El sol de junio resplandecía en el cielo.
El aire era templado y ligero como un pétalo de flor en la piel.
En el patio de la escuela, en medio del estruendo alegre de centenares de
voces, multitud de familias y estudiantes estaban en lo más álgido del festejo.
Era el día de la graduación.
Abuelos ufanos abrazaban a sus nietos, orgullosos padres los inmortalizaban y, de los altavoces, surgía una música suave y delicada que servía de fondo a todas las palabras.
Parecía uno de esos días imposibles de olvidar, uno de esos días en los que hasta el aire tenía algo mágico, distinto y especial, capaz de permanecer para siempre en la memoria.
—¡Sonreíd!
El relámpago de un flash se reflejó en nuestras sonrisas. Anna me cogía del brazo y Norman me rodeaba el hombro mientras yo sostenía el diploma, eufórica. La toga me rozaba los tobillos y el birrete cuadrado en mi cabeza
Existen tres cosas invisibles, con una extraordinaria potencia. La música, el perfume y el amor.me daba un aire más cómico que solemne.
—¡Esta ha quedado muy bien! —exclamó Billie victoriosa y el cordón
dorado de su sombrero se balanceó en el aire.
—Eres una gran fotógrafa —reconoció Norman, tímido y sonriente,
quizá porque ya había sacado muchísimas fotos.
Ella aún se animó más.
—¡Tenemos que hacernos una todos juntos! —propuso exultante–. ¡La
colgaré en el vestíbulo de casa!
Nos dedicó la sonrisa más feliz que jamás le había visto. Los ojos le
brillaban como gemas.
Se volvió y corrió un poco más allá, donde Miki y sus padres estaban con
otros adultos.
La madre y el padre de Billie reían animadamente, destacaban entre la
multitud como una pareja de variopintos papagayos: él llevaba puesta una camisa tropical, mientras que ella tenía la cabeza llena de rizos y lucía unos vistosísimos pendientes ceremoniales, regalo de alguna lejana tribu amazónica. Cuando me los presentaron, usaron las dos manos para estrechar la mía, entusiasmados, y me miraron con esa mirada apasionada que tantas veces había visto en los ojos de mi amiga.
Me cayeron fenomenal.
Sabía lo importante que era para Billie que estuvieran allí ese día y, en vista del afecto que le profesaban, tuve muy claro que no se lo habrían perdido por nada del mundo.
Ahora estaban enfrascados en un relato trepidante que, a juzgar por sus gestos, trataba de unos simios a los que estaban siguiendo. Los padres de Miki, impecables y vestidos como personajes de la realeza, los escuchaban con una ligera sonrisa y las manos posadas con afecto en los hombros de su hija.
Todo iba bien.
Había luz en mi vida.Y aquel era un día de inmensa felicidad para mí, un momento de alegría en estado puro. Por una fracción de segundo, una parte de mis pensamientos fueron para mi padre y mi madre.
Hubiera querido que estuvieran allí...
Hubiera querido que pudieran verme.
Pero en mis recuerdos conservaba el detalle más valioso: los veía de
espaldas, yo me había parado a observar cualquier cosa, y ellos caminaban delante. Mi padre era el que aparecía más desenfocado de los dos, una silueta desdibujada por el tiempo, pero a mamá la recordaba con una luz que no se olvida.
Yo seguía rezagada, con la curiosidad que el mundo despertaba en mí desde pequeña, y ella, envuelta en la claridad del día, se volvía todo el rato, pendiente de mí. Me miraba sonriente y me tendía la mano, que destacaba entre los rayos del sol.
«¿Nica?», decía solamente. Tenía la voz más dulce del mundo. «Ven». Alguien me rozó la cara.
Me giré y vi que Norman me estaba colocando con esmero el cordón del
birrete. Nuestras miradas se cruzaron y él me dedicó una pequeña sonrisa. El afecto que transmitía aquel gesto me alivió el corazón.
—¡Han llegado!
Un coro de voces electrizadas se alzó a nuestro alrededor. La gente se volvía. Entre la multitud, varias parejas de chicos y chicas avanzaron por el césped con grandes cestas colgadas del brazo.
—¿Qué son? —preguntó Anna tratando de verlos.
—Es para despedir a los graduados —respondí con una sonrisa—. La verdad, pensaba que al final no lo harían...
Sabía que los años anteriores habían preparado un pequeño espectáculo, pero ese año la cosa era distinta: el mismo comité encargado de organizar el Garden Day había pensado en algo que fuera cómico y conmemorativo al mismo tiempo.