Tres años después
Por la ventana abierta, entraba una agradable calidez.
Desde el tranquilo barrio llegaba el frufrú de las hojas y el canto de los pájaros.
—«Por consiguiente..., la leptospirosis es una infección que presenta síntomas bifásicos...» —recité mientras mordisqueaba el bolígrafo, concentrada. Me lamí el labio y anoté las informaciones en la hoja, repasando el artículo que debía entregar al cabo de una semana.
Klaus dormitaba entre mis piernas cruzadas. Lo acaricié distraídamente mientras hojeaba el volumen de enfermedades infecciosas para consultar los apéndices.
Estaba en tercero de la facultad de Veterinaria, un camino que había elegido con el corazón y el alma. Todas las materias me parecían fascinantes; sin embargo, el camino no estaba exento de obstáculos, así que, aunque aquel fuera un día especial, no podía dejar de estudiar...
—¡Nica! ¡Ya han llegado!
Una voz me llamó desde abajo y levanté la cabeza de golpe. Despegué
Todo final es el principio de algo excepcional.los labios con una sonrisa y al instante solté el bolígrafo. —¡Voy!
Mi euforia resultó tan estrepitosa que Klaus se despertó indignado. Bajó de mis piernas de un salto, irritado, y yo también di un brinco.
Corrí hacia la puerta de mi habitación, pero en el último momento, derrapé y me detuve frente al espejo.
Examiné mi aspecto, pero me limité a estirarme la camiseta de rayas que tan bien se ajustaba a mi piel y a sacudirme los pelos de gato de los vaqueros cortos.
Tenía una pinta un poco dispersa, pero eso no me preocupaba. Me eché un vistazo y la superficie pulida me devolvió la imagen del rostro fresco y luminoso de una mujer joven.
Mi cara ya no era aquel retrato flaco y grisáceo que unos años atrás había cruzado el umbral de casa por primera vez. La imagen que me devolvió mi propia mirada fue la de una chica de piel sonrosada y sana, cuyas pecas destacaban por efecto del sol, con unas facciones delicadas pero carnosas. Las muñecas, elegantes, pero sin huesos a la vista, y unos ojos luminosos que reflejaban un alma hecha de luz. Unas curvas más sinuosas y pronunciadas completaban lo que ya era el cuerpo de una veinteañera a todos los efectos.
Bueno... una veinteañera reciente...
Sonreí, soplé el mechón rebelde que me asomaba por la frente y me precipité fuera de la habitación.
En mis dedos solo brillaban tres tiritas de colores. Las miré arrobada y pensé en cómo habían ido disminuyendo progresivamente con el paso de los años.
Tal vez un día ya no las necesitase. Podría mirarme las manos desnudas sabiendo que todos los colores los llevaba por dentro. Sonreí de nuevo... «solo por dentro».
En el pasillo me crucé con Klaus, que seguía ofendido por lo que habíasucedido un poco antes y, al pasar por su lado, le di un pellizco en el trasero.
Se sobresaltó, ultrajado, y yo aproveché que aún estaba medio dormido para echar a correr. Ya tenía trece años y se pasaba más tiempo durmiendo que haciendo otra cosa, pero aún seguía teniendo bastante energía y siempre corría como una liebre.
Me reí mientas me perseguía por las escaleras y, en aquel momento de total euforia, mi pensamiento voló un instante hacia él.
¿Cuándo pensaba llamarme? ¿Cómo era posible que no hubiera encontrado un momento para escribirme?
Llegué al piso de abajo y salté a un lado, mientras Klaus pasaba de largo sin poder atraparme a tiempo, tras lo cual, entré sonriente en el comedor.
—Ya estoy aquí —anuncié, mientras lo oía maullar vengativo a lo lejos.
Anna se dio la vuelta y me sonrió. Estaba espléndida, radiante: vestía una camisa de algodón holgada y unos pantalones color blue note. Tenía el aspecto del sueño luminoso que tanto había deseado de niña.
Y no era el único...
La sala era una explosión de claveles. El aire transpiraba un intenso perfume que me invadió la nariz. Entré prestando atención a los jarrones que había en el suelo y ella me pasó una flor mientras yo sorteaba un ramo de un rojo encendido. La tomé en mis manos, intercambiamos una mirada de complicidad, y ambas hundimos la nariz en la corola.
—¡Pan!
—Colada y...
—¡Papel nuevo!
—Piel de manzana... No... mejor... Jengibre...
—Sin duda huele a pan. ¡Pan recién horneado!
—¡Nunca había oído decir que una flor oliese a pan!
Como cada vez, no pude contener la risa. Sumergí la nariz en el clavel y
solté una carcajada de pura diversión a la que ella se sumó.