CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

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Subieron a su apartamento caminando sin prisa en dirección al ascensor. Luego de subirse y pinchar el botón del piso de Leo, este se detuvo frente a la puerta, y Marcos, por un momento, miró a Leo con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿No vas a entrar? Dijiste que querías invitarme a tomar algo.

—Estamos en tu departamento, técnicamente no te estoy invitando, Leo. Ya sabes por qué estoy aquí.

—No, no sé por qué estás aquí. La verdad no tengo la menor idea. Porque sabiendo que acabo de llegar de un maldito vuelo de casi cuatro horas y pasado una semana en un jodido hotel, investigando información para ti, quieres venir a mi casa para compartir un maldito trago. No, Marcos, no tengo idea de a qué viniste. —No iba a irse con rodeos su jefe.

Lo conocía lo suficiente como para saber cuándo no estaba de humor.

—¿Qué es lo que está pasando, Marcos? ¿Vas a ser honesto o vas a seguir jugando este estúpido juego de niños? ¿Qué es lo que te traes con Sophia? —él tenía sus sospechas, pero nunca había sido hombre de dar las primeras palabras.

Las batallas debían de librarse de manera pensante. Cuando una persona tenía un contrincante, nunca debía de enfrentarse dejando ver todas sus armas en el primer encuentro.

—¿Qué es lo que sabes tú? —preguntó en cambio Marcos. Leo abrió la puerta y no le importó si Marcos lo seguía hasta dentro de su departamento.

Se aflojó un poco la corbata y dejó la maleta en un rincón de la sala. Se fue directo hasta el minibar, donde sacó una botella con un líquido ambarino, ese que tanto le gustaba, rellenó hasta la mitad los dos vasos tipo roca de Macallan 1926 y se fue caminando despacio hacia Marcos.

—Salud —le dijo mientras le entregaba la copa.

—Salud —brindó Marcos.

—Entonces, ¿qué me vas a decir?

—¿Para qué diablos viniste hasta mi departamento?

—¿Cuáles son tus intenciones con Sophia? —preguntó el hombre mientras tomaba asiento en uno de sus sofás en piel—. ¿Qué es lo que quieres con ella?

—Eso no es tu problema, viejo —le dijo sonriendo mientras le daba un trago a su Macallan. Estaba tentándolo, incitándolo a que dijera de una vez y por todas lo que en verdad estaba sucediendo allí.

Marcos lo miró fijamente a los ojos, y entonces, para sorpresa de Leo este sonrió.

—¿Sabes una cosa, chico? Cuando tú creías que ibas hacia la meta con los documentos hechos, hacía tiempo que los terrenos estaban vendidos y firmados, solo necesitando un mensajero que transportara el papeleo.

—¿A qué te refieres? —le preguntó sin entender bien la analogía.

—Me refiero a que sé lo que estás ocultando.

—¿Yo estoy ocultando algo? ―Leo se carcajeó—. ¿Ahora soy yo el que oculta algo? Te recuerdo que tú fuiste quien llamó en mitad de una tormenta para que yo mantuviera segura a Sophia.

—¿Lo sabes entonces? —confirmó Marcos dándole un sorbo a su whisky.

—Lo sé —afirmó leo.

—Muy bien. ¿A ese nivel de compenetración estás con ella?

—Ahora mismo es lo más importante que tengo en mi vida —respondió sin dudarlo—. Esa mujer es irritante, es obtusa. Es tan...

—Es tan Sophia que a veces molesta.

Aquello le sorprendió.

Pues precisamente eso era lo que pensaba.

Sí, seré TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora