Leo
Leo observó a la pelirroja de arriba hacia abajo, confundido se detuvo en el umbral del pasillo que conducía a su habitación y el estudio, donde pasaba horas trabajando y elaborando proyectos de compra para futuras inversiones de la empresa en la que laboraba, y en la que aspiraba a ser más que un simple empleado.
Aunque de simple no tenía nada, se corrigió.
Él se había ganado el puesto de mejor negociante y un gran activo para Mega Inversiones.
Cinco segundos. Solo cinco segundos y ya la pelirroja estaba vestida, con los tacones puestos y la mirada aprensiva.
—¿Te vas? ―le pregunto confundido.
Ella se quedó en silencio mirándolo.
Seguía duro como una maldita roca. Un polvo no había sido suficiente. Deseaba más de esa candente mujer.
Tan fuerte y a la vez tan sabrosa y dadivosa.
—Yo... ―ella miró la puerta con la cabeza agachada.
—¿Tú...? ―la estaba tentando, molestándola, picándola a ver si mordía el anzuelo.
Pero al ella mirarlo, solo vio remordimiento en sus ojos.
No estaba acostumbrado a que las mujeres se arrepintieran de tener sexo con él, mucho menos después de experimentar un buen rato de placer desinhibido como el que ellos dos habían tenido en su cocina.
A sus treinta años nunca había tenido sexo en la cocina, no se le había ocurrido, pero tampoco había llevado a nadie a su apartamento, al menos no a ninguna mujer con la que solo fuera a disfrutar un poco de sexo casual.
Solo Sasha había entrado a su apartamento.
Borró ese pensamiento de su cabeza con toda la fuerza de voluntad que tenía, y se concentró en la mujer de piel blanca como la leche y pelo rojo como el fuego.
Y joder que ella era literalmente como el fuego. Puro fuego con sus manos y su boca.
Recordó la escena en el baño del club y su miembro palpitó como si asintiera ante la idea que se estaba desarrollando en lo profundo de su cerebro.
Necesitaba tenerla otra vez.
Si sus dos cerebros pensaban la misma cosa, estando de acuerdo y sintiendo que era lo correcto, definitivamente debía hacerles caso.
—Necesito irme ―ella apretó el pequeño bolso contra su pecho y volvió a mirar su mano en el pomo de la puerta.
Leo se acercó a ella, sin importar que estuviera desnudo y que su sexo estuviera a la espera de acción. A él le gustaba estar cómodo, y habían pocas cosas que lo hicieran sentir incómodo.
Su sexualidad no era una de esas.
—¿Acaso no te divertiste?
Pues claro que se había divertido! Aun podía escuchar sus gritos llenos de placer y sensualidad. ¿Qué clase de pregunta estaba haciendo?
Si había una cosa que él tenía bastante clara, era que no había mujer sobre la faz de la tierra, a la que él hubiera tenido bajo su cuerpo o encima de él, que no se hubiera gozado y venido de manera escandalosa y placentera.
La pelirroja no era la excepción.
—Mira, Leo, esto... ―ella lo señaló y se apuntó a si misma efusivamente―... no estuvo bien...
―¡Oh no, preciosa! Esto... ―Él hizo el mismo gesto, cuando llego hacia ella—Estuvo más que bien. Así que permíteme decir que difiero. Tus gritos en mi oído son una clara confirmación de que te gustó y que quieres volver a venirte conmigo.
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Sí, seré Tuya
RomanceLEO SANDOVAL, UN HOMBRE ARROGANTE Y SEGURO DE SÍ MISMO. TRABAJA DURO Y SIEMPRE OBTIENE LO QUE QUIERE. DEBAJO DE SU FACHADA DE HOMBRE IMPLACABLE DE NEGOCIOS, SE ESCONDE UN HOMBRE CON TRAUMAS DE INFANCIA. SOPHIA MCADAMS LLEGÓ PARA PONER EL MUNDO DE...