Capítulo 34

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Al parecer, todos en esta casa estamos jugando al Quién es quién. Para empezar, no sé quién es el chico pelirrojo que tengo delante, ni estoy seguro de aún saber cuál de los hermanos es Mingi. El chico no sabe quién soy yo y parece que tampoco se aclara sobre quién es quién de los dos hermanos. ¡Vamos, un completo lío!

—¿Qué pasa aquí? —repite la pregunta, sin dejar de mirarnos, sobre todo a mí.

El colapso en mí se hace evidente cuando no puedo controlar más las lágrimas y rompo a llorar de manera desconsolada. Aparte de sentirme confundido, me siento triste al descubrir la realidad de Mingi de ese modo, y que él nunca me lo dijera, después de creer que éramos buenos amigos.

—Yo… Yo… Yo no sabía que tú…, que tú, Mingi… —balbuceo entre sollozos, como si tuviera espumarajos en la boca.

Dudo que alguno de los tres esté entendiendo algo de lo que digo, sobre todo el chico pelirrojo, porque no para de arrugar la frente.

—Pero ¿qué te pasa, cariño? —me dice, caminando hacia mí con los brazos abiertos para consolarme, como si me conociera de toda la vida.

—E… e… es que yo… Yo… Él… Él nunca me dijo que… —No puedo terminar la frase porque no paro de llorar y sollozar.

Pensé que teníamos confianza el uno con el otro, ¿por qué nunca me dijo que estaba en silla de ruedas? ¿Por qué me lo ocultó? ¡Eso era algo importante, joder!

—Haku, cariño, él… —comienza a decirle Keeho. Él se aparta un poco de mí y lo mira con el ceño fruncido.

—¿Me acabas de llamar cariño? ¿Qué te pasa? —le suelta.

Su frente se arruga más cuando mira a Mimgi. Observa la silla con aturdimiento y se tapa la cara.

—Pero ¿qué están haciendo con…?

Keeho le tapa la boca antes de que acabe de hablar y entonces llega mi turno de arrugar la frente, confundido. Y vuelta a lo mismo; a no entender ni jota. ¿Qué está pasando, por Dios?

—Pero ¿qué haces? Suéltame… —chilla él, apartándose de Keeho—. A ver, primero: ni se te ocurra volver a hacer eso —le advierte—. Segundo…

Sacude la cabeza como si no entendiera nada y abre los brazos señalando alrededor. Si me mirara al espejo, diría que ahora mismo ambas tenemos la misma cara de no entender nada.

—¿Qué está pasando aquí? —Mira al chico lleno de tatuajes, sentado en una silla de ruedas, y arruga más la cara. —¿Keeho? —dice, sin más.

¿Keeho? Yo también lo miro con la frente muy, muy, muy arrugada, tanto que si la llego a arrugar más, me desaparece de la cara. Él traga ostensiblemente. ¿Qué narices…? ¿Por qué el pelirrojo acaba de llamar Keeho al chico que está en la silla de ruedas? ¿No era Mingi? ¿Quién se supone que es Mingi?

Dejo de mirarlo a él para mirar al chico pelirrojo.

—Él es Mingi —digo, muy segura de lo que me han dicho. El chico me mira confuso y niega con la cabeza.

—No, él es Keeho —dice, refiriéndose al mismo chico que yo, al que está lleno de tatuajes y sentado.

Yo acentúo aún más mi expresión y coloco las manos en la cintura.

—Él es Mingi —repito.

—¡Que no, hombre, él es Keeho! —Y dale que dale.

Señalo al chico que sí puede caminar y digo:

—Él es Keeho —Señalo al chico en silla de ruedas y añado—: Él es Mingi, mi amigo.

El pelirrojo los mira a los dos y luego a mí. Abre la boca lentamente y los fulmina a ambos, como si hubiera acabado de entender algo que yo aún no alcanzo a comprender. Todos juegan con ventaja.

—¡Serán cabrones, pedazo de inmaduros! —exclama el pelirrojo de la nada.

Veo que el chico de la silla de ruedas mira a su gemelo frunciendo los labios como si se aguantara una carcajada. Entonces me detengo unos segundos y reparo en él.

Siempre se duchaba puntual y nunca tardó todo lo que una persona en silla de ruedas tardaría en darse una ducha, y no creo que en el mes que no hemos hablado se haya quedado en una silla de ruedas. Y, aunque eso pudiera ser posible, él es abogado, ¿qué abogado lleno de tatuajes está hasta arriba de trabajo como lo estaba Mingi? No lo digo por prejuicios propios, hablo de los prejuicios de la sociedad. No mucha gente está dispuesta a poner casos importantes en las manos tatuadas de un abogado lleno de tinta.

Miro al chico que está de pie, limpio de tatuajes y tragándose una sonrisita de maldad lo mejor que puede.

—¿Me has engañado? —pregunto, incrédulo.

Al segundo, ambos se doblan y comienzan a partirse de la risa. Abro la boca, confuso, y miro al chico pelirrojo. Él pone los ojos en blanco y resopla.

—Cariño, creo que estos gemelos acaban de gastarte una broma pesada —me informa.

Yo, aún incrédulo ante lo que está pasando, los miro a ambos.

—¿En serio? ¿Esto ha sido una broma? ¿Ha sido una puñetera broma todo el rato? ¿Y han tenido tanta sangre fría, hasta el punto de haberme hecho llorar?

El supuesto Mingi en silla de ruedas se levanta sin dejar de reír y toca mi hombro.

—Lo siento, de verdad —se disculpa. Yo, furioso, le aparto la mano de mi hombro. No dice nada ante mi gesto y señala a su gemelo—. Él es Mingi, yo soy Keeho y, como puedes ver, los dos podemos caminar perfectamente.

Mis ojos son dos lanzallamas y apunto a Mingi, al verdadero, al que se está riendo ahora mismo, al que fue a mi casa y se hizo pasar por mi novio delante de mi familia. Tengo tantas ganas de estrangularlo que pueden conmigo.

—¡Serás…!

Avanzo hacia él amenazadoramente y, antes de pensar en propinarle un puñetazo en alguna parte de su cuerpo, me muerdo el labio inferior y gruño. Él me mira e intenta dejar de reír.

—Lo siento, pero me debías esto, Hongjoong —dice, y mi mandíbula choca contra el suelo de su casa.

—¿Qué, qué, perdona? —salto.

Se yergue, ya que estaba riendo con las manos apoyadas en las rodillas, y vuelve a ser más alto que yo. Doy un paso atrás, pero mantengo mi postura de «no me toques que muerdo». ¡Estoy que echo humo!

—Me dejaste plantado, te fuiste un mes y me tenías hablando con tu maldito váter. Pensé que te habías ido con el imbécil de tu ex otra vez, me hiciste pensar mil cosas, ¡joder, Hongjoong, esto me lo debías! —dice, y escucho cómo la risa de su hermano aumenta.

—¿Eres Hongjoong? —me pregunta el pelirrojo, lo miro y relajo mi postura tensa porque con él no estoy enfadado, así que no hace falta que le ponga cara de perro con pulgas.

—Sí, soy Hongjoong.

Apenas lo digo, él sonríe y me abraza sin aviso previo.

—¡Kim Hongjoong por fin! ¡Yo soy Haku, el novio de Keeho! ¡Llevo queriendo conocerte desde que llegué aquí!

¿Qué, qué? ¿Conocerme?

De nuevo, y para variar, no sé qué está pasando a mi alrededor. Mejor sería que me sentara en el sofá y me pasaran un documental.

Terminaríamos antes.

El chico del baño de al lado ✓ Minjoong [Ateez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora