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—¿Y qué tal ha estado?

Cuando el señor Green me habla, levanto la cabeza de la computadora dándome cuenta de que ya es de noche. ¡Por todos los cielos, en qué momento se pasó tan rápido el tiempo! Solo recuerdo que la última vez que agaché la cabeza al computador de la oficina fue tras terminar el almuerzo y desde entonces me la he pasado revisando las carpetas, tratando de descifrar los números, las planillas y descubriendo que he podido comprender gran parte del asunto, no sin dirigirle algún que otro mensaje interno por casilla a Helia y a sus compañeros del equipo contable para no torturarla con mi inquisición. Una vez que levanto la cabeza, siento que un montón de agujas se clavasen en mi cuello, sin estar segura de cuántas horas seguidas he llevado en la misma posición sin siquiera darme cuenta. A nuestro alrededor, varios de las empleados ya se han marchado, quedando solo Pete quien parece haber dejado hace rato su labor de estar despatarrado en el juego de sillones con el computador para ordenar ahora las cosas en una mochila grande y el guardia de seguridad en la puerta de las oficinas.

—Yo... Ha estado bi...Bien...

Una vez que levanto la cabeza, me llevo una sorpresa. Me encuentro de frente con el bulto bajo el cinturón de mi jefe quien esta vez parece tenerlo hacia un costado, apretándole, evidenciando una tortura.

¡Santo cielo! ¡Lo que tiene que hacer para que los demás no descubran de su padecimiento! ¡Ha de estar muriendo de la vergüenza! Pero yo no lo entiendo, soy empática con su padecimiento, le he prometido que me mantendré solemne y respetuosa de su situación.

Así que, me relamo los labios que tengo secos y hablo como si nada ocurriese delante de mi nariz. Me aparto un poco para no ser tan evidente ante Pete, lo único que falta es que se haga pública esta extraña afección que se encuentra sufriendo mi "tío" quien no es tío precisamente.

—Hu...hubo muchas cosas que tuve que aprender y me ha despertado una chispa de emoción descubrir que varios aspectos los sabía por intuición.

—Y porque sin duda que eres una gran lectora y analista de las situaciones que tienes en frente. Sabía que tendrías talento.

Al escuchar hablar al jefe, Pete se carga la mochila deportiva al hombro y descubro que quizás anda tan equipado porque prepara sus cosas para algún deporte que hace al salir de acá.

Se viene con gran entusiasmo y advierte, dándole unas palmaditas en el hombro a Chris que lo llevan a mirarlo con suficiencia.

—Donde el jefe pone el ojo, pone la bala. Si él dice que serías buena para eso es porque resultarías una bendición para esta empresa, Megan. Qué bueno ya puedas irlo conociendo—dice con el entusiasmo típico de un chico al que le dicen que le regalarán su próxima play station.

Yo le miro, divertida y un poco sonrojada por las adulaciones.

—Prometo mañana a primera hora enviar el primer informe—le digo—. Ha sido un día de adaptación que me lo he tomado muy a pecho.

—¿Adaptación? Pero si no has despegado los ojos del monitor—añade Pete—. ¡Esta mujer quedará ciega! ¡Y eso se traduce alta rentabilidad para la empresa, eso será un gran gol en nuestro favor!

—Ay—no puedo contener las palabras que vienen a continuación, quizá para descomprimir la presión en mi cabeza—. Quizá sean expectativas demasiado altas.

—Es cierto, será mejor dejarla fluir en lo que le gusta y no ocasionar estrés demás—le dice Christopher y esta vez es él quien le da las palmaditas en el hombro a su empleado—. Es hora de salir, creo yo.

—¡De inmediato, señor! ¡Hasta la vista, dijo Don Gato y su Pandilla!

Comienzo a preguntarme por qué Pete trabaja en un lugar como éste y quizá se deba a que su sentido del humor sea lo que le agrega una dosis a sus inteligencia para el trabajo. O quizá solo tiene buen ojo para los negocios.

Pete saluda al guardia de seguridad, pero se quedan debatiendo sobre fútbol al otro lado de la puerta en el pasillo que conduce al ascensor.

A solas, Chris me dice:

—¿Te irás conmigo? Iré a casa.

—Yo...

Caray, esto sí que parece el día de padres e hijas si para colmo llego y me voy con mi jefe en su auto, además de recibir su consuelo y su instrucción.

Por otra parte, es la primera vez que le veo desde la mañana, también estará cansado. Yo aún ni siquiera terminé el primer informe por querer pasarme de obsesiva y hacer todo demasiado perfecto.

—No puedo hacer horas extras, ¿verdad?—le pregunto.

—Me temo que no, al menos en tu primer día—asevera, acercándose, y manteniendo cada tanto un vistazo de reojo en dirección a la entrada por donde salieron Pete y el guardia dejando la puerta abierta. Green acomoda nuevamente mi cabello hacia atrás, despejando mi rostro mientras estoy sentada y el pie frente a mí—. Ya has hecho un gran trabajo por hoy, Megs. Vamos a casa.

—Yo... Aún no sabe lo que hice, señor Green—suelto una risita cargada de nerviosismo.

—No importa. Lo sabré. Créeme que soy alguien que todo lo sabe en esta empresa. Tarde o temprano me entero de cada cosa. ¿Vamos?

—Pues...

No tarda en llamar mi atención nuevamente el miembro de costado que sigue sufriendo y ensanchando su grosor cuando parecía que por fin se quedaría quieto. ¡Está suplicante ahí dentro!

—¿Te gusta?—pregunta Green.

—¿Q...qué?—levanto rápidamente mi mirada en dirección a la suya.

—Si te gusta mirarme la verga.

Ahí está él otra vez, usando un vocabulario sucio que tanto me hace pensar en que este padecimiento le hace perder los estribos.

—Yo... solo pienso en lo que debe estarle haciendo sufrir, toda dura e hinchada ahí dentro, señor Green...

—Entonces vamos, Megan. Vamos a mi auto y ayúdame antes de ir a casa. Tú lo has dicho. No puedo más con este dolor.

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora