—¿Cómo? —pregunté incrédula.
Anna sonrió como si con ello quisiera tranquilizarme.
—Me las ha dado un chico aquí fuera —me explicó cariñosa—. Me ha
dicho que eran para ti... ¡Se lo veía muy cortado! Lo he invitado a entrar, pero no ha querido, a lo mejor tenía miedo de molestar —añadió al ver que yo ponía los ojos como platos.
Entonces, me di cuenta de que había algo blanco que asomaba entre las flores.
Una tarjeta. Con el dibujo de un caracol.
—Nica, no tienes por qué ocultármelo. No hay nada de malo en que salgas con un chico.
—No —me apresuré a aclararle—. No, Anna... Te equivocas. No es mi chico.
Ella arqueó ligeramente una ceja.
—Pues me ha dicho que te las diera... —No es lo que crees. Él es solo... solo...
No era una princesa. Sacrificaría el cuento para salvar al lobo.«Un amigo» iba a decir al principio, pero no encontré las palabras adecuadas. Después de lo que había hecho, Lionel había perdido aquel título. Me mordí el labio con fuerza y Anna debió de darse cuenta de que el tema me incomodaba.
—Entonces debo de haberlo malinterpretado. Perdóname, Nica. Lo que pasa es que últimamente te veía tan pensativa... Y entonces va ese chico y se presenta con unas flores tan estupendas y he creído... —Sacudió la cabeza y sonrió despacio—. Bueno, en cualquier caso, es un ramo precioso. ¿No te lo parece a ti también, Rigel?
Sentí una dolorosa tensión en cuanto me volví.
Rigel estaba en el umbral de la puerta. Tenía el rostro inexpresivo, pero no respondió. Miraba las flores con unos ojos profundos como abismos. Desvió la vista cuando Anna se detuvo a su lado, y la miró con sus negras pupilas como si lo hubiera arrancado de algún lugar mudo y gélido.
—¿Puedo... hablar contigo un minuto? —le preguntó ella.
No me imaginé cuál sería el motivo, pero noté una punzada de contrariedad en su expresión.
Hizo un gesto de asentimiento y ambos se alejaron.
—Me han llamado de la consulta del psicólogo... —le oí decir a Anna mientras subían las escaleras.
Me giré de nuevo y volví a reparar en la tarjeta. Me tomé mi tiempo antes de alargar los dedos para leerla.
Quise escribirte un montón de veces, pero este me pareció el mejor modo de hacerlo.
No recuerdo muy bien lo que pasó la otra noche, pero no puedo quitarme de encima la sensación de haberte asustado. ¿Es así? Lo siento...
¿Cuándo hablamos? Te echo de menos.
Sentí un temblor en las sienes. Reviví cada instante como si fuera una cicatriz: sus labios, sus manos, sus brazos reteniéndome, inmovilizándome, mi voz implorándole.
En un arranque, saqué las flores del jarrón, las llevé al fregadero y abrí laportezuela del armario inferior. Me detuve con el ramo en el aire y me quedé mirando el cubo de la basura con dedos temblorosos.
Hundí las uñas en las hojas, apreté los labios, contraje la garganta..., pero no pude hacerlo.
Aquellas flores no se lo merecían.
Aunque la verdad era otra.
Había algo en mí que no era capaz de borrarlo. Odiarlo, destruirlo,
hacerlo desaparecer. La parte más dañada de mi corazón, la que la directora había deformado.
Vi el dibujito estilizado del caracol asomando entre las flores y no tuve fuerzas para completar aquel gesto. Hubiera tenido que romper aquel pedazo de papel, pero no era capaz.
Yo nunca había sabido romper.
Ni siquiera con toda la delicadeza del mundo.
Durante los días siguientes, llegaron otros ramos espléndidos. Todos ellos con la misma tarjeta y el dibujo del caracol.
Cuando los veía, al volver a casa, Anna ya los había puesto en un jarrón.
Una tarde, también llegó un paquete de gominolas en forma de cocodrilo. Lo estrujé entre mis dedos antes de meterlo en un cajón para no tenerlo a la vista. Al día siguiente, me encontré dos más engalanando la mesa.
—Es un admirador —le susurró Anna a Norman una noche y él entonó un «Aaah» levantando la nariz.
A Klaus, en cambio, no le gustaba tanto aquel movimiento. Bufaba a los jarrones que Anna dejaba en los muebles y mordisqueaba aquellos que no tenían la suerte de encontrase a suficiente altura. Parecía comprender que no los traía ella, sino algún otro.
Una noche, oí un crujido proveniente de la cocina. Encendí la luz y vi dos ojos amarillos mirándome, con un inmaculado pétalo asomando bajo