3 Formas de pensar distintas

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Billie me ayudó a adaptarme.
La escuela era grande y había muchísimas actividades entre las que escoger. Me mostró las aulas de los distintos cursos, me acompañó a todas las clases y me presentó a los profesores. Procuré no estar demasiado encima de ella, porque no quería ser una carga, pero me dijo que, al contrario, que le encantaba hacerme compañía. Cuando escuché esas palabras, me pareció que el corazón se me apretujaba de felicidad; aquella era una sensación que nunca hasta entonces había conocido. Billie era amable y servicial, dos cualidades que no abundaban en el lugar del que yo procedía.
En cuanto la campana señaló el final de las clases, salimos juntas del aula, ella se pasó por la cabeza un largo cordón de cuero y a continuación liberó de la correa algunos mechones de pelo rizado.
—¿Una cámara fotográfica?
Estudié con interés aquel objeto que ahora colgaba de su cuello y ella se iluminó de alegría.
—¡Es una Polaroid! ¿Nunca habías visto una? Esta me la regalaron mis

padres hace muchísimo tiempo. ¡Me encantan las fotos, tengo la habitación tapizada de imágenes! Mi abuela dice que tengo que dejar de llenar las paredes, pero siempre la encuentro quitándoles el polvo mientras silba... y, al final, se olvida de lo que me había dicho.
Traté de seguir su parloteo con atención y al mismo tiempo no acabar echándome encima de la gente; no estaba acostumbrada a aquel trajín tan intenso. Pero a Billie no parecía importarle demasiado: siguió hablándome como una cotorra mientras se chocaba con unos y con otros.
—... Me gusta fotografiar a la gente, es interesante ver los movimientos del rostro inmortalizados en una película. Miki siempre esconde la cara cuando lo intento con ella. Es tan mona que es una lástima, pero no le gusta... ¡Oh, mira, ahí está! —Alzó un brazo, eufórica—. ¡Miki!
Traté de distinguir a esa fantasmal amiga de la que me había estado hablando toda la mañana, pero aún no me había dado tiempo a localizarla cuando Billie ya estaba tirando de la correa de mi mochila, arrastrándome entre la gente.
—¡Ven, Nica! ¡Ven a conocerla!
Traté de seguirle el paso a duras penas, pero solo logré llevarme unos cuantos pisotones.
—¡Oh, ya verás como te gusta! —me comentó emocionada—. Miki sí que sabe ser un encanto. ¡Es tan sensible...! ¿Ya te he dicho que es mi mejor amiga?
Traté de asentir, pero Billie me dio otro tirón, apremiándome para que siguiera avanzando. Cuando, después de muchos empujones, llegamos junto a su amiga, tomó impulso y se plantó detrás de ella dando un saltito.
—¡Hola! —gorjeó, pletórica— ¿Qué tal ha ido la clase? ¿Has tenido Educación Física con los de la sección D? ¡Esta es Nica!
Me empujó hacia delante y por poco no me golpeo la nariz con la puerta abierta de una taquilla.
Una mano surgió del metal y la apartó.

«Un encanto», había dicho Billie, y me preparé para sonreírle.
Ante mí aparecieron unos ojos densamente maquillados. Pertenecían a un rostro atractivo y más bien anguloso, con una espesa mata de pelo negro que desaparecía bajo la capucha de una amplia sudadera. Un piercing aprisionaba su ceja izquierda y sus labios estaban ocupados en mascar ruidosamente un chicle.
Miki me miró sin mostrar interés y se limitó a observarme un instante. Después se acomodó la correa de la mochila en el hombro y cerró la puerta con un golpe que me sobresaltó. Nos dio la espalda y se alejó por el pasillo.
—Oh, tranquila, siempre hace lo mismo —canturreó Billie, mientras yo permanecía fosilizada y con los ojos como platos—. Entablar amistad con los nuevos no es su fuerte. ¡Pero muy en el fondo es un amor!
«Muy en el fondo... ¿a cuánta profundidad?».
La miré con cara de susto, pero ella dio por zanjado el asunto y me convenció de que siguiéramos adelante. Nos dirigimos hacia la puerta de entrada, rodeadas por una vorágine de estudiantes y, cuando llegamos, Miki estaba allí. Observaba atentamente la sombra de las nubes que se desplazaba por el cemento del patio mientras se fumaba un cigarrillo, con la mirada absorta.
—¡Qué día tan estupendo! —suspiró alegremente Billie tamborileando con los dedos sobre la cámara fotográfica. —Nica, ¿tú dónde vives? Si quieres, mi abuela puede llevarte después. Hoy hace albóndigas y Miki se queda a comer en mi casa. —Se volvió hacia ella—. Comes en mi casa, ¿verdad?
Vi que Miki asentía sin entusiasmo, echando una bocanada de humo, y Billie sonrió contenta.
—Entonces, ¿vienes con nos...?
Alguien se le echó encima al pasar.
—¡Eh! —protestó Billie, frotándose el hombro—. ¿Qué modales son
esos? ¡Ay!

Fabricante de lagrimas.Where stories live. Discover now