Rhaenyra Targaryen, la hija primogénita del rey Viserys y la heredera al Trono de Hierro, caminaba con gracia por el Gran Salón de Desembarco del Rey. El vino rojo llenaba su copa, un licor tan oscuro como los secretos que se guardaban en aquel lugar. A su alrededor, nobles y caballeros brindaban por la salud del rey Viserys, quien celebraba un nuevo año de vida con esplendor y lujo.El ambiente estaba cargado de risas y música, las llamas de las antorchas danzaban en las paredes de piedra, creando sombras que se retorcían y estiraban como si fuesen criaturas vivas. Rhaenyra mantenía una sonrisa calculada, cortesana, mientras avanzaba entre la multitud. Pero su mente estaba lejos, enredada en pensamientos que prefería no recordar.
Fue entonces cuando lo vio, al otro lado del salón, en medio de una conversación animada con el rey. Daemon Targaryen, el Príncipe Canalla, su tío. Su cabello plateado reflejaba la luz del fuego, y sus ojos, de un púrpura intenso, brillaban con una chispa traviesa que Rhaenyra conocía demasiado bien. El dolor en su pecho se hizo más agudo al verlo, reviviendo el enojo y la desilusión que había intentado enterrar desde aquella noche, la noche en que él la abandonó en aquel burdel, dejándola vulnerable y expuesta.
Rhaenyra se detuvo, su corazón latiendo con fuerza. ¿Cómo era posible que, después de todo, aún sintiera algo por él? Había pasado tanto tiempo desde entonces, y, sin embargo, allí estaba, con una presencia que la atraía y la repugnaba al mismo tiempo. Quería ignorarlo, dejarlo en el pasado como una sombra que no merece atención. Pero no pudo. Desde niña, Daemon había sido su héroe, el hombre que encarnaba todo lo que ella deseaba ser: libre, indomable, dueño de su propio destino. Y, en algún lugar profundo de su corazón, aún lo amaba, aunque supiera que ese amor era tan peligroso como el fuego que corría por las venas de los dragones de su familia.
Decidió acercarse. No podía permitirse el lujo de parecer débil o afectada. Rhaenyra alzó el mentón, respiró hondo y cruzó el salón, sus pasos firmes resonando en el suelo de mármol. Al llegar junto a su padre y su tío, esbozó una sonrisa encantadora, la misma que había aprendido a usar para ocultar sus verdaderos sentimientos.
—Mi rey, tío Daemon —saludó con una ligera inclinación de cabeza, su voz suave pero segura.
—Rhaenyra, querida —respondió el rey Viserys con una calidez que contrastaba con la frialdad que sentía en el aire—. Daemon y yo estábamos discutiendo los asuntos de Dorne. Parece que los príncipes de allá vuelven a alborotarse.
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𝑩𝑳𝑶𝑶𝑫 𝑨𝑵𝑫 𝑨𝑺𝑯𝑬𝑺- 𝑱𝒂𝒄𝒂𝒆𝒓𝒚𝒔 𝑽𝒆𝒍𝒂𝒓𝒚𝒐𝒏
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