Capítulo DOS: TARDANZA

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Leo Sandoval

Entró al baño de caballeros antes de subir al ascensor, luego de dejar los documentos pendientes de firma, sobre el escritorio de Merly. La recepcionista de la empresa era lo más novelera y dramática que conocía. La joven no le quitó de encima los ojos, mientras él se debatía internamente, si la pelirroja iba o no a responder a su provocación.

Era lo suyo.

Así calculaba cómo podía llegarles más íntimamente.

Si respondían de inmediato, con fuerza e inteligencia, significaba que iban a ser un hueso duro de roer. Esas le gustaban, las que representaban un reto para él, esas mujeres intensas y precavidas, de las que no le paraban a puestos y posiciones, de las que decían lo que pensaban sin miedo a nada.

Pero la pelirroja había resultado ser una decepción.

La mujer se limitó a darle la espalda y no caer en su prueba.

En ese momento su celular sonó, estridente y alarmante.

―Sandoval ―respondió.

―¿Dónde demonios estás? La junta ya comenzó, Marcos está que se queda calvo de tanto esperarte, tiene un anuncio sobre el hotel de la costa.

―Ya estoy aquí abajo. Dile que se tranquilice. ―Leo no se dejaba apresurar por nadie. De por sí, ya él tenía suficiente con su propia desesperación personal.

―¡Millones, Leo! ¡Más te vale que subas aquí ya! No tengo nada más que decir para cubrirte.

―No me jodas Rey. Te he cubierto la espalda en infinidad de veces. Dile que subo y punto.

―Vale.

Su amigo no podía decir nada más. Era una realidad. Él había cubierto a Rey en repetidas ocasiones.

Su amigo, el único que podía considerar como tal, era un llega tarde e impuntual recurrente. No habían sostenido ninguna reunión en Mega Inversiones a la que Rey llegara a tiempo.

Costumbre o fallo del universo, de su reloj, o sencillamente una terrible mala suerte, Leo tenía bien claro que si su vida dependiera de que Rey llegara a salvarlo, lo mejor era entregarse al creador, pues su amigo estaría disponible media hora después.

Excepto hoy.

Leo miró la hora en la pantalla de su celular último modelo (le gustaba la comodidad, sentirse bien, a gusto...) ¡Definitivamente llegaba tarde!

Salió deprisa del baño y se lavó las manos al segundo. Se detuvo a verse en el espejo rectangular que iba de extremo a extremo del lugar: estaba presentable... más que presentable, estaba impecable, como siempre.

Su traje de un diseñador italiano, hecho a medida; sus zapatos marrones, lustrados y sofisticados; su camisa blanca y su reloj Armani. Sus uñas estaban recortadas y con un poco de barniz transparente para darle más higiene y un aspecto más pulcro y cuidado.

Si había algo que Leo Sandoval odiaba eran las imperfecciones, porque gracias a eso, su familia había perdido todo. Gracias a los errores de su padre y las malas decisiones de su madre.

«No es momento de pensar en eso», se dijo molesto, por dedicarle unos segundos a sus recuerdos de infancia.

No había nada qué hacer.

Lo pasado, enterrado estaba.

Eso era ley de vida, de su vida. Era su mantra. No tenía caso darle mente a algo improductivo e innecesario.

Tomó el ascensor a los pocos minutos y subió al noveno piso del edificio, donde estaba su oficina y la de Rey. Allí, en el salón de reuniones, se encontraban los principales ejecutivos de Mega Inversiones, por ende, los mejores empleados.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora