4

431 54 2
                                    

¡Tío Chris quiere que me vaya a trabajar con él a Nueva York! Mi gran sueño, La Gran Manzana, algo que queda demasiado grande para mí, su empresa debe ser sumamente prestigiosa y han de tener cientos de personas que querrán una oportunidad así, aún siendo profesionales, cuando yo ni siquiera postulé a una universidad porque ni siquiera lo vi dentro de las posibilidades.

El amigo de mi padre, tras la cena, se ofrece a lavar los platos pero su esposa es quien se levanta y lo detiene.

—Deja, cariño—le dice Tía Margaret—, ¿por qué mejor no van a discutir con Megan y con nuestro amigo de por qué nuestra adorada chica no debe dejar pasar la universidad de irse con nosotros?

Él la mira y sonríe. Ella le da un beso en los labios y los deja.

—¡Yo me haré cargo!—le digo, poniéndome de pie también—. ¡Por favor!

—¿Y si mejor pasamos a la sala para seguir la conversación?—propone papá.

—Es una gran idea—insiste el señor Green.

Nos ponemos de pie y les sigo hasta la sala.

Papá se sienta en el sillón grande y su amigo en el de un cuerpo, continuo a este del lado izquierdo.

—Será muy difícil dejar ir a mi pequeña—dice, mirándome—. ¿Por qué no vienes y te sientas en las rodillas de tu padre como en los viejos tiempos, cielo?

Me ruborizo de inmediato. El gesto del señor Green evidencia sorpresa y nos observa con atención mientras estoy muerta de la vergüenza.

—¡Ay, no!—le digo—. Estoy grande para eso ya, soy una mujer mayor de edad, ¡cómo crees que haga eso!

—Vamos, Megs—insiste Green, divertido—. Dale el gusto, que posiblemente sea de las últimas veces que tengan estos mágicos momentos padre e hija, aunque sean mayores de edad y adultos ambos, por supuesto. ¡Has crecido tanto!

—Tu madre siempre estuvo muy orgullosa de ti—dice él en mi dirección y se le quiebra la voz mientras habla.

La TV está encendida, pero muda. Su pantalla y una lámpara tenue es la única luz en toda la sala, desde que la enfermedad de mamá se agravó la casa de volvió oscura y pasó a un segundo plano siendo el mercado familiar la prioridad.

—No llores, papá. No llores—le digo y me voy hasta él, segura de que no quisiera que se le siga rompiendo el corazón.

Me siento finalmente en su regazo y lo rodeo con mis brazos, en busca de contenerlo. Su cuerpo se estremece y se sacude entre gimoteos mientras también me abraza y ambos nos damos apoyo mutuo ante lo devastados que hemos quedado tras la pérdida de mamá, ¡tanto dolor!

—No podría impedir que hagas realidad tus sueños y dejes pasar las oportunidades de tu vida, cariño—dice, apartándose un poco de mí y besándome en la frente como si volviese a ser su pequeña—. Mereces todo lo buena que pueda sucederte y creo que el señor Green te ofrece una oportunidad que no puedes dejar pasar.

Sus brazos se aferran a mi cintura y reposa un beso tierno en la punta de mi nariz que me saca una risita en medio del llanto y el momento tan triste y trágico que nos toca vivir en la familia.

—No... No...puedo dejarte solo, papá, además necesitas ayuda con el mercado y mamá hubiese querido que...

—Estoy seguro de que tu madre hubiese querido que hagas realidad todos y cada uno de tus sueños, Megs—me dice el señor Green afirmando los codos en las rodillas. Lo observo y lo noto un poco incómodo y risueño, quizá será por lo vergonzoso del momento de mi padre, siempre se mostró tan orgulloso de que yo sea su hija, que ya es hora de que entienda que no soy una niña pequeña, que estoy creciendo.

¿O será que otra cosa lo pone tenso?

Mientras lo observo, papá me sigue abrazando y afirma su frente en mi clavícula. ¡Está devastado, está destruido, se viene abajo, no puedo dejarle así!

Me acomodo en el regazo y le digo al señor Green:

—No quiero abusar de la confianza y la generosidad tanto de su parte como de parte de Margaret...—le confieso y me siento un poco atrevida por no haberle dicho "tía Margaret". Es que no son realmente mis tíos, pese a que de pequeña les decía de esa manera. El tiempo alejados ha vuelto un poco extraña esa palabra en mi boca.

—Serás una chica brillante—afirma papá, tratando de ocultar su dolor, ¡se quedará completamente solo si me voy!

—Y te ofreceremos vivir con nosotros, tendrás cubiertos tus estudios con nosotros y tus gastos correrán por cuenta de tu trabajo—afirma él.

—Será una oportunidad maravillosa—le apoya papá—. Christopher pueda darte algo muy potente que yo jamás te podría dar, algo tan grande y sólido en tu vida que quedarás satisfecha siempre. Hablamos de las oportunidades...de trabajo, de estudio, de vivienda, cielo. Por favor, quiero lo mejor para ti.

—Sabes que Margaret podrá ayudarte para que entres en la Universidad Estatal de Nueva York, Megan.

—Es muy difícil entrar ahí...

—Ella tiene sus contactos y yo también, pero de seguro no serán necesarios, considerando tus méritos académicos.

—Yo...

Santo cielo. Mi gran sueño de llegar a ser escritora. Ser como esas mujeres magníficas que recrean mi cabeza desde tan pequeña, creando mundos en largas páginas y páginas repletas de palabras y en ese delicioso aroma a tinta y papel crema. Yo podría ser así en algún momento, por todos los cielos.

Me acomodo un mechón de cabello hacia atrás mientras me lo pienso y ambos percibimos la venida de Tía Margaret con sus pasos a lo lejos.

Mi padre me deja que me siente a su lado en el sillón y, una vez que me aparto, también se incorpora hacia adelante como el señor Green con los codos afirmados en las rodillas. Parecen tortugas en esa posición, pero entiendo que están agotados con todo lo que está sucediendo.

—¿Y? ¿Ya la convencieron?—pregunta tía Margaret secándose las manos con un paño de nuestra cocina.

Me pongo de pie y la confronto:

—¡Lo siento! ¡Debería haber ido!

—Apenas fueron cuatro platos, en dos minutos está. Te dejé la tarea de guardarlos una vez estén secos, cariño.

—Yo...gracias.

—Creo que Megs está de acuerdo, cariño—le dice el señor a la señora Green.

Ella me mira con asombro y una alegría radiante brillando en su gesto. ¿En verdad les hace felices poder ayudarme?

Les miro con algo de timidez, primero a ella y luego a su marido quien se ha quedado esperando una respuesta desde que me puse de pie.

Papá, quien sigue sentado en el sillón tras de mí, le dice a Margaret:

—Creo que necesitará de una mujer que la acompañe a armar su bolso con todo lo que una chica necesita para sobrevivir a Nueva York.

—¡Oh, qué alegría más grande!—asegura ella y me envuelve en un abrazo repleto de calidez. Percibo que el señor Green también se pone de pie y me abraza desde atrás. Estoy tan apretada que me cuesta respirar, pero me pone muy contenta que ellos también lo estén con mi decisión.

—¡Prometo que seré una buena chica!—les aseguro.

—Claro que lo serás, no lo pongo en dura—asevera el señor Green desde tras de mí.

—¿Cómo dices, cariño?—pregunta Margaret.

—Que no lo pongo en duda. Megan será una buena chica.

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora