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—Si, está rico ¿verdad?—río cuando Makayla mete un poco del puré de papas con pollo a su boca y se lame la mano—. Mírate, pareces una pequeña loca, hija mía.

Tiene toda la cara embarrada de puré, su cabellito negro también y sigue echándose como si fuese crema humectante.

Makayla es como mi pequeño rayito de sol. Ella es sonriente, alegre, le gusta muchísimo jugar y ensuciarse. Ella siempre va a estar feliz, y cuando no es fácil hacerla sonreír.

Es mi tesoro, es lo mejor que me pudo dar la vida y... Christopher. Esa pequeña es lo mejor que él ha hecho (o contribuido a hacer, porque fui yo quien la llevó nueve meses y estuvo en trabajo de parto veinte horas para darla a luz).

Mi embarazo fue de lo más maravilloso. Todos amábamos mi embarazo, fue tranquilo y lleno de antojos, casi nada de momentos malos y eso es una bendición porque, según mi madre, yo fui un verdadero dolor de cabeza.

Y cuando pienso en todo eso, me pregunto ¿por qué Christopher no siente al respecto lo mismo que yo? ¿O lo siente y el trabajo lo cegó tanto que también se perdió con su propia hija? Me gustaría creer que es la segunda, pero también me regaño por pecar de ingenua.

Cuando hizo lo que hizo yo... me tomó muchísimo volver a confiar en él. Ya no quería dejarlo a solas con ella sin importar lo que estuviera pasando y poco me importaba que él se enojara u ofendiera. Yo estaba, estoy, en mi derecho de desconfiar de él.

Creo que él no lo entiende. Creo que él hará lo de excusar cada situación con alguna tontería y exactamente por eso no quiero escucharlo. Porque eso solo agrandaría el vacío que dejó en mi.

Tan grande, un vacío que solo mi hija puede llenar.

—Te ves pensativa—la voz de Reece me sorprende y miro sobre mi hombro para verlo entrar a la cocina—. Ivan me dejó entrar.

Asiento.

—No hay problema—suspiro, parpadeando para alejar las lágrimas que quieren escaparse de mis ojos.

Él aprieta los labios y se sienta a mi lado.

—¿Sabes? Desde que te conocí te volviste una persona muy especial en mi vida—acaricia mi cabello y yo le ofrezco una sonrisa—. Te veía a ti y... veía a la hija que siempre quise tener. Pero que la vida nunca me permitió.

Trago grueso.

Reece Morgan ha sido una figura paterna desde que lo conocí. La gente suele creer que es algo más por su personalidad coqueta, pero no, él... me adoptó de forma metafórica, me protegió bajo su ala cada momento desde que nos conocimos.

A veces odio ese hecho. A veces odio que nos pregunten qué somos porque detesto que vean a alguien como Reece solo como un sex symbol. Reece es un hombre adulto, es más que un coqueto que le sonríe a todas las mujeres.

Reece Morgan tiene un instinto paternal. Es un mejor amigo y consejero que siempre sabe qué decir, siempre sabe como hacerte sentir mejor o como hacerte razonar. Es un profesional de primera y es de los mejores soldados que tenemos.

Es más que un maldito símbolo sexual, joder. Y lo odio. Pero él no, no le molesta, así que aprendí a callar y sonreír. Como él.

»Y entonces comenzaste a salir con mi sobrino—sigue y río—. Recuerdo pensar "esa niña está loca" pero ustedes estaban tan enamorados que confié en la vida y dejé que todo siguiera su curso.

»Y ahora estás aquí, con tu pequeña—pellizca suavemente la mejilla de Makayla y ella ríe—, pensando en él. ¿No es así?

Los ojos se me llenan de lágrimas y él suspira antes de rodearme con sus brazos y atraerme a su pecho.

—Amar a un Morgan es una maldición—repito las palabras que algún día me dijo Sara—. Ellos siempre encuentran la forma de joderte. Y él... me jodió muy profundo, Reece. Tan profundo que... me odio por amarlo incluso así.

Ojalá todo hubiera sido diferente. Ojalá no hubiéramos terminado en... un sueño roto y un divorcio.

Él tendrá otra, se enamorará y yo probablemente siga aquí, llorando porque él no me amaba tanto como yo a él. No significó tanto para él como para mi.

—Nosotros no mandamos sobre el amor, pequeña—besa mi cabeza mientras acaricia mi cabello—. No controlamos cuando amar y cuando no. Y el amor puede ser una bendición o una maldición, dependiendo de lo que tú permitas que sea.

»Vive tu dolor, Hailey—aconseja—. Llora todo lo que quieras, grítale, golpea un maldito saco de boxeo... saca hasta que ya no quede nada y te prometo que todo se aclarará.

—¿Y cuánto tiempo me tomará sacarlo?—pregunto

—No lo sé—apoya sus labios en mi sien—. No sé lo que hizo, pero debió ser lo suficientemente grave como para que te estés comiendo tanto la cabeza. ¿Es imperdonable?

Dudo.

No lo sé. Supongo.

Es que... me duele tanto que me gustaría simplemente correr a sus brazos y hacer como que nada pasó. Pero fue tan grave que el amor se mezcla con un profundo rencor.

No hay justificación alguna para lo que hizo. Para abandonarme, para abandonar a su hija y todo lo que nos llevó tiempo construir.

—Es imperdonable—asiento

—¿Y por qué dudaste?

—Porque lo sigo amando, pero al mismo tiempo sé que lo que hizo estuvo tan mal, Reece, que no podría seguir adelante si volviera con él.

Asiente.

—Entonces mi único consejo, pequeña—toma mi rostro en sus manos—, es que vivas tu duelo. Vive tu divorcio, y espero que entiendas que, lo que sea que haya hecho, no es tu culpa. Es suya.

—Lo sé—me inclino y beso su mejilla antes de abrazarlo—. Lo amo tanto, Reece... ¿por qué tuvo que hacerme esto?—no puedo contener el sollozo que da paso a las lágrimas

Y eso da paso a Reece sosteniéndome en sus brazos mientras lloro, mientras maldigo a Christopher por hacerme amarlo incondicionalmente para luego estrellarme contra el piso.

Porque me habría gustado que fuera solo él. Me habría gustado pasar el resto de mi vida con Christopher, amándolo. Pero eso ya no es posible. Ese sueño ya no se puede hacer realidad.

Recovering love [Christopher Morgan] ¡Pausada!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora