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—Megs, ¿puedo hacerte una pregunta?

—La está haciendo, señor.

Él se vuelve a mí de camino al aparcamiento desde el ascensor ya en el segundo subsuelo del edificio.

—¡Ja!—le digo, mientras sigo a su lado con mi mochila cargada al hombro, sacudiendo las piernas con mi falda larga hasta su magnífico coche reluciente, un Volvo azul marino que atrae miradas aún en plena avenida de Nueva York. Sus luces parpadean en cuanto él le quita la alarma—. Era broma, puede preguntarme, por supuesto.

—Bien—ríe, nervioso ante mi pésimo chiste—. Solo quería saber algo respecto de tu familia. Tu padre... Tú... ¿Siempre te sientas así en sus rodillas?

La vergüenza me corroe por dentro, apoderándose de mí ante su pregunta. ¡Pero cómo es que no me lo vi venir! Pensar en papá tratándome como a una chiquilla sigue siendo mi mayor tortura, en sentido figurado claro está, sé que no lo hace con maldad y es porque está orgulloso de mí y triste a la vez por la reciente pérdida de mi madre.

—Debo admitir que reconocerlo me da cosita, pero a veces me trata como a una chiquilla malcriada—le confieso, como quien no quiere la cosa.

—Vaya—dice, como si algo se prendiera fuego dentro de su garganta. Se desajusta aún más el cuello desabotonando los dos botones superiores y deshaciéndose de la corbata hasta la mitad de sus pectorales.

Ya ambos sentados en el coche, no arranca, supongo que es para que le ayude con su tratamiento. Una vez sentado, su padecimiento bajo el cinturón se marca aún más, quedando nuevamente como si fuese esa tienda para ir de campamento, con un mástil erguido al centro.

Él capta que lo estoy observando, pero de su parte, solo arroja vistazos a diestra y siniestra por los espejos de su coche, no hay nadie, apenas quedan pocos automóviles que han de ser de los últimos trabajadores de la jornada.

—Tiene suerte tu padre—confiesa el señor Green.

—¿Por qué? ¿Por permitir que me siente en su regazo? Es un hombre que no me deja ser yo misma, ya es hora de que acepte que soy una mujer adulta—le conozco.

—¿Tú...te sentarías en mi regazo todas las veces que te lo pida?

Hummm, ¿qué clase de pregunta es esa? Lo hice hoy durante el trabajo, por supuesto que lo haría, es mi jefe, pero eso no quita que sea un viejo amigo de la familia. No podría confiar en nadie más que en él y en la señora Green.

—Es probable—le contesto, divertida—. Siempre que no sea en público.

—Pero no como lo haces tú con tu padre—dice y su tono de voz parece estar agitado mientras su "verga" como él le llama (ji, ji, ji, aún me hace gracia pensar en este señor tan elegante decir una palabrota, ¡su madre en los viejos tiempos le hubiera lavado la boca con jabón!) parece estar muy inquieta y buscando salvajemente rasgar de punta a punta la bragueta de su pantalón.

Acto seguido se vuelve a mí y descubro que sus ojos están más oscuros que nunca, la dilatación en sus pupilas me hace pensar en los de un animal salvaje asechando a sus presas en la noche. Lo vi en Nat Geo, claro que nunca tuve un tigre como mascota, ¡qué miedo eso!

De todos modos, no entiendo por qué mi cabeza acaba de comparar al señor Green con un tigre, ¡ay, ay, ay, estas ideas tan absurdas que estoy teniendo!

—Yo... Yo quiero que te SIENTES en mi regazo... Se entiende, ¿verdad?—me pregunta, acentuando la palabra de que me ponga cómoda sobre él, pero lo veo con cierto peligro acá en el aparcamiento.

—No lo sé—contesto—. Sería absurdo y peligroso. No quiero hacer daño a nadie, señor—le contesto, esta vez un poco preocupada.

—Caray, está bien—parece morder la palabra con frustración—. ¿Aún si te digo que nadie tiene por qué enterarse?

—Claro que no hay problema en eso, guardaré el secreto para que usted no deba sentirse avergonzado.

—Te agradezco eso.

—Claro, no es fácil llevar ese padecimiento en sus partes íntimas—le digo estas últimas palabras en un susurro—. Sé guardar un secreto, soy una chica empática.

—A veces me siento un poco confundido contigo—confiesa.

—¿No le duele ahí? Eso se ve apretado. Me dispuse a ayudarlo y eso es lo que haré.

Él mira a todas partes y no permitiré que este buen hombre que me está dando hogar, trabajo y a corto plazo, la posibilidad de estudios, tenga por qué estar sufriendo delante de mis ojos. ¡Por supuesto que seré quien le ayude! Si él me permite ser mejor persona, yo lo seré con él.

—Venga, no vamos con vueltas ahora—le digo.

Sus ojos se abren como platos al descubrir mis manos dirigiéndose a su bragueta, sin respetar su propio espacio personal.

Ya con su elemento que Dios le dio para que procree en la Tierra al aire, descubro que está muy duro, casi tanto como antes. ¡O peor! Las venas se marcan esta vez con mucha intensidad y el color rosáceo ya se marca rojizo en la punta, en esa punta hinchada que se corre de la piel deslizándose hacia atrás.

¡Eso sí que ha de ser doloroso! Es como si se le hinchara tanto que le rasgara la punta liberándose.

¡Voy a ser buena chica y le daré una mano para que pueda sentirse mejor! ¡Haré lo que sea por este hombre!

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora