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Los golpes en la puerta nos espabilan haciéndonos dar un salto en la habitación de Pete. Estamos ambos sentados en la cama de dos plazas de su apartamento donde vive solo. Lleva un pijama puesto de esos que constan de una sola pieza enteriza camiseta y pantalón mientras que yo llevo puestos unos joggin y una camiseta holgada con los que salí de la casa, envuelta en una manta que me ha prestado mientras lo observo empapada en lágrimas.

Él me observa fijamente luego de todo lo que le he contado. El señor Green me pidió mantener el secreto, pero no he sido capaz, no está bien lo que he hecho, es todo tan caótico que estoy segura de que a partir de este instante nada volverá a ser lo mismo. Por algún motivo, su gesto me muestra extrañeza, pero no asombro, ¿es que no le resulta extraño lo que acabo de confesarle?

Aguardo unos segundos interminables hasta que alcanza a procesar mis palabras para por fin darme una respuesta:

—La verdad es que me cuesta mucho entender cómo puede ser que existan pactos así, aunque...—carraspea, sé que hace un esfuerzo por no mantenerse al borde del prejuicio ante los pactos que le he comentado—, te agradezco que hayas decidido contármelo. ¿Te sientes mejor...ahora?

Asiento, con timidez.

—Admito que... Que sí. No sé si mejor, pero al menos ya no tengo todo eso atorado en mi garganta.

—¿Por qué tenías la necesidad de contar algo así?

—Yo... Siento que no estaba bien hacer eso y adherir a ser parte, es, simplemente, complejo de mi parte. No acostumbro a situaciones como estas.

El corazón por fin pierde un poco de veneno del que me tenía ahogada en gran parte durante todo este lapso.

—Ay, Megan—suelta en un suspiro—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

Asiento, con timidez. Ya le he desnudado mi alma y siento que él lo merece también, porque ha desnudado la suya ante mí.

—S...sí, Pete. ¿Yo puedo hacerte otra a ti?

Frunce el entrecejo y pregunta:

—¿En serio queda algo de mí que no sepas? Je, hazlo, adelante.

—¿A ti te...te gustan los varones, verdad? Digo, estamos en la misma cama ahora mismo y no creo que sea el mejor de los planes si es además de Richard te van...

—Sí, Megs. Sí—me detiene y su gesto se vuelve tan tierno como el algodón de azúcar, inclusive el mismo tono rosado adoptan sus mejillas—. Soy gay, aunque Richard no lo sea, o eso diga él...

—¿No lo es?

—Dice ser bisexual porque tiene esposa, aunque hace años que no la ama ni siente nada por ella.

—¡Oh, rayos! ¿Y por qué sigue con una mujer a la que no ama?

Se encoge de hombros, niega con la cabeza y ese gesto de algodón de azúcar se derrite en su gesto al pensar en lo que acabo de decirle.

—Solo Helia lo sabe porque somos amigos desde que entramos a la compañía—reconoce—. Fue casi inmediato el flechazo de nuestra amistad, es como si fuese capaz de leerme el rostro con solo una mirada, me entiende como a nadie ya que ella dice tener muchos amigos gays que no salen del closet y demás.

—¿Entonces tú eres un "gay de closet"?

Él suelta una carcajada y me gusta que tome con humor algo que me suena tan triste en las palabras que elige para contarlo.

—Así es... Eso es lo que... Soy.

—¿Y cómo sucedió lo de Richard, si es que puedo saber? Digo, está contigo, ¿nada más? Aparte de la esposa, pero me dices que no la ama.

—El asunto no es tan sencillo de comprender, lo sé. Con Richard nos conocemos desde que yo era un estudiante en la universidad. Me lleva unos diecisiete años de diferencia en edad...

—¡¿Qué?! Es decir... ¡Wow!

—¿Te sorprende? También te gustan más grandes.

Su chiste me hace ver con un poco de distancia el asunto de lo mío y el señor Green, no lo había pensando así, no es que me sorprenda la diferencia de edad.

—Me refería a que no me imaginaba que Richard fuese tan...¿mayor? ¿Más de cuarenta?

—Y tres—me completa.

—Juraría que tenía unos treinta y pocos, sí.

—Gimnasio, vida saludable y eso.

—Está bien, entonces ¿por qué no la deja a su esposa y se pone contigo si es que ustedes se aman? ¿Tú lo amas a él?

—Con locura. Definitivamente lo amo con locura...

—¿Entonces?

—No es tan sencillo. Absolutamente nadie en su vida sabe que le gustan los varones, ni siquiera su esposa misma, pese a que ya no sienta atracción sexual con ella. Tienen dos hijas en común, dos mellizas hermosas de cuatro años que son...un sol.

—¿Cuatro años?

—Con él nos conocemos hace cinco. Fue mi profesor en la universidad.

—¡Oh, rayos!

—Chissst. No me juzgues—suelta una carcajada, ninguno acá está a la altura moral para poder juzgar al otro.

—Oh, Pete, es una pena eso. Porque se aman...en serio.

—Lo sé. Y mucho. Él me hizo entrar a la compañía antes de graduarme. Cuando tenía pensado asumir al fin su sexualidad y dejar a su esposa, llegaron las mellizas y desde entonces lo llevamos en secreto absoluto.

—¡No puede ser! Pete...

—Así es como son las cosas.

Su gesto parece partirse en mil pedazos al igual que su corazón, inclusive sus ojos brillan en una capa cristalina de lágrimas.

Él sacude el rostro y me tira el balón esta vez a mí:

—¿Mi turno de preguntar?

—Así es, Pete. Adelante.

—¿Estás...estás embarazada? ¿Ya hay manera de que puedas saber eso?

La pregunta me lleva como una cubeta de agua fría ya que no lo había pensando en tiempos verbales del presente y menos de la manera en que él me lo está planteando ahora, pero creo que tarde o temprano comenzaría a suceder.

—Yo... Yo, Peter...

—¿Sí?

Entonces ambos damos un salto desde nuestros lugares. El timbre del portero abajo comienza a sonar estrepitosamente, parece ser que se hubiese pegado o que esté sufriendo alguna falla técnica.

Ambos nos miramos con terror, ¿quién se supone que vendría a su casa a esta hora de la madrugada?

—Solo una persona se me ocurre que vendría en este horario y estoy seguro de que se encuentra durmiendo en su magnífica cama marital ahora mismo—reconoce, sabiendo que Richard es el único que aparece en nuestras cabezas.

Se levanta de su lugar y va en dirección a la cámara de seguridad al lado del portero de ingreso.

Me ubico a su lado y contemplo con el mismo asombro que él.

—Es él—digo yo.

—Sí. Es el señor Green, por todos los cielos.

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora