Violento y cruel».
Esa era su definición. Manipulador con aquellos a quienes quería engatusar. Terrible en el reverso de la medalla.
Rigel me mostraba la sangre en sus manos, los arañazos en su rostro, la crudeza en sus ojos cuando le hacía daño a alguien. Me ladraba que me mantuviera alejada de él, mientras que con su sonrisa tenebrosa y burlona parecía desafiarme a que hiciera lo contrario.
No era un príncipe. Era un lobo. Puede que todos los lobos tuvieran aspecto de príncipes espléndidos y delicados; de lo contrario, Caperucita Roja no se habría dejado engañar.
Esta era la conclusión que sabía que debía aceptar. No había luces.
No había esperanzas.
No con alguien como Rigel.
¿Por qué no era capaz de entenderlo?
—Ya estamos listos —oí que decía Norman.
El día de su partida había llegado demasiado pronto y, mientras colocaba
El alma que gruñe, bufa y araña suele ser la más vulnerable.
las bolsas de viaje al pie de la escalera, sentí un extraño e inexpresable malestar.
Cuando Anna y yo nos miramos, supe que me sentía así porque iba a tardar en verla de nuevo.
Aunque era consciente de que me estaba excediendo en mi devoción hacia ella, verla marchar me provocaba un extraño sentimiento de abandono que me hacía sentir de nuevo como una niña.
—¿Estaréis bien? —preguntó Anna, inquieta.
La idea de dejarnos solos todo un día la tenía preocupada, sobre todo porque nos encontrábamos en una fase delicada de la adopción. Sabía que no era un buen momento para marcharse, pero yo la había tranquilizado diciéndole que nos veríamos de nuevo esa misma noche y que, cuando regresara, nos encontraría aquí.
—Os llamaremos en cuanto aterricemos.
Se ajustó el pañuelo y yo asentí, tratando de sonreír. Rigel estaba detrás, a cierta distancia de mí.
—Hay que darle su comida a Klaus —nos recordó Norman y, a pesar de todo, se me iluminó el rostro.
Miré ansiosa al minino y lo vi lanzarme una mirada torva antes de pasar por mi lado mostrándome el trasero, sin ni siquiera llegar a rozarme.
Anna le dio un suave apretón en el hombro a Rigel y me miró. Me sonrió mientras me acomodaba un mechón tras la oreja.
—Nos vemos esta noche —dijo afectuosa.
Me quedé donde estaba cuando se dirigieron hacia la puerta. Me despedí de ellos desde la escalera, de pie, diciéndoles adiós con la mano antes de que salieran.
El chasquido de la cerradura resonó en el silencio de la casa.
Al cabo de unos instantes, oí un ruido de pasos detrás, pero solo me dio tiempo a distinguir la espalda de Rigel desvaneciéndose en el piso de arriba. Desapareció sin dignarse a mirarme.Eché un vistazo al punto en el que se había esfumado antes de volverme de nuevo; observé la puerta de entrada y suspiré.
Volverían pronto...
Me quedé allí, en el vestíbulo, como si fueran a reaparecer de un momento a otro. Me encontré sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, sin saber exactamente por qué. Tamborileé con los dedos en el parquet, siguiendo un surco de la madera, y me pregunté por dónde andaría Klaus. Estiré la cabeza hacia el salón y lo vi en el centro de la alfombra, lamiéndose una pata. Movía la cabecita arriba y abajo y no pude evitar encontrarlo monísimo.
¿Tendría ganas de jugar?
Me agazapé detrás de la pared y lo espié. Entonces, procurando ocultarme, fui acercándome a gatas hasta donde estaba.
En cuanto me vio, bajó la pata y se volvió para estudiarme; me detuve al instante y me lo quedé mirando como si fuera una pequeña esfinge. Él me correspondió con una mirada iracunda, sacudiendo la cola.
Se dio la vuelta de nuevo y yo seguí gateando hacia él.
Me quedé quieta otra vez en cuanto volvió a girarse. Así dimos comienzo a una especie de juego del «un, dos, tres, al escondite inglés»: él se volvía cada vez para fulminarme con la mirada y yo seguía avanzando como un escarabajo. Pero cuando llegué al límite de la alfombra, Klaus lanzó un maullido nervioso y decidí quedarme quieta.
—¿No te apetece jugar? —le pregunté algo decepcionada, esperando que se girara de nuevo.
Pero Klaus dio un par de coletazos y se fue. Me senté sobre los talones, un poco frustrada, antes de decidirme a subir a mi habitación a estudiar.
Llegué al piso superior preguntándome a qué hora llegarían al aeropuerto Anna y Norman. Estaba inmersa en mis pensamientos cuando algo llamó mi atención; me volví y mi mirada se sintió atraída hacia el centro del pasillo.