16
Más allá del cristal
Los amores silenciosos son los más difíciles de tocar, pero bajo la superficie brillan con una sincera y magnífica inmensidad.
Apretó los dedos con todas sus fuerzas.
No le estaba causando suficiente dolor.
Las uñas lo hirieron, se le clavaron en la suave piel, pero Rigel no aflojó
la presa.
—Te he dicho que me lo des —siseó de nuevo con aquel tono de voz que
siempre asustaba a todos.
—¡No! ¡Es mío!
El otro niño se revolvió como un perro salvaje. Trató de arañarlo y
empujarlo. Rigel le tiró del pelo con violencia, arrancándole un rabioso gimoteo de dolor; lo estaba doblegando sin contemplaciones.
—¡Dámelo! —gruñó, hundiéndole con furia las uñas en la piel—. ¡Ahora!
El otro obedeció. Abrió el puño y algo cayó al suelo. En el momento en que lo tuvo a sus pies, Rigel lo soltó y le dio un empujón.
El niño rodó por el suelo y se arañó las manos con la tierra. Le lanzó una mirada feroz, cargada de miedo, se levantó al instante y saliócorriendo.
Rigel se quedó mirándolo mientras se iba, con la respiración
entrecortada y las pequeñas rodillas llenas de rasguños. Se agachó para recoger lo que había conseguido y lo estrechó entre sus dedos.
Los arañazos le dolían. Pero no le importaba.
Le bastó con verla a lo lejos para dejar de sentir aquella quemazón en las rodillas.
Por la tarde, ella apareció en la entrada del dormitorio comunitario. Con la mano bajo los párpados, se enjugaba unas lágrimas que no cesaban desde hacía días.
De pronto, Nica alzó la vista y se fijó en su cama, al fondo de todas las demás. Y su cara de niña se iluminó.
El mundo resplandeció con la luz de su rostro y todo pareció más luminoso. Corrió hacia su cama y Rigel la vio pasar a través de las ventanas y arrojarse sobre la almohada.
La vio coger su muñeco en forma de oruga, el único recuerdo que le quedaba de sus padres. Fue en ese momento cuando Rigel se dio cuenta de lo raído y estropeado estaba. En la pequeña batalla que había librado con el otro niño, las costuras se habían soltado y el relleno se salía por delante como una nube de espuma.
Pero ella entornó los párpados y sonrió con una estela de lágrimas.
Lo estrechó contra su pecho como si fuera la cosa más valiosa del mundo.
Rigel la miró en silencio mientras ella acunaba su pequeño tesoro. Permaneció allí, oculto en la esquina del jardín, y con un alivio infinito, sintió que estaban brotando retoños entre todas sus espinas.
—¿Cómo te encuentras?
*Cortinas llenas de sol y de luz difusa.
Anna estaba de pie y me daba la espalda. Había pronunciado aquellas palabras con una delicadeza única.
Rigel, sentado a la mesa delate de ella, se limitó a asentir, sin mirarla. Hacía dos días que no iba a la escuela por la fiebre.
—¿Seguro? —le preguntó con un tono de voz más suave.
Le peinó hacia atrás un mechón y dejó al descubierto el corte en la ceja. —Oh, Rigel... —suspiró con cierta exasperación—, ¿cómo te has hecho
estas heridas?
Rigel siguió mirando a un lado, sin decir nada. Intercambiaron un
silencio que no comprendí y Anna no insistió.
No entendía por qué perdía el tiempo observándolos. La manera de ser de
Anna me había robado el corazón, su actitud tan maternal me encantaba; sin embargo, cada vez que ambos hablaban, siempre me daba la impresión de que se me escapaba algo.
—Este corte tiene un color que no me gusta —dijo, volviendo a su ceja —. Podría estar infectado. No te lo desinfectaste, ¿verdad? —Le inclinó ligeramente la cabeza—. Necesitaría... ¡Ah, Nica!
Volví en mí en cuanto me mencionó. De pronto, sentí vergüenza por el modo en que los había estado observando a escondidas, como una ladrona.
—¿Podrías hacerme un favor? En el baño de arriba están el desinfectante y el algodón. ¿Podrías traérmelos?
Asentí, evitando a Rigel con la mirada. No había vuelto a hablarle desde la última vez.
Me sorprendía a mí misma demasiadas veces observándolo y lo peor era que ni siquiera me daba cuenta de ello.
Algo había quedado en suspenso entre nosotros y no había manera de quitarme esa idea de la cabeza.
Regresé poco después con lo que Anna me había pedido y la encontré dándole suaves toques en la herida con una servilleta. Me anticipé a su