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—¿Me acompañas a la oficina así te explico tus tareas?—me pregunta el señor Green y vuelve a sujetarme, pero esta vez, de la cintura.

Los demás vuelven a sus tareas.

El tal Pete, quien no sé si es muy entusiasta o simplemente uno de esos lamebotas que les gusta quedar bien con el jefe me suelta un grito de:

—¡Bienvenida, Megan! ¡Avísame de lo que necesites!

Es un chico de poco menos de treinta años, no ha de llegar a la edad aún. Es rubio, tiene unos ojos azules inmensos y aún quedan pocitos en su cara de lo que pudo haber sido un acné en la adolescencia.

—Gracias—le digo de modo tímido. Los demás me sonríen y vuelven cada uno con sus obligaciones tras el momento de bienvenida.

—Adelante—me dice Chris, sosteniendo la puerta de su oficina con privacidad privilegiada y entro.

Es hermosa. Tiene altas paredes vidriadas con una vista magnífica al resto de la ciudad; si bien no es el edificio más alto, se hace evidente que ha de ser uno de los mejor posicionados en la vertiginosa vida dentro de La Gran Manzana. Todo con tanta luz, tanta vida, un cielo azul inmenso que se extiende y me quedo maravillada al darme cuenta que desde acá se observa la bellísima "Estatua de la Libertad", esa que sostiene en lo alto su antorcha y la perspectiva otorga un aura de poder magnífica al hombre que se siente en el amplio sillón empresarial tras su escritorio, se desajusta un poco la corbata y me observa mientras permanezco de pie al frente, desviando la mirada en dirección también al mueble de biblioteca que se extiende plagando las paredes laterales, exceptuando una puerta que evidencia ser la entrada a un baño privado.

¡Un baño privado en su propia oficina solamente para él! ¡Oh! ¡Y también hay otra entrada que muestra ser a una cocina! ¡Un baño y una cocina para él solo en su lugar de trabajo! O bien, se pasa muchas horas acá, o en verdad tiene planeado venirse a vivir acá cuando tía Margaret le eche en una peleita. Claro que es una broma, no quiero que se peleen nunca, se adoran y jamás supe en todos estos años de que hayan tenido diferencia alguno, les admiro en su manera de llevarse.

—¿Cómo te sientes?—me pregunta, dejándome asombrada que le preocupe mi bienestar siendo que debo ponerme al trabajo cuanto antes, parece ser que todos tienen en claro que hay mucha labor por poner en acto.

—Yo... Muy bien, gracias—le admito—. Esto es mucho más lindo de lo que creí que podría llegar a ser, todo tan...grande.

No sé si lo digo por la ciudad, por la estatua de la libertad tras él o por los bíceps de sus brazos amplios que están a punto de rasgar la camisa en cualquier instante de lo mucho que le aprietan.

¡Creo que este hombre necesita ropa nueva! Ha de llevar tanto tiempo trabajando que no debe recordar siquiera cambiar su atuendo por una talla nueva, más aún considerando lo mucho que le gusta la actividad física, crece y crece sin tomar las dimensiones de que está que parte la tierra.

¡Digo, que se le parten las camisas ¡Dios! No puedo estar pensando estupideces de alguien que evidentemente se la está pasando mal trabajando demasiado, con obligaciones que le exceden.

—Evidentemente tienen mucho trabajo acá—le advierto.

—Sí, es probable. Serás de ayuda, sin duda.

—Claro, señor... Estoy acá por el trabajo del que le habló a mi padre, a final de cuentas.

—Sí, Megs. Siéntate, ponte cómoda. Te explicaré tus labores para que puedas comenzar ahora mismo.

—Por supuesto—contesto, observando que delante hay un juego de sillones en un living ejecutivo y no tiene silla al frente para poder adivinar que es donde recibe a las personas que estipulan una reunión. Me deja desconcertada, quizá uno de los empleados se llevó una silla al frente del escritorio—. Ejem... Muchas gracias. Pero... ¿Dónde me siento, señor Green?

El Socio de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora