Capítulo 36: "Una confesión y dos disparos"

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A veces los humanos pecamos a sabiendas, no en el sentido de los pecados bíblicos o de las religiones, sino en el de cometer acciones sabiendo que no son correctas y que dañan a otros.

Paremos un minuto a pensar. ¿Por qué la gente daña a los demás? ¿Por qué hay personas que disfrutan causar dolor? ¿Acaso hay un placer oculto en el sufrimiento ajeno? ¿Lograrán dormir en la noche, sabiendo que mintieron, robaron o incluso mataron? Jesús ha hecho esas tres cosas en más de una ocasión y sigue durmiendo. Tal vez no plácidamente, pero ahí estsba, sentado con un arma sobre su regazo, con las manos temblorosas, la mirada perdida, los labios secos y cerrados casi por inercia. Su camisa, cara y elegante, estaba cubierta de polvo y barro. Sus ojos solo cobraron vida al ver a Fina bajarse del taxi apresurada, dándole un par de monedas al taxista de forma casi torpe. Observó cómo su vestido celeste se movía con ella y cómo los tacones resonaban al subir apresurada hacia el apartamento. Solo en sus ojos hubo expresión; el resto de su rostro permanecía sin reacción alguna.

No mentiría si dijera que la presencia de Fina, y el hecho de que ya estaba enterada de tantas cosas, le resultaba interesante. Tal vez era el momento de confrontarla y acabar con ella de una vez; al fin y al cabo, Fina había sido un dolor de cabeza para él desde que apareció.

Jesús abrió el tambor del fino revólver y observó las cuatro balas. Luego alzó la vista hasta el coche de Esther aparcado frente a él. Sabía que Manuel estaba en el apartamento y que, probablemente, Fina estaba allí con ellos.

¿Dejar cabos sueltos? ¿Arriesgarse por no cometer más pecados? Su vulnerabilidad, ese homicidio doble que cometió y los lavados de dinero era su acción principal que lo podría condenar a una privación de su libertad.

Aunque no lo pareciera, la gente pecaminosa también tiene remordimientos. Pero, lamentablemente, él no podía pensar de forma tan fría. Golpeó el volante con ambas manos y soltó una lágrima llena de rabia. La última vez que mató fue casi un crimen pasional; no le quedaba otra, o eso quería recordar. Pero esta vez, él podía decidir y debía hacerlo.

¿Qué culpa tenía Fina en todo? Era la hija del chófer familiar, la contadora de la empresa, una joven entusiasta con la vida.

Respiró hondo, guardó el revólver en su saco, bajó del coche y empezó a caminar lentamente hacia el edificio, con la mirada fría y perdida.

***

—No has tocado tu pasta, es tu favorita —comentó Jaime, limpiándose la boca con una servilleta.

Marta alzó la mirada y asintió, llevándose un bocado a la boca. Observó el entorno sobrio y casi aburrido del restaurante elegante donde las personas comían en silencio. Suspiró, sintiendo lo banal e insípido que era almorzar con su marido, especialmente al recordar que hacía unas horas había experimentado el mejor encuentro íntimo de su vida con aquella castaña que, por primera vez, le había dado sentido a esa cursi expresión de "hacer el amor". Al pensar en ello, su sonrisa se volvió más natural y amplia.

—Sabía que te iba a gustar —comentó Jaime, sonriendo mientras la miraba a los ojos.

Marta, sin dejar de sonreír, frunció ligeramente el ceño y se limpió la boca con una servilleta.

—La pasta está deliciosa —comentó mirando su plato  con tranquilidad.

—Así es —respondió él, y acercándose, tomó su mano sobre la mesa—. No sabes cuánto te he extrañado, cuánto te he echado de menos y a este tipo de citas que solíamos hacer hace un par de años, amor mío.

Al escucharlo, Marta sintió un nudo en el estómago y el impulso de retirar su mano, como si el contacto la quemara. Asintió levemente con la cabeza y mintió:

Toledo, 1958.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora