Capítulo 37: "Marta, quiero sentirte"

1.6K 110 42
                                    

Punto de vista de Fina

—No, Esther, es que no lo puedo creer —dije entrando apresurada y tiré mi bolso sobre el sofá. Tapé mi rostro con las manos, mientras Esther, pálida, cerraba la puerta lentamente tras de mí.

—Ni sé cómo llegué conduciendo —susurró ella, dejándose caer en el sofá con la mirada perdida.

—Es que no... simplemente no —murmuré, abstraída, y me senté junto a ella, cubriéndome la boca con una mano mientras trataba de asimilar lo que había pasado.

Podía sentir cómo mi cuerpo se tensaba cada vez más. Los dos últimos disparos aún resonaban en mi cabeza, haciéndome estremecer. ¿Y si Manuel había matado a Jesús? ¿Y si ambos habían forcejeado, y Manuel le había quitado el arma para dispararle? O... tal vez Jesús había ganado el forcejeo y disparado primero. Cada vez que trataba de comprender lo que habíamos escuchado, el temblor de mi cuerpo se hacía más intenso, casi al borde de desvanecerme.

Respiré profundamente, sintiendo cómo el temblor de mis manos y labios se calmaba apenas un poco. Dejé que el aire entrara lentamente en mis pulmones y lo solté con lentitud, buscando una paz que sabía que estaba fuera de mi alcance en ese momento.

Luego, miré a Esther. Seguía inmóvil, pálida, temblando, con la vista fija en algún punto invisible. Parecía perdida en la nada, atrapada en sus propios pensamientos.

Agradecí, aunque fuera por un segundo, estar algo más tranquila. Tomé su mano con suavidad y coloqué mi otra mano en su rodilla.

—Hey, mírame —susurré, apretando un poco más su mano—. Esther.

—Fina, hoy fue demasiado para mí... —tragó saliva con dificultad—. Hoy vi cosas... cosas que me han dejado absorta, bloqueada.

La miré con una profunda preocupación, sintiéndome impotente. Cada palabra que decía parecía no ser suficiente para aliviar su miedo, su dolor, su asombro.

—No sé qué decirte, lo siento muchísimo... —murmuré, fijando la vista en un punto fijo antes de mirarla—. Lamento haberte arrastrado hasta aquí. Te ruego que vuelvas a Francia.

Esther pareció reaccionar y, por primera vez, sus ojos se encontraron con los míos. Estaban enrojecidos por la conmoción. Asintió lentamente, solo para luego perder de nuevo la mirada en el vacío.

—No quiero estar aquí más tiempo —susurró, frunciendo el ceño, como si acabara de darse cuenta de algo—. Pero no puedo simplemente marcharme. —Me miró con preocupación—. Fina, presenciamos un homicidio.

Negué con la cabeza inmediatamente y, nerviosa, me levanté del sofá, moviendo las manos en un intento de deshacerme de la idea.

—No sabemos... No vimos nada... Escuchamos, pero...

—¿Crees que esos disparos fueron al aire, Fina? —preguntó con enojo, alzando la voz y su mirada.

—No, pero... insisto, no sabemos nada y... —tomé aire, titubeando—. Y Jesús... está demente, podría hacernos algo.

—Él no sabía que estábamos ahí.

—Tampoco lo sabes, Esther —respondí, cubriéndome el rostro con las manos, acariciándome en busca de algo de calma—. Podría venir...

—No le conviene. Escucha... —dijo poniéndose de pie. Sentí sus manos frías sobre las mías—. Tenemos que ponernos de acuerdo y ordenar las ideas.

Asentí lentamente, sintiendo que, al menos por un momento, no estaba sola en esto.

—En mi bolso tengo muchísima evidencia, pero siento que Jesús va un paso adelante. Podría cometer un error si voy directo a la policía y empiezo a escupir información —dijo Esther con rapidez, sus ojos llenos de una determinación que apenas disimulaba su temor—. Debo dar aviso sobre esos disparos, Fina. Jesús no sabe que estuvimos ahí, y, aunque lo supiera, sabe que no puede tocarnos.

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora