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Christopher.

—Hermano...—Patrick me aparta de los escoltas y mis ojos siguen fijos en el auto de Hailey alejándose.

Estoy en el sitio, con un maldito fuego en el pecho que duele más de lo que cualquier cosa haya dolido en mi vida.

Podría recibir mil y un balas, podría recibir una maldita golpiza o ser torturado; y aún así nada se compararía con el dolor que se extiende por mi pecho. Ese mismo dolor que me dice que la jodí en grande, aplasté entre mis manos lo que se suponía debía cuidar.

Y ahora... por primera vez en años, estoy en el limbo.

Ninguna palabra sale de mis labios, porque no tengo nada que decir ante la forma en la que herí a una de las personas que se supone debía cuidar. No tengo nada que decir ante el dolor desgarrador que vi en su rostro cuando por fin me miró y luego esa rabia que solo me perforó tan profundo que el dolor no me deja hacer absolutamente nada más que ver el auto desaparecer.

»Christopher, ella se fue. —La voz de Patrick es lejana—. Vámonos, ya no hay nada que puedas hacer, hermano. Lo siento.

Me siento como si estuviera drogado. Todo a mi alrededor comienza a verse borroso y mi cabeza comienza a dar vueltas. Mi estómago se revuelve mientras me dejo llevar hacia algún lado.

Creo que es el auto, pero poco me importa porque recuesto mi cabeza en alguna superficie detrás y cierro los ojos, llevándome la mano al tatuaje que tengo en mi pectoral y quema como si estuviera en llamas.

Sus ojos. Sus malditos ojos verdes no me abandonan. Puedo verlos llenos de lágrimas, de dolor, de ira y decepción; de tantos sentimientos que solo me causan más dolor.

Debí callar, joder. Debí callar en lugar de decir ese montón de cosas estúpidas que solo resultaron en causar un maldito incendio que quemó las cosas entre nosotros; que me quema a mi por dentro.

Siento que la bilis me sube por la garganta, y en el momento en que abro los ojos y soy consciente de que estoy en mi auto, ni siquiera me detengo, abro la puerta causando un frenazo antes de vaciar mi estómago en la carretera, sintiendo mi garganta arder con cada ola de vomito que llega una detrás de la otra como si mi propio cuerpo estuviera rechazando la idea de que acabo de perder a la única mujer que amo, y la única que me interesa amar.

—La perdí. —Las palabras me salen rotas, y me causa una enorme oleada de rabia lo débil que me siento. Por mi propia culpa.

—Lo hiciste. —Patrick nunca se caracterizó por la maldita sutileza—. Y es tu culpa. Probablemente no necesites escucharlo ahora mismo, pero como tu amigo, y su amigo, no pienso mentir.

»Cuando se está en una relación, sobretodo en un matrimonio con un hijo, hay que ser consciente de lo que puedes perder—dice cuando cierro la puerta y abro la guantera, sacando la botella de whisky que me empino bajo la mirada de reproche del Mexicano. «Puede irse a la mierda»—. Tú nunca maduraste, Christopher, y por eso mismo es que perdiste a Hailey.

Mi cuerpo está tan adormecido por el dolor que no se va que ni siquiera me molesto en intentar golpearlo por la realidad de sus palabras que solo aumentan ese dolor que merezco.

»Te preocupas por ti y solo por ti, por eso lanzas palabras en las que ni siquiera te detienes un segundo a pensar. —Me pasa un pañuelo con el que me limpio antes de beber otro trago de Jack Daniels—. Y eso no es amor. No la amabas lo suficiente como para cuidar de sus sentimientos, de su corazón.

—Lo hice—gruño y él resopla.

—No, no lo hiciste. —Niega—. Ella te ama tanto que no es capaz de decirte lo que todos pensamos porque sabe que eso sería herirte de una forma demasiado profunda. Y a excepción de ti, ella no quiere causarte daño incluso si tú le causaste un mayor daño a ella.

Aprieto los dientes, sintiendo que lo hago con tanta fuerza que podría romperme la jodida mandíbula en cualquier momento.

—¿Y qué es eso?—cuestiono.

—Que te convertiste en tu peor miedo, Christopher. —Me mira, y el peso de lo que sé que se avecina cae sobre mis hombros—. Te convertiste en tu padre. En lo que tanto odiaste por años.

Trago grueso, sintiendo que la saliva se me vuelve incluso más amarga que el trago que vuelvo a empinarme, sintiendo que esas palabras chocan contra mi como un golpe bien atestado.

»En tu afán por ser ministro, descuidaste tu matrimonio, igual que lo hizo Alex Morgan con su afán de ascender. —Sigue echándole sal a la herida—. Heriste a Hailey tan profundamente como lo hizo tu padre con Sara. Y convertiste a Makayla en lo que tú fuiste, Christopher. —Me palmea el hombro y se lo aparto de un manotazo que lo hace respirar profundo—. Espero que al menos puedas arreglarlo con tu hija antes de que sea tarde. No seas como los padres que tanto daño te hicieron. —La decepción en sus ojos mientras me mira me hace fruncir el ceño—. Ya que es demasiado tarde para no ser como tu padre.

No digo nada, porque ni siquiera un insulto me sale. Porque las palabras me dejan tan en blanco que lo único que puedo hacer es mirar al frente mientras el rubio vuelve a acelerar el auto.

¿Me convertí en Alex? ¿Herí a Hailey tanto que no solo repetí mi patrón, sino también el suyo con su padre? ¿Hice exactamente lo que me juré y le juré que no iba a hacernos?

Maldición.

El dolor es opacado por rabia, por una enorme oleada de rabia que me hace apretar las manos en puños cuando Patrick estaciona frente a la casa.

Camino escaleras arriba, entrando a la oficina, mi oficina. Y lo primero que me encuentro es esa foto enmarcada puesta en el escritorio, esa foto de Hailey y yo en nuestra primera cita, esa misma dónde le juré que yo iba a cuidarla.

Me acerco al bar y me sirvo el whisky que bebo de golpe, soltando un grito rabioso antes de estrellar el vaso contra la pared.

No siento el más mínimo de desahogo, pero aún así camino hacia mi escritorio, tomando la laptop que tiene el mismo destino que el vaso; los papeles que lanzo por todos lados, la silla que lanzo contra la ventana, la mesa de cristal que estrello contra la pared.

Todo. Siento tanta rabia por dentro que no me detengo a pensar en absolutamente nada mientras destruyo mi oficina, escuchando pedazos de vidrio romperse, sintiendo astillas de madera clavarse en mi piel cuando derribo cuadros.

Solo dolor. Dolor y más dolor mezclado con rabia es todo lo que siento, es lo único en lo que pienso mientras las palabras «Igual a Alex» pasan por mi cabeza repitiéndose como un maldito disco rayado.

Tomo la última cosa en pie en mi mano, y logro distinguir esa misma foto que vi cuando entre.

Mis rodillas me fallan y caigo al piso, sosteniendo la foto en mi mano mientras mis ojos se humedecen. A pesar de que me juré hace años guardarme esto, no puedo evitar las lágrimas que empiezan a caer por mis mejillas, sintiendo en mi pecho un enorme vacío.

Qué hice, joder.

—Lo siento—le murmuro a la Hailey de la foto. Le fallé a ella, me fallé a mi y le fallé a nuestra hija.

Recovering love [Christopher Morgan] ¡Pausada!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora