Capítulo 38

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Me abrocho los vaqueros y aliso las arrugas de mi camisa holgada verde-agua de Mango. Es mi favorita, todo sea dicho. Me pongo algo de crema hidratante, nada de maquillaje, excepto el protector labial. Finalmente, miro la hora en mi reloj de pulsera. Ya son las siete menos diez y solo tengo que coger las llaves para salir. Llevo un par de billetes en un bolsillo y el móvil en otro.

Recorro en menos de siete minutos el par de manzanas que hay hasta llegar a Las carnitas de Maddox y, desde fuera, detrás de las puertas de cristal, miro cada rincón del establecimiento asegurándome de que Mingi no ha llegado antes que yo.

En efecto, no está allí.

—¿Qué tal, Maddox? —saludo con un movimiento de cabeza al tomar asiento en la barra y dejar el móvil sobre ella.

Él está secando un plato de aperitivos cuando saluda en mi dirección.

—¿Quieres que te ponga un café?

Niego con la cabeza y con dos dedos le indico la cantidad de agua que quiero que me ponga. Lo hace y se va a atender al señor que acaba de llamarlo entre risas.

Pasan los primeros quince minutos, y aunque intento entretenerme cotilleando en el móvil, mi pierna derecha ya ha comenzado a saltar nerviosamente. Mi cuello de vez en cuando se da la vuelta para mirar a la puerta y comprobar que nadie está a punto de entrar.

«Se le habrá hecho un poco tarde. No desesperes, Hongjoong, por Dios», me digo a mí mismo levantando un dedo en dirección a la mujer de Maddox para pedir.

¿La espera realmente sienta así de mal?

Porque ahora mismo quiero darme con una sartén en la cabeza. Yo lo dejé plantado a él, normal que se enfadara y más tarde me lo hiciera pagar de la manera en que lo hizo.
Llevo cuarenta y cinco minutos sentado en la barra y sigo sin ver a Mingi asomar la nariz por aquí. Me duele el cuello de darme la vuelta cada vez que escucho a alguien abriendo la puerta.

—Maddox, otra, porfa —pido.

El hombre que está detrás de la barra apoyado en los codos me mira con desdén.

—Llevas tres cervecitas, Hongjoong. Y has ido tres veces al baño. Mejor sigue esperando con agua.

Lo fulmino con la mirada por su atrevimiento.

Está bien, yo a veces me he divertido a su costa, riéndome de su notable caída de cabello y sus entradas, pero él también ha contraatacado metiéndose con mi color de pelo, entre otras cosas. Esta vez yo no le he hecho nada.

—Ponme otra, por favor. Y deja de acosar a tus clientes —bufo.

—Vamos, ni siquiera te gusta el sabor de la cerveza —me recuerda.

Levanto la botella de cristal vacía.

—¡Otra, vamos, vamos! —lo apremio.

Me llama algo entre dientes, seguro que «Cruella de Vil» y algún que otro adjetivo malsonante, y finalmente me coloca otra cerveza delante.

Pasan diez minutos más y sé que él no va a aparecer, así que pido la quinta cerveza. Quizá si me emborracho, ya no recuerde la tremenda humillación que siento. Los minutos pasan y pasan hasta que Maddox vuelve a estar delante de mí.

—¿Cómo has dicho que era el tal Mingi? —pregunta, descansando su peso sobre un codo apoyado en la barra.

—Alto, guapo, con el pelo negro y ojos de gato.

—Ya, si me sonaba a mí. Es un chico muy alegre cuando se deja ver por aquí.

Me encojo de hombros acabándome lo que me queda de la última cerveza que ha caído en mis manos hace un rato y comprobando una vez más la hora en la pantalla del móvil y en el reloj.

—Y, por cierto… —Se inclina un poco hacia mí como si me fuera a confesar un secreto que nadie más puede oír. Yo me echo un poco hacia delante, poniéndole la oreja para oírlo mejor—. Acaba de entrar.

No he escuchado nada de lo último que me ha dicho, solo soy consciente de que me aparto y suelto una carcajada dando algunos golpes en la barra.

Al parecer, el alcohol ya ha encontrado la torre de control de Hongjoong.

—¡Quién es ese hombre, que me mira y me desnudaaaaaa…! —canto a todo pulmón, dándolo todo.

No me acuerdo demasiado bien de la letra de la canción de Pasión de calamares.

Realmente no estoy seguro de que fuera así el nombre, pero bueno, ahí vamos. La gente parece que se divierte y yo también quiero divertirme.

—Hongjoong baja de la barra. Mañana te arrepentirás de esto. —Oigo que dice quién creo es Mingi, y le guiño un ojo.

—¡Ni una sola palabra, ni besos ni miradas apasionadas, ni rastro de los besos que antes me dabas… hasta el amanecer, eh, eh, eh!

Me hago con el bote de la pimienta y lo aferro entre mis manos. No recuerdo la última canción que estaba cantando, así que vuelvo a la de Pasión de calamares.

—¡Una fiera inquieta, que me da mil vueltas y… que… no recuerdo lo que viene despuééééés!

Todos se ríen y aplauden. Yo, por mi parte, comienzo a agitar un brazo en el aire.

—Hongjoong, por favor —dice el tipo de antes. Lo miro y arrugo la frente.

—Señoras y señores, les presento a mi calamar. Le falta el caballito, quitarse la camiseta y llevar un sombrero de vaquero, pero bueno, me sirve igual.

Alguien grita algo así como «¡Es gavilán, no calamar, hombre!», y todos los allí presentes ríen más cuando señalo a Min… ¿Cómo se llama? Estoy seguro de que comenzaba por Min...

—¿Soy tu qué? —pregunta él arrugando la frente mientras me agarra los brazos para ayudarme a bajar. Yo me niego. Desde aquí todos se ven más bajitos y yo soy enorme. Tan enorme como… ¡su torre inclinada de Pisa!

—¡Este hombre se ducha conmigo todos los días! —grito, sin dejar de señalarlo—. Y no solo eso, su novio…, bueno, su ex, ¡Se volvía loco! con la torre inclinada de Pisa. Sus gritos no me dejaban ni mear en paz, era incomodísimo.

Las carcajadas del bar entero me hacen sonreír, satisfecho. Están pasando un buen rato gracias a mí y es tan genial.

—No nos acostamos, o sea, no llegamos a hacerlo porque me fui corriendo de su casa, pero estoy seguro de que lo que él tiene se parece mucho a la torrecita esa de Italia. Venga, ¿pero a que se parece este chico? Tiene un aire de…

—¡Hongjoong, ya está! —me interrumpe.

—Ups, creo que se ha enfadado. —Me tapo la boca con el pimentero, que no suelto—. El Hombre de Acero con el pajarito como la torre inclinada de Pisa se ha enfadado —digo a todos, escondiéndome detrás del pimentero y cerrando los ojos para que no me pueda ver.

—Creo que es hora de irse. Ya te has divertido mucho por hoy.

—¡Nooooo! Yo quiero marrrrcha. Huy, ¡yo quiero marcha, marcha! ¡Yo quiero marcha, marcha! Tú quieres… ¡marcha! ¡Venga, a mover el esqueleto! —grito, comenzando a cantar la canción de… esos animalitos que se escapan del zoo. Sí, sí, 101 dálmatas, esos mismos.

—Se acabó —dice Mingi, y cuando me doy cuenta estoy montado en su hombro y viendo como toda la gente del bar abuchea y protesta porque ya no canto.

Ay, qué mal, yo quería cantar.

—Espeeeera, calamar, ¿A dónde vamos? Yo puedo caminaarrrrr sooooloooo —aviso sin dejar de arrastrar las palabras.

—Te llevo a casa.

El chico del baño de al lado ✓ Minjoong [Ateez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora