27 Las medias

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—¿Nica?
Parpadeé, volviendo a la realidad.
Norman me estaba observando algo preocupado.
—¿Estás bien?
Anna y él se me quedaron mirando.
—Disculpad, estaba distraída —farfullé.
—El psicólogo, Nica —repitió Anna con paciencia—. ¿Recuerdas que
estuvimos hablando del tema? ¿Que dijimos que tal vez cambiar impresiones con alguien podría ayudarte a sentirte mejor? —siguió diciendo con delicadeza—. Verás, una amiga mía me ha pasado el número de uno muy bueno... Me ha dicho que estos días estaría disponible. —Antes de concluir estudió mi reacción—. ¿Qué te parece?
Sentí un pellizco de ansiedad en la boca del estómago, aunque procuré que no se me notara. Anna quería ayudarme, solo quería mi bien. Aquella certeza atenuó mi malestar, aunque no hizo que desapareciera. Pero su mirada positiva me infundió valor.
—Vale —respondí tratando de demostrarle que confiaba en ella.

—¿Vale?
Asentí. Al menos podíamos intentarlo.
Me pareció que se sentía feliz de poder hacer algo por mí al fin.
—De acuerdo. Entonces llamaré más tarde a la consulta para confirmar.
—Me sonrió, me acarició la mano y a continuación miró por encima de mi hombro con los ojos brillantes—. ¡Ah, buenos días!
Todos mis nervios de tensaron cuando Rigel entró en la cocina. Mi piel se volvió sensible a su presencia y sentí chispas en el estómago. Tuve que emplear todas mis energías para vencer la tentación de mirarlo.
Lo que había sucedido la noche anterior seguía vivo dentro de mí.
Sus labios, sus manos...
Los sentía por todo mi cuerpo. Habría creído que había sido un sueño si
no hubiera sido por el hecho de que seguían quemándome la piel.
Cuando se sentó frente a mí, me arriesgué a lanzarle una mirada.
El cabello despeinado enmarcaba su atractivo rostro. Acercó los labios a
un vaso de zumo y sus ojos negros oscilaron de Anna a Norman mientas les decía algo.
Parecía... normal. No como yo, que estaba hecha un manojo de nervios. Desayunó, aparentemente tranquilo, sin mirarme ni una sola vez.
En mi mente empezaron a sucederse imágenes de nuestros cuerpos
abrazados y, sin darme cuenta, apreté la taza con los dedos.
No tendría intención de ignorar lo que había sucedido, ¿verdad?
En un momento dado, cogió una manzana, sonrió perezoso y dijo algo
que hizo que Norman y Anna se troncharan de risa. Se llevó la fruta a la boca y, mientras ellos estaban distraídos, desvió la vista hacia mí.
Rigel hincó los dientes en la manzana y le dio un mordisco largo y profundo sin dejar de mirarme. Se lamió el labio superior y paseó lentamente los ojos por mi cuerpo.
Tardé un momento en darme cuenta de que la loza hirviente de la taza me estaba quemando los dedos.

—Llueve —oí que decía Anna, a un mundo de distancia—. Hoy os llevaré a la escuela.
—¿Estáis listos? —nos preguntó al cabo de un rato. Se puso el abrigo mientras Rigel bajaba las escaleras—. ¿Habéis cogido un paraguas?
Metí uno pequeño en la mochila tratando de encajarlo entre los libros. Entretanto, Anna fue a buscar el coche y desapareció fuera.
Me acerqué a la entrada. En el aire flotaba ese olor a fresco que tanto me gustaba. Alargué el brazo para abrir el batiente entornado y salir, pero algo me lo impidió.
Una mano estaba reteniendo la puerta por encima de mi cabeza.
—Tienes un agujero en las medias. —Aquel timbre de voz profundo y cercano me hizo estremecer—. ¿No te habías dado cuenta?
A mi espalda, su imponente presencia se cernió sobre mí.
—No —exhalé con un hilo de voz, sintiéndolo cada vez más cerca.
Su aliento cálido me acarició el cuello. Y, al cabo de un instante, sentí su
dedo quemándome la piel en un punto que se encontraba justo por debajo del dobladillo de la falda.
Presionó con la yema del dedo al tiempo que inclinaba su rostro hacia el mío.
—Aquí —dijo entre dientes, despacio.
Bajé la vista hacia el lugar señalado y tragué saliva.
—Es pequeño...
—Pero está —musitó con la voz ronca.
—La falda casi lo tapa del todo —respondí—, apenas se ve.
—Se ve lo suficiente... como para hacer que te preguntes hasta dónde
llega.
Me pareció distinguir cierto matiz reprobatorio en su voz, casi como si
semejante agujero, en una chica delicada e inocente como yo, fuera capaz

Fabricante de lagrimas.Where stories live. Discover now