9 Rosas y espinas

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Un desfallecimiento debido el calor y la emoción.
La sensación de que iba a desmayarme.
De este modo había explicado lo que me sucedió en el centro comercial,
ocultando mis reacciones como mejor pude.
Había tratado de mantener a raya la señal de alarma que me había
enviado mi cuerpo, conteniéndome con todas mis fuerzas y, después de pasarme mucho rato tranquilizándola, Anna me creyó por fin.
Descubrí que no me gustaba mentirle, pero no podía hacer otra cosa. La mera idea de decirle la verdad me producía un malestar nauseabundo que me cortaba la respiración. No podía hacerlo y punto.
No podía decirle lo que me había causado aquellas sensaciones, porque venían de unas profundidades en las que ni siquiera yo habría querido adentrarme.
—¿Nica? —oí que me llamaban el lunes por la mañana.
Anna estaba en el umbral. Con sus ojos siempre límpidos como pedazos de cielo. Una parte de mí deseaba que nunca más me viera como me vio

aquella tarde.
—¿Qué estás buscando? —me preguntó, al verme revolver en el
escritorio. Sabía que había dado por cierto lo que le dije, pero eso no le impedía preocuparse por mí.
—Oh nada, solo es... una foto —murmuré mientras se acercaba—. El otro día mi amiga me dio una y no logro encontrarla.
No podía dar crédito. ¿Billie acababa de regalármela y yo la había perdido?
—¿Has mirado en la mesa de la cocina?
Asentí mientras me recogía el pelo detrás de la oreja.
—Ya verás como la encuentras. Estoy segura de que no se ha perdido. Inclinó el rostro, me recolocó el pelo sobre la clavícula y lo peinó con los
dedos. Cuando me miró a los ojos, una chispa de afecto prendió en mi pecho.
—Tengo una cosa para ti.
Y, de pronto, plantó una cajita bajo mi nariz.
En cuanto reaccioné, observé el envoltorio de cartón sin saber qué decir.
Cuando lo abrí, no daba crédito a lo que estaban viendo mis ojos.
—Y sé que tiene sus años —comentó Anna mientras yo lo sacaba fuera de la caja—, desde luego, no es el último modelo, pero... verás, así siempre
podré saber dónde estáis Rigel y tú. A él también le he dado uno.
Un móvil. Anna me estaba regalando un móvil. Me lo quedé mirando, sin
saber qué decir.
—Ya tiene tarjeta y mi número está guardado en los contactos —me
explicó con su voz serena—. Siempre estoy localizable. También te he puesto el número de Norman.
No era capaz de expresar lo que sentía en ese momento, sosteniendo entre mis dedos algo tan importante.
Me vinieron a la cabeza todas las veces que había fantaseado con intercambiarme el número con una amiga o de oírlo sonar en cualquier

parte, consciente de que alguien me estaba buscando y quería hablar precisamente conmigo...
—Anna, yo... La verdad, no sé... —farfullé. La miré encantada, rebosante de gratitud—. Gracias...
Me parecía surrealista. Yo, que nunca había tenido nada mío, aparte de aquel muñeco en forma de oruga...
¿Por qué Anna se tomaba tantas molestias conmigo? ¿Por qué me regalaba vestidos, ropa interior y objetos tan perdurables? Sabía que no debía hacerme ilusiones, sabía que aún no había nada definitivo... y, sin embargo, no podía hacer otra cosa más que esperar.
Esperar que ella quisiera tenerme consigo.
Esperar que pudiéramos estar juntas, que se estuviera encariñando conmigo del mismo modo que yo con ella...
—Ya sé que las chicas de tu edad tienen móviles de última generación, pero...
—Es perfecto —susurré, aferrándome a todo lo que significaba aquel gesto—. Es absolutamente perfecto, Anna. Gracias.
Ella sonrió con un punto de ternura y me puso la mano en el pelo. Y al instante noté un calorcillo en el corazón.
—Ah, Nica... ¿Por qué no te pones la ropa que compramos? —me preguntó un poco decepcionada—. ¿Es que no te gusta?
—No es eso —respondí al instante—. Al contrario... ¡Me gusta muchísimo!
En realidad, me gustaba demasiado.
En cuanto la ponía al lado de mis viejos vestidos, no era capaz de verlo todo junto en el mismo cajón. Así que la había dejado en las bolsas, ordenada y conservada como si las prendas fueran reliquias.
—Solo esperaba el momento adecuado para ponérmela. No quería estropearla sin motivo —murmuré con un hilo de voz.
—Pero son prendas de vestir —me hizo notar Anna—, están hechas para

Fabricante de lagrimas.Where stories live. Discover now