Tic, tac.
—¡Hola, cariño!
Tic.
Tac.
—¿Te sientes bien?
Muda, paso de Margaret y me encierro en el cuarto. Ella me sigue, pero se detiene en la puerta sin golpear y sin insistir. Necesito estar sola. Necesito silencio. Estoy aturdida, aturdida con tantos problemas y tantas broncas. Todo es una verdadera mierda y no tengo manera de procesar las cosas si no es estallando y rompiendo todo, no es lo más coherente ni lo la opción más loable considerando que podrían luego mandarme presa.
Comienzo a plantearme si le rompí los dedos a tía Margaret a propósito en un arranque impulsivo y comienzo a temer de mí misma.
¿En qué clase de persona me estoy convirtiendo?
Pete estuvo en problemas con su trabajo por mi culpa.
Pete me protegió.
Helia me ayudó desde que llegué, me cuenta sus infidencias y profundiza en sus problemáticas para hacerme crecer y entender muchos asuntos que por mi edad y mi corta experiencias se me escapa de las manos.
Pete lloró hoy por mi culpa.
No merece que le suceda eso...
El corazón se me acelera de manera brutal, me jode tanto esto que no quiero seguir procesando lo que hay a mi alrededor.
Es asunto de tiempo, justificó mi padre en un momento. Solo serán nueve meses y ya seré libre, es lo que Margaret intentó argumentar.
Se me eleva el pulso y el ritmo respiratorio al tiempo que permanezco en la habitación, mi cabeza entra en pensamiento de túnel, sigo petrificada en la cama, pero es como si todo estallase dentro de mí.
Afuera hay ruidos.
Tic, tac.
Ha pasado no sé cuánto tiempo, pero ya es profundamente de noche. Parece que ya han cenado. Finalmente se oyen murmullos afuera hasta que unos golpes contra la puerta me vuelven loca, como si quebraran la burbuja en la que he estado metida.
—¿Megs?
Tic.
—¿Megs, podemos hablar?
Green.
Es él.
Ha llegado y lo ha mandado seguro que su bendita esposa ya que a ella decidí ignorarla definitivamente.
—Megs, por favor.
Ahí está.
Están los dos.
Como un matrimonio feliz que se supone que son, ¿verdad? Que lo tienen todo, sobre todo dinero, lo cual les servirá para comprar a una cría medio huérfana y desesperada que ni estudiar por si misma puede.
Una cosa es que se metan conmigo, pero ¿Pete? Ahora ha quedado en una encrucijada que lo destruirá por dentro, cuando en verdad tendría que ser uno de los momentos más felices de su vida entera.
Entonces me pongo de pie.
Entonces abro la puerta como un misil, como una furia, enceguecida por las condiciones que hay a mi alrededor. El fuego arde dentro de mí y es como si prendiera en llamas todo alrededor. Ahí están.
El muy cabrón y la zorra de pie delante de mí.
Me hiere profundamente la belleza del señor Green. Que ponga ese gesto de hombre comprensivo y cálido para avasallarme de la manera en que bien sabe hacer, me deja rota por dentro, pero eso que se ha quebrado ahora se ha fundido, dispuesta a darlo todo.
¿Por qué exponer a otros de esa manera? ¿Por qué tanto daño? ¿Por qué otros tuvieron que salir heridos por mi culpa? Mentiras, infidelidades, sexo, conciencia sucia, llanto, gritos, alegría, dolor, secretos.
—Megan—dice ella.
Pero doy un paso hacia adelante.
Él sigue delante.
—Megs—murmura, parece cagado de miedo.
—Tú—farfullo presionando la mandíbula, como si pudiese ser capaz de morder cada una de las palabras—. Tú. Le. Hiciste. Eso. A. Pete.
—Cariño, tenemos que hablar de algo contigo—Margaret interviene, pero la evado de manera intencionada y acentúo mis palabras delante del cabrón más sexy y cruel de todos. Que se valió de su experiencia, de sus posibilidades materiales y de sus encantos para dejarme comiendo de su mano.
—Tú le hiciste. Eso... Lo alejaste de mí.
—Megan, no sé de qué estás hablando—insiste Green—, pero hay algo muy importante que tenemos que hablar contigo.
Margaret levanta su móvil, me lo muestra, pero mis ojos no son capaces de enfocar ahora.
—Ya sabemos que estás embarazada, cielo, yo...
—Ni un carajo—afirmo—. ¡Tú querías que Pete se aleje de mí porque me quiere! ¡Porque me quiere de verdad!
—Megan, por favor—. El gesto del tipo parece estar pidiéndome de manera amenazadora que guarde silencio.
—¿Qué?—insisto—. ¡¿No quieres que tu esposa escuche que me seguiste cogiendo aún luego de que ya pactaron que se había terminado?!
Margaret se vuelve a él como si le hubiese aparecido un cuerno en la frente a Green.
—¡DILE!—le grito, cargada con una furia y una adrenalina que nunca antes había sido capaz de vivir—. ¡DILE QUE ME OFRECISTE TENER ESTE HIJO CONTIGO!
—Megs...
—No—lo corta en seco Margaret—. Déjala que termine.
Margaret se vuelve a mí y me dice, tajante:
—Termina, Megan. Termina lo que estabas diciendo.
Lo miro a él.
A ella.
A él de nuevo.
Y se lo digo en la cara:
—Prometiste que si yo tendría este hijo, dejarías a tu esposa, Christopher Green.
ESTÁS LEYENDO
El Socio de Papá
RomanceMegan acaba de terminar sus estudios de bachillerato y quiere ayudar a su familia antes de empezar la universidad. Su madre acaba de morir y su padre está con graves problemas en el negocio familiar. Sin embargo, recibe una prometedora propuesta que...