CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

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Aria y Sophia llegaron a la casa de Moira McAdams pasada las doce del mediodía, se habían detenido almorzar antes de llegar, Sophia no quería pasar mucho tiempo en la casa que había amado tanto. Se encontraba entre la espada y la pared. Sus sentimientos, su amor por su madre y por James, le impedía odiarlos por completo.

Odiar. Esa era una palabra que jamás pensó utilizar con su familia. Ellos dos eran la única familia que tenía y ahora se debatía entre perdonarlos, escucharlos o simplemente arremeter contra ellos por haberle mentido durante años.

¿Qué habían ganado con todo aquello? Esa era una de las preguntas que se había estado haciendo durante todo el trayecto.

¿Qué habían conseguido al ocultarle que Marcos era su padre? ¿Cuántas veces, de niña, ella había preguntado dónde estaba su padre verdadero?

Sabía que James era su padrastro, siempre lo supo, su madre no la obligó a llamarlo papá y él tampoco se lo pidió, aunque él fuera la figura paterna con la que creció y lo consideraba su padre, sabía que era otro con el que su madre la había concebido.

—Todo estará bien —le repitió su amiga al bajarse del taxi.

—Eso espero —murmuró ella mientras se colgaba la cartera y guardaba el celular dentro de esta.

Llevaba puesto unos vaqueros de color rojo, unas botas marrones que le llegaban a la mitad de las piernas y una blusa beige con las mangas largas. Aria, en cambio, había ido a ducharse a su departamento, llevaba un vestido corto muy por encima de los muslos. día que den haber sido porque debajo tenía unas leggins acolchadas en algodón que cubrieron sus piernas y unas botas negras que también la protegían del frío. Poco a poco se detuvieron frente a la puerta y su amiga le puso una mano sobre los hombros y la apretó suavemente.

―Trátalos con calma, ya saben que vienes. Ellos solamente querían lo mejor para ti, no comiences a expulsarlos sin haber escuchado nada.

―Estás aquí para ser mi apoyo no para defenderlos.

―Tampoco soy la responsable de tu desgracia ―le dijo mirándola con las cejas enarcadas.

―Hasta tú misma admites que es una maldita desgracia.

―No pongas palabras en mi boca ―refunfuñó Aria, haciéndose la ofendida―. Ya sabes a lo que me refiero, deja tu bobería para cuando llegues frente a tu madre.

En ese momento la puerta se abrió, su madre abrió los ojos de par en par y estos se iluminaron para luego pasar a la tristeza, todo en fracción de segundo, allí estaba el dolor que ya había escuchado en la llamada telefónica el día anterior, era inminente hablar sobre el tema.

Su mamá la saludó, luego se retorció las manos y Aria las miró de una a la otra.

―¡Ay por él amor de Dios! ―exclamó debido a la estupidez de su amiga. Abrazó a su madre y esta le devolvió el gesto, pero sin quitarle los ojos de encima a Sophia, la cual se cruzó de brazos y apretó los labios. No iba a ponérselo fácil, amaba a su madre, definitivamente odiar no iba a ser la palabra que emplearía para definir su relación con la persona que había dejado todo para darle una mejor vida pero tampoco iba a dejárselo tan sencillo; le había mentido por años, por toda su vida, debía darle una buena explicación si quería que las cosas volvieran a su cauce.

―Moira, ¿Quién es?

Escuchó la voz de James y se preparó para la misma cara de sorpresa que había puesto su madre.

―Son las niñas. Ya llegaron.

Aria era considerada en la casa de su madre como una hija más, conociéndose desde la universidad, más de cinco años visitándose la una a la otra y pasándose fines de semana, habían pasado por demasiado juntas y su madre lo sabía.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora