Todo ardía a su alrededor.
Era una prisión blanda e hirviente.
¿Dónde estaba? No lo sabía. No era capaz de sentir nada. Solo percibía
un dolor difuso, como si la fiebre doblara los huesos dentro de los músculos.
Sin embargo, en aquel letargo denso y artificioso, ella se le aparecía como en un sueño.
Tenía unos contornos tan nebulosos que nadie habría sabido que se trataba de Nica, si no fuera por el hecho de que él la conocía de memoria, con todos sus matices y sus luces.
Pudo imaginársela perfectamente incluso en la confusión desorientadora de la fiebre. Hasta le pareció que estaba allí, junto a él, irradiando una calidez que no le pertenecía.
Oh, qué maravillosos eran los sueños...
En ellos no había terrores ni frenos. No tenía que reprimirse, ocultarse, retroceder. Allí podía tocarla, vivirla y sentirla sin necesidad deexplicaciones. Rigel hubiera podido llegar a amar aquel mundo irreal si la felicidad efímera que tocaba cada noche no le dejara cicatrices tan profundas en el corazón.
Porque la ausencia de Nica quemaba. Excavaba surcos con la misma ternura que prodigaba caricias. Él sentía todos y cada uno de aquellos cortes por las mañanas, cuando se despertaba con las sábanas vacías, sin la presencia de ella.
Pero en aquel momento...
Casi le pareció que podía tocarla. Percibir sus propias manos pasando por encima de su esbelta cintura y envolverla hasta sentir que algo lo llenaba.
Era capaz de moverse. Aunque deliraba, se sentía consciente. ¿Lo estaba? No, imposible. Solo en sus sueños la tenía a su lado.
Desde luego, ella era muy real... La abrazó y hundió el rostro en su cabello, como hacía todas las noches.
Hubiera deseado arder en su perfume, hallar consuelo en aquella amargura eterna y extremadamente suave donde Nica, en vez de salir huyendo, lo acunaba en sus brazos, prometiéndole que jamás lo dejaría.
Y fue como si... Oh, fue como si... como si realmente pudiera sentir aquel cuerpecito diminuto respirando muy cerca de él y palpitando, apretado contra su cuerpo...
*
Algo me hacía cosquillas en el mentón.
Moví el rostro, hundiéndolo en el frescor de la almohada.
Los pajarillos trinaban, el mundo se desataba fuera de mí, pero tardé un
poco en decidirme a abrir los ojos.
Sentí un temblor en la frente y entreabrí las pestañas. Unos sutiles hilos
de luz me empañaron el rostro. Parpadeé somnolienta y la realidad fue delineándose poco a poco a mi alrededor.Mientras enfocaba los objetos, me di cuenta de la extraña posición en que me encontraba. Hacía bastante calor. ¿Por qué no podía moverme?
Esperaba ver los contornos de mi habitación, pero no fue así. Algo de color negro ocupaba toda mi visión.
Era pelo.
¿Pelo?
Abrí los ojos, sobresaltada.
Tenía a Rigel completamente encima de mí.
Su pecho era un muro ardiente de carne y músculos. Sus anchos hombros
me envolvían y sus brazos me rodeaban suavemente la cintura. Tenía el rostro oculto debajo del mío. Totalmente hundido en la cavidad de mi cuello. Sentía su cálida respiración acariciándome la piel. Mis piernas estaban encima de las suyas, y la sábana, que debía de haberse salido quién sabía cuándo, colgaba por un lado del colchón. Me quedé sin aliento. Por un instante, me olvidé de cómo se respiraba.
Mientras me ahogaba por momentos, observé que tenía los brazos extendidos hacia delante: uno pasaba por debajo de su cuello, el otro atravesaba suavemente su cabeza, acariciado por unos mechones morenos.
Mi mente estalló en un delirio terrible. Una repentina sensación de claustrofobia me cerró la garganta y el corazón empezó a martillearme la piel.
¿Cómo habíamos acabado así?
¿Cuándo? ¿Cuándo me había tumbado en la cama?
¿Y las mantas? Las mantas... ¿No había también unas mantas?
Sentí sus manos debajo de mí, encajadas entre el colchón y mi cuerpo,
estrechándome con suavidad, pero con cierta firmeza a la vez.
Rigel... Rigel me estaba abrazando.
Estaba respirando casi en mi rostro.
Él, que nunca había permitido que lo tocasen, tenía el rostro pegado a mi
cuello, y me abrazaba de tal modo que me resultaba imposible saber dóndeempezaba yo y dónde terminaba él.
No podía dar crédito, estaba consternada.
Traté de moverme, pero al instante el olor de su cabello llegó hasta mi
nariz con toda su fuerza.
Su perfume me envolvió como una sombra intensa y vibrante. No sabría
describirlo. Era... vigoroso, penetrante, salvaje, justo como él. Recordaba la lluvia y los truenos, la hierba mojada, las nubes cargadas y el crepitar de la tormenta.
Rigel olía a tempestad. ¿A qué huele la tempestad?
Aparté el rostro e intenté sustraerme a aquellas sensaciones, pero no lo conseguí.
Me gustaba. Su olor me gustaba... Lo encontraba irresistible, casi familiar. Tuve la trágica percepción de sentirlo como algo mío. Yo, que me quedaba bajo la lluvia hasta que se me empapaba la ropa por completo. Yo, que siempre me había sentido libre cuando me acariciaba el viento. Yo, que había abrazado el cielo infinidad de veces, me sentí embriagada hasta el delirio.
No podía ser cierto.
Era una locura.
Cerré los ojos, tratando de no temblar entre aquellos brazos de los que
siempre había huido... Y, cuando estaba tratando de apartarme, su cabello se deslizó, cubriendo mis tiritas.
Me quedé bloqueada.
Rigel seguía durmiendo, perdido en un sueño profundo. Moví apenas las yemas de los dedos. Sentí que el corazón me latía con delicadeza en la garganta cuando le acaricié el pelo a la altura de su cuello.
Era... era...
Lo palpé despacio, con cuidado. Y, cuando vi que no se movía..., hundí mis manos en su pelo, despacio. Era increíblemente esponjoso, suave y agradable al tacto.