Isidro llegó apurado a la casa, con la respiración agitada y una expresión de prisa que no solía llevar en el rostro. Dejó su chaqueta sobre el respaldo de una silla en la cocina y se dejó caer en otra, soltando un largo suspiro. Debía hacer un arduo trabajo en el jardín, ya que después de la boda, dejó bastante que desear su deplorable estado.
Por un momento, una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar la felicidad que había visto en el rostro de su hija. Era la misma sonrisa que tenía cuando apenas tenía doce años, aunque ahora ya no era una niña. Se había convertido en una mujer fuerte y decidida, con un aire más relajado, pero que guardaba cierta tensión, como si algo la preocupara. Isidro frunció el ceño, tratando de entender esa sensación de extrañeza que lo inquietaba.
Levantó la mirada al escuchar pasos, y vio a Jaime cruzar la puerta de la cocina. Este se ajustaba la camisa, intentando parecer despreocupado, aunque la sombra de la melancolía se reflejaba en su semblante.
—Don Jaime, ¿cómo le va? —preguntó Isidro, asintiendo con la cabeza y cerrando los ojos brevemente en señal de saludo.
Jaime le devolvió la sonrisa, aunque sus labios temblaron ligeramente, como si la tristeza luchara por salir a flote.
—Bien... extrañando a mi mujer —respondió, con un tono que intentaba ser ligero pero que no lograba disimular la pena—. Pensé que usted la traería de vuelta.
Isidro hizo una mueca apenas perceptible, entrelazando sus dedos sobre la mesa. Aquel comentario lo incomodaba, pero no dejó que sus emociones se reflejaran en su rostro.
—Parece que decidió quedarse más tiempo con Fina —replicó con un tono neutral, casi desinteresado, como si quisiera restar importancia al asunto.
Jaime asintió con un leve murmullo que ocultaba su frustración, su expresión se endureció y frunció el ceño, irguiéndose como si tomara una repentina determinación.
—¿Le molesta si le pregunto dónde vive Fina? —dijo, esforzándose por mantener la voz calmada, aunque la impaciencia era evidente en su mirada.
Isidro lo observó con desconfianza, sus ojos buscando alguna intención oculta en la pregunta de Jaime. Pareciera tener celos. Dejó pasar unos segundos en silencio, haciendo que la tensión entre ambos se hiciera palpable en el ambiente. Finalmente, bajó la mirada y se levantó de la silla, tomando su chaqueta con un movimiento decidido.
—No me molesta, en lo absoluto —respondió con una rapidez calculada, como si intentara cerrar la conversación desinteresadamente—. Pero creo que no están ahí, parece que iban a salir. Con permiso.
Sin esperar una respuesta, Isidro salió de la cocina, evitando el contacto visual. Jaime se quedó allí, con la pregunta atascada en la garganta, observando la puerta por donde había desaparecido Isidro. Con un gesto de frustración, se apoyó sobre el respaldo de la silla, apretando los dedos con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Dejó escapar un suspiro cargado de irritación, y tras pasar las manos por su cabello con un movimiento brusco, se dirigió apresuradamente hacia la salida, en dirección a su coche, como si su urgencia pudiera borrar la sensación de impotencia que lo acosaba.
***
—¿Qué necesitas? —preguntó Esther, con las manos aferradas al volante y la mirada fija en el camino, tensa. Lanzó una rápida mirada al asiento del copiloto, donde Manuel se retorcía, su rostro demacrado por el dolor, y no pudo evitar sentir desagrado al verlo tan malherido.
—Cuando lleguemos... —se quejó Manuel, su voz quebrada, mientras trataba de acomodarse en el asiento, con el cuerpo encorvado y una tos seca que rompía el silencio—. A mi apartamento te diré qué necesito.
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Toledo, 1958.
Fiksi PenggemarEn 1958, Fina Valero, con el esfuerzo de su padre, se traslada a Barcelona a los 18 años para estudiar Finanzas y Contabilidad. Diez años después, regresa a su pueblo natal sin entusiasmo, obedeciendo la solicitud de su padre, con la intención de qu...