thirty-five

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Capitulo 35| Emma

Han pasado meses desde que Estefanía y yo nos mudamos juntas, ocho para ser exactos y nuestra vida ha tomado un ritmo que nunca imaginé posible. Aún recuerdo esos primeros días, cuando cada pequeña interacción se sentía cargada de significado, cada toque, cada palabra. Ahora, aunque la intensidad de esos momentos sigue ahí, se ha transformado en una rutina cálida y reconfortante.

El sol ya había salido cuando desperté esa mañana. Me estiré lentamente, sintiendo el calor de Estefanía a mi lado. Me giré para mirarla, y aunque ya estaba despierta, sus ojos seguían cerrados, disfrutando de esos últimos momentos de pereza antes de que el día comenzara oficialmente.

—Buenos días —dije suavemente, dándole un beso en la mejilla.

—Buenos días —respondió, abriendo los ojos y sonriéndome—. ¿Dormiste bien?

—Sí, como una piedra —contesté con una risa baja—. ¿Y tú?

—Perfecto —dijo, alzándose para darme un beso en los labios—. Pero no quiero salir de la cama todavía.

—Bueno, yo tengo que irme al hospital pronto, pero tú tienes un día libre. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras —le dije, acariciando su cabello.

Durante estos meses, Estefanía y yo habíamos encontrado un equilibrio que funcionaba para las dos. Había vuelto a cardiología y eso la mantenía ocupada, pero siempre encontraba tiempo para nosotras. Yo había logrado adaptarme a mi nuevo puesto en el hospital, aunque el peso de las responsabilidades a veces me hacía extrañar los días en los que solo era la encargada de urgencias.

Mientras me levantaba para empezar el día, Estefanía se quedó en la cama, observándome con una sonrisa tranquila. El simple hecho de verla ahí, en nuestro hogar, me llenaba de una paz que nunca había conocido antes.

El día pasó rápido, como suelen hacerlo cuando uno está ocupado. El hospital estaba lleno de la habitual actividad frenética, y no tuve mucho tiempo para pensar en nada más que en las tareas que tenía delante. A veces, cuando el trabajo se volvía abrumador, encontraba consuelo en saber que al final del día volvería a casa, donde Estefanía estaría esperándome.

La rutina diaria en el hospital se había convertido en algo familiar. Después de tantos años trabajando allí, conocía cada rincón, cada protocolo, cada cara que pasaba por los pasillos. Pero últimamente, había una nueva energía en el equipo, una chispa de optimismo que no había sentido en mucho tiempo.

Todo esto, en gran parte, se debía a Estefanía. Su presencia había traído un nuevo aire al hospital. Era fácil ver cómo su dedicación y cariño habían impactado tanto a los pacientes como al personal. Cada vez que pasaba por la unidad, veía cómo la miraban con adoración y cómo confiaban en ella sin reservas.

Al salir del hospital esa tarde, no podía esperar para volver a casa. El día había sido largo y estaba agotada, pero la perspectiva de pasar la noche con Estefanía me daba la energía suficiente para no dejar que el cansancio me ganara.

Cuando llegué a casa, la encontré en la cocina, preparando la cena. Estaba concentrada, cortando vegetales mientras una suave melodía sonaba de fondo. Me acerqué sigilosamente, rodeándola con mis brazos desde atrás.

—Huele delicioso —murmuré en su oído.

—Gracias —respondió, girando la cabeza para darme un beso en la mejilla—. Decidí sorprenderte con algo especial hoy.

—¿Qué estamos celebrando? —pregunté, un poco intrigada.

—Nada en particular —respondió, encogiéndose de hombros—. Solo quería hacer algo bonito para ti.

El arte de sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora