más que un par de polvos con ella y que le había cerrado la puerta de sus emociones en la misma cara.

Sin embargo, Sophia no terminaba de asimilarlo, no era capaz aún de entender qué diablos había sucedido con ella para que Leo le resultará tan endemoniadamente irresistible.

Observó la maleta que tenía sobre su cama, llevaba un par de trajes de baños, vestidos de noche y vestidos de playa, había hecho uso de la tarjeta de Marcos en todo el sentido de la palabra. Él se le había facilitado después de todo, la iba a pasar en una tortura, una semana completa en compañía de un hombre tan arrogante y que tanto dolor le causaba.

Porque eso era justo lo que Leo le ocasionaba: un dolor emocional imposible de obviar y olvidar con alcohol.

Uno del que no podía determinar la razón, o quizá, ella sabía cuál era el motivo, solo que era muy ofensivo para decirlo en voz alta.

Leo Sandoval era una plaga. Una maldita y pegadiza plaga que se había colado en su cerebro y en su corazón, en ese que no estaba listo para tener una relación y, aun así, allí estaba palpitando junto a su corazón como un virus, infectándola desde adentro, no le había resultado suficiente con cogérsela como si no hubiese habido mañana, también se había metido en su cerebro para que ella jamás lo olvidara.

Tomó la llamada que entró y la puso en altavoz, sin fijarse en el nombre que mostraba la pantalla.

—¿Es cierto? ¿Te vas con Leo Sandoval a vacacionar?

Merly.

Santo cielo, no había pensado en lo que estarían murmurando en la oficina.

Todos debían estar pensando que ella era una cualquiera, una mujer fácil que ahora buscaba subir rápido follándose al mano derecha de Marcos.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora