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El sol apenas había comenzado a asomarse por las ventanas cuando me desperté sintiéndome extrañamente mal. Mi estómago se retorcía con una sensación de náuseas, y un dolor sordo pulsaba en mi abdomen. Intenté levantarme de la cama, pero una oleada de mareo me obligó a sentarme de nuevo. Nico todavía dormía a mi lado, su respiración suave y rítmica.

Me acerqué con cuidado y lo sacudí ligeramente.

—Nico... me siento fatal —susurré, tratando de no alarmarlo.

Él abrió los ojos lentamente, pero al ver mi rostro pálido y contorsionado por el dolor, se incorporó de inmediato.

—Sara, ¿qué pasa? —preguntó, su voz llena de preocupación.

—No lo sé. Me duele mucho el abdomen y estoy mareada —respondí, tratando de mantener la calma.

Nico se levantó rápidamente y me ayudó a ponerme de pie. Mientras me llevaba al baño, noté algo que hizo que mi corazón se detuviera: sangre. Una mancha roja se extendía en mis pantalones de pijama, y supe que algo estaba muy mal.

—Nico... estoy sangrando —dije, mi voz quebrándose.

El pánico se reflejó en sus ojos, pero intentó mantenerse tranquilo por mi bien.

—Tenemos que ir al médico, ahora mismo —dijo, ayudándome a cambiarme de ropa lo más rápido posible.

El viaje al hospital fue un borrón de ansiedad y miedo. Nico conducía tan rápido como podía, sus manos apretando el volante con fuerza. Yo me aferraba a mi vientre, rezando para que nuestro bebé estuviera bien. La preocupación y el miedo me envolvían, y traté de no pensar en lo peor.

Cuando llegamos al hospital, nos atendieron de inmediato. Me llevaron a una sala de urgencias, donde me hicieron varias pruebas y exámenes. Nico estaba a mi lado todo el tiempo, sosteniendo mi mano y susurrándome palabras de aliento. Podía ver la preocupación en su rostro, y eso solo aumentaba mi propio temor.

Después de lo que pareció una eternidad, el médico entró en la habitación con una expresión grave.

—Señora Aguirre, señor Williams —dijo, mirando a ambos—. Tengo malas noticias. Lamentablemente, ha sufrido un aborto espontáneo. El embarazo no llegó a término.

El mundo se detuvo. Las palabras del médico resonaron en mi mente, pero no podía procesarlas. Sentí como si alguien me hubiera golpeado en el pecho, y el dolor emocional superó al físico.

—¿Qué...? ¿Qué significa eso? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Lo siento mucho —dijo el médico, su voz llena de compasión—. Ha perdido al bebé. Estaba de aproximadamente un mes de gestación.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, y sentí que mi mundo se derrumbaba. Nico me abrazó con fuerza, sus propios ojos llenos de lágrimas.

—Sara, lo siento tanto —susurró, su voz rota por el dolor.

Nos quedamos abrazados, llorando juntos por la pérdida de nuestro bebé. El dolor era indescriptible, una mezcla de tristeza, rabia y desesperación. No podía entender por qué nos había pasado esto, por qué habíamos perdido algo tan precioso.

Después de un rato, el médico nos dejó solos para que pudiéramos procesar la noticia. Sentí que el peso del mundo caía sobre mis hombros, y no sabía cómo seguir adelante.

—¿Cómo vamos a superar esto, Nico? —pregunté, mi voz temblando.

—No lo sé, Sara. Pero lo haremos juntos. Siempre juntos —respondió, besando mi frente con ternura.

Pasamos las siguientes horas en el hospital, donde me hicieron algunos procedimientos para asegurar que no hubiera complicaciones adicionales. Cuando finalmente nos dieron de alta, Nico me llevó a casa. La casa que había sido un lugar de alegría y esperanza ahora se sentía vacía y desolada.

Mis padres, Begoña e Iván, llegaron tan pronto como supieron lo que había pasado. Sus rostros estaban llenos de tristeza y preocupación, pero trataron de ser fuertes por mí.

—Mi niña, lo siento tanto —dijo mi madre, abrazándome con fuerza.

—Estamos aquí para ti, Sara. Todo va a estar bien —dijo mi padre, acariciando mi cabello con ternura.

Los padres de Nico, Félix y María, también vinieron a nuestra casa. Trajeron a Iñaki y Patricia, quienes se unieron a nosotros en nuestro dolor. La casa estaba llena de familiares, todos tratando de apoyarnos en este momento difícil.

—Sara, Nico, estamos aquí para ustedes. Lo siento mucho —dijo Félix, abrazándonos a ambos.

—Vamos a superar esto juntos, como una familia —dijo María, con lágrimas en los ojos.

Nos sentamos todos en la sala de estar, tratando de encontrar consuelo en la compañía de los seres queridos. Hugo, mi hermano pequeño, se acercó a mí con una expresión de confusión y tristeza.

—Sara, ¿estás bien? —preguntó, sus ojos grandes y llenos de preocupación.

—No, Hugo. No estoy bien, pero lo estaré. Gracias por estar aquí —respondí, abrazándolo con fuerza.

Pasamos el día en silencio, hablando a ratos, pero principalmente llorando y abrazándonos. Cada palabra de consuelo, cada gesto de amor, era un recordatorio de que no estábamos solos. Pero el dolor seguía allí, un vacío en mi corazón que no podía llenar.

Nico y yo pasamos la noche abrazados en la cama, sin poder dormir. Sentía su dolor tanto como el mío, y eso me rompía aún más el corazón. Intentamos consolarnos mutuamente, pero ambos sabíamos que este sería un proceso largo y difícil.

—Sara, sé que esto es muy duro, pero quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti. No importa lo que pase, te amo y siempre te amaré —dijo Nico, su voz quebrada por la emoción.

—Yo también te amo, Nico. Y agradezco tenerte a mi lado. Juntos, encontraremos la manera de superar esto —respondí, acariciando su rostro con ternura.

Los días siguientes fueron una prueba de resistencia emocional. El dolor de la pérdida no desaparecía, pero poco a poco, empezamos a encontrar momentos de consuelo y esperanza. Nuestra familia y amigos estaban siempre presentes, ofreciéndonos apoyo y amor incondicional.

Un día, mientras estábamos sentados en el jardín, Nico me tomó la mano y me miró a los ojos.

—Sara, sé que esto ha sido increíblemente difícil, pero quiero que sepas que sigo creyendo en nosotros, en nuestro futuro. Y cuando estés lista, quiero que sigamos adelante juntos, con la esperanza de construir la familia que soñamos —dijo, su voz llena de determinación.

Sentí una oleada de amor por él. A pesar del dolor, supe que tenía razón. Nuestro amor era fuerte, y juntos, podíamos superar cualquier cosa.

—Gracias, Nico. Gracias por no rendirte. Prometo que encontraremos la manera de seguir adelante, juntos —respondí, apretando su mano.

Con el tiempo, el dolor se volvió más manejable. La herida en nuestro corazón nunca desaparecería por completo, pero aprendimos a vivir con ella, a encontrar fuerzas en nuestro amor y en el apoyo de nuestra familia. Cada día era un paso hacia adelante, un paso hacia la sanación.

Nico y yo seguimos adelante, manteniendo viva la esperanza de un futuro brillante. Y aunque la pérdida de nuestro bebé siempre sería una parte de nuestra historia, sabíamos que nuestro amor y nuestra determinación nos guiarían hacia días mejores.

La vida nos había dado un golpe duro, pero también nos había mostrado la fortaleza de nuestro vínculo y la importancia de la familia. Y con esa fuerza, estábamos listos para enfrentar cualquier desafío que el futuro nos deparara, juntos.

No todo es siempre perfecto, ya sabéis darle ⭐, vos estimee.

DESTINO//NICO WILLIAMS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora