28 Una única canción

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—Adeline... ¿Qué sientes por Rigel?
Adeline bajó la taza. En sus ojos vislumbré una luz que era de sorpresa. —¿Por qué me haces esta pregunta?
Tal vez Anna llevaba razón en lo que decía de mí: tenía un corazón muy
transparente y por eso no sabía fingir. Nunca se me había dado bien ocultar mis emociones y tampoco lo hice en aquel momento.
—Nica —susurró despacio—, si te refieres a aquel beso...
—Quisiera saberlo —dije sin rodeos—. Yo... necesito saberlo, Adeline. ¿Sientes algo por él?
Sabía que no podía revelarle a nadie lo de Rigel y yo; aunque Adeline nos conociera de toda la vida, mucho antes de que nos eligieran a ambos, aquello no era algo que pudiera decir sin más.
Si trascendiera..., las consecuencias serían desastrosas.
Sin embargo, no pude resistirme a hacerle aquella pregunta.
Ella miró al suelo.
—Os conozco a ambos desde hace mucho tiempo —susurró—. Hemos
crecido juntos. Rigel... Él también forma parte de mi infancia. Y, aunque
Cuando no logres ver la luz miraremos juntos las estrellas

nunca he sido capaz de comprenderlo, he aprendido a no juzgar sus gestos. Tuve la sensación de que, una vez más, se me escapaba algo. No lo entendía. En la institución, jamás los había visto juntos y, sin embargo,
Adeline parecía conocerlo de un modo que yo no sabía interpretar.
—Rigel me ha enseñado muchas cosas. No a través de lo que decimos, sino a través de aquello que escogemos no decir, porque a veces callar supone el mayor de los sacrificios. Me ha enseñado que hay ocasiones en que es necesario escoger y otras en las que simplemente podemos... formar parte. Me ha enseñado a aceptar que no podemos cambiar la naturaleza de las cosas, porque el grado de importancia que estas tienen para nosotros reside precisamente en hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificarnos solo por protegerlas desde lejos. Él me ha enseñado que las cosas que más
apreciamos se miden en función de nuestro valor para renunciar a ellas. Adeline alzó la mirada y me envolvió con sus ojos celestes.
Nunca acabaría de comprender del todo aquellas palabras.
Nunca captaría su sentido oculto.
Solo me quedarían claras al final.
Sus iris refulgieron como un laberinto de cosas no dichas. Porque tal vez ella albergaba deseos que había aprendido a medir con todas aquellas veces que había preferido los silencios a las palabras.
—Créeme, Nica —me dijo sonriendo despacio—, lo que siento por Rigel es solo un profundo, profundísimo afecto.
Decidí creer a Adeline.
Quizá no había sido capaz de interpretar del todo sus palabras, pero de una cosa sí estaba totalmente segura: me fiaba de ella y sabía que nunca me tomaría el pelo.
Me hubiera gustado hablar con claridad, confesarle lo que me unía a Rigel, pero no podía. Por un lado, sentía la necesidad de compartir mis

temores y mis inseguridades con alguien, pero, por otro, sabía que no podía permitírmelo.
En lo referente a aquellos sentimientos, estaba sola.
Sola con él.
—¿Y bien?
Parpadeé. Billie me miró frunciendo las cejas.
—Perdona, tengo la cabeza un poco en las nubes —le dije excusándome. —Te preguntaba si te parecería bien que estudiáramos juntas —repitió
con voz neutra—. Si te apetece ir a mi casa después de la escuela.
—Oh, me encantaría, pero justamente hoy no puedo —respondí con tristeza—. Anna me ha concertado una consulta con el médico y le he dicho
que iría.
Billie se me quedó mirando un instante. Y, a continuación, asintió
despacio.
Aquellos días no parecía ella. Las ojeras hacían que sus ojos lucieran
brillantes y hundidos, y su expresión tenía un aire nervioso y pausado, muy distinto de su habitual vivacidad.
Y yo, en el fondo, comprendía el motivo.
Ya hacía días que Miki y ella no se dirigían la palabra.
Aunque la solución pudiera parecer fácil, sabía que no bastaba con
levantar el auricular y hacer las paces con su mejor amiga. Aquella tarde algo se rompió. Todo lo que se dijeron había trastocado incluso los aspectos más primordiales de su relación y, cuanto más tiempo pasaba, la fractura entre ambas parecía hacerse más profunda.
—Lo siento, Billie —le dije de corazón—. Quizá otro día...
Asintió sin mirarme. Dejó vagar la vista por entre el vaivén de estudiantes, pero cuando sus ojos se detuvieron, supe a quién había visto.
Miki caminaba por el pasillo, con la mochila a la espalda y el rostro libre de la capucha.
Entonces me di cuenta de que no estaba sola. Caminaba al lado de una

Fabricante de lagrimas.Where stories live. Discover now